A veces, hablar de derecho internacional con ciertos gobiernos es como explicar los colores a alguien que solo ve en blanco y negro. Así que hoy vamos a lo básico, porque, al parecer, algunos principios fundamentales —como la no intromisión y el respeto a la diplomacia— se han vuelto difusos.
No es la primera vez que Ecuador parece ignorar o reinterpretar ciertos compromisos en función de sus intereses. Casos recientes, como la intromisión policial en la embajada de México y la desafiante respuesta a la OEA por las candidaturas presidenciales, no son meros actos de «mano firme.» Son señales preocupantes de un desliz hacia la arbitrariedad que podría costarle caro al país.
Primer principio: la soberanía y la no intromisión
La soberanía es un concepto que suena grandioso, pero no significa hacer lo que se nos antoje sin consecuencias. Cuando Luis Almagro, secretario general de la OEA, advirtió que descalificar la candidatura de Jan Topic sería un «serio revés» a la democracia ecuatoriana, la respuesta del gobierno fue sacar su escudo favorito: la «no intromisión en asuntos internos.» Todo bien, pero olvidaron algo: la soberanía no es una excusa para ignorar estándares democráticos.
La democracia no es una camiseta que uno se pone para la foto y se quita en privado. Las normas internacionales existen para que los estados se sometan a ciertos estándares, no para que cada cual haga lo que quiera. Y si bien la no intromisión es un principio, también lo es la defensa de los derechos políticos. La advertencia de Almagro no es una «intromisión,» sino un recordatorio de que la democracia no se manipula ni se adapta según la conveniencia del gobierno de turno. Si lo que queremos es credibilidad democrática, tal vez valga la pena recordar que cumplir normas no es opcional.
Lección dos: Las embajadas no son parte de la «nueva política»
Quizás el incidente más vergonzoso en la historia reciente de Ecuador fue la orden de irrumpir en la embajada de México para intentar arrestar a un político ecuatoriano, el exvicepresidente Jorge Glas, a quien México había concedido asilo diplomático. Recordemos, aunque sea en tono de broma para que quede claro: la embajada de otro país es territorio soberano de ese país. Sí, Ecuador, es como la sala de estar de México, ubicada en Quito, y no, no puedes irrumpir en ella.
Las normas del derecho internacional en cuanto al asilo diplomático no son optativas. Estas leyes son lo único que evita que el mundo se convierta en un tablero de ajedrez donde cualquier país puede ir tras sus intereses personales a la casa del vecino. Hasta los gobiernos más autoritarios y violentos de América Latina y del mundo, como el de Pinochet, respetaron esta regla. Entonces, ¿cómo explicarle a un gobierno actual que este asalto no solo violó las normas internacionales, sino que dejó en evidencia una falta de respeto hacia la comunidad internacional?
Tercera lección: los derechos políticos no son un capricho
Y ahora llegamos al tema de Verónica Abad, la vicepresidenta suspendida por 150 días sin remuneración por el Ministerio de Trabajo. Aquí el gobierno ecuatoriano nos demuestra, una vez más, que la flexibilidad creativa en el manejo de la Constitución puede ser infinita. Si la suspensión de Abad se basa en una supuesta falta laboral, la realidad es que la función de una vicepresidenta no es un empleo cualquiera. El gobierno puede justificarlo como desee, pero la suspensión es obviamente un movimiento político más que una decisión administrativa.
Lo que el gobierno no quiere reconocer es que los derechos políticos de un funcionario de alto rango, que fue elegida con el voto popular, como la vicepresidenta, están protegidos. No pueden ser suspendidos por un tecnicismo del Ministerio de Trabajo. Es un principio básico de cualquier sistema democrático que la gente en posiciones de elección popular mantenga su derecho a ejercer el cargo hasta que el proceso legal pruebe lo contrario. Pero incluso ya nombraron «a dedo» a la nueva vicepresidenta.
El gobierno ecuatoriano se apresura en señalar al exterior cuando le resulta conveniente, pero ignora los mismos principios cuando internamente decide destituir y reemplazar a funcionarios electos sin un fundamento sólido. La reciente suspensión de la vicepresidenta Verónica Abad por parte del Ministerio de Trabajo —sin precedentes, sin lógica constitucional, y con obvias implicaciones políticas— es un ejemplo más de esta doble moral. Y la justificación de “no intromisión” en la democracia, aplicada solo cuando conviene, es una peligrosa línea divisoria que puede llevarnos por un camino en el que los derechos individuales y la democracia misma se conviertan en piezas intercambiables de un tablero político.
Un recordatorio de las consecuencias de ignorar los principios
Quizá sea momento de recordar que la historia es implacable con quienes desprecian los principios que la sostienen. Saltarse las reglas cuando es conveniente no convierte a nadie en un líder fuerte, sino en un gobernante aislado y con escasa legitimidad. Cada acción que erosiona la confianza en la justicia y el derecho —ya sea en decisiones sobre candidaturas o en la usurpación de derechos diplomáticos— se convierte en un ladrillo más en el muro que aleja a Ecuador de la comunidad internacional. Estos episodios, en conjunto, comienzan a pintar una imagen de un país que no respeta los compromisos internacionales, y eso, tarde o temprano, conlleva consecuencias.
Así que aquí estamos, Ecuador, en la encrucijada de la política internacional y las relaciones diplomáticas. Quizás la enseñanza que estos eventos nos dejan es que los principios básicos del derecho internacional no existen solo para incomodar al gobierno de turno. Existen para protegernos a todos de los abusos, para asegurar que no terminemos en manos de cualquier tirano que decida borrar a sus rivales o moldear las leyes a su antojo.
Un consejo para el futuro de Ecuador en la diplomacia internacional
A largo plazo, los costos de ignorar los principios del derecho internacional siempre superan los beneficios de cualquier estrategia a corto plazo. Y, en medio de este laberinto de decisiones dudosas y “errores” diplomáticos, queda un recordatorio para los líderes actuales: el poder y la soberanía se consolidan con respeto, justicia, y compromiso con el Estado de derecho. Porque, como dicen, quien rompe las reglas, termina enfrentándose a su propia sombra.
La próxima vez que Ecuador quiera apelar a la «soberanía» para justificar decisiones como la inhabilitación de una candidatura o la suspensión de una vicepresidenta, tal vez sea útil recordar que los principios democráticos son como una cadena que se sostiene en muchos eslabones. No es solo una cuestión de estar en el poder, sino de tener la madurez de reconocer los límites, los propios y los de los demás. En otras palabras, para que el mundo confíe en la democracia ecuatoriana, tal vez primero el gobierno deba empezar a confiar en ella.
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