Tomado de: Radio Francia Internacional
Quito, 12 ene. – ¡Todos los «corruptos» a una isla prisión! Un aspirante presidencial en Colombia planteó revivir el Alcatraz sudamericano.
Y aunque nadie se tomó en serio la iniciativa, sí removió la memoria de Gorgona, la penitenciaría donde miles de condenados fueron llevados hasta 1984, casi sin esperanza de sobrevivir.
Situada frente a las costas del suroeste colombiano, Gorgona está en la lista de penales siniestros como Alcatraz en Estados Unidos o la isla Robben en Sudáfrica.
Lejos de las miradas, bajo la amenaza de serpientes, los reclusos eran dejados a merced de guardias despiadados y peligrosos convictos. «Maldito este lugar… maldito sea. Aquí solo se respira la tristeza», dejó escrito un prisionero en un poema.
De la cárcel sólo quedan los muros devorados por la selva y la humedad. Algunos turistas llegan para bucear o disfrutar del hoy Parque Nacional Gorgona, al que solo se puede acceder por barco desde el municipio Guapi, por las aguas picadas del Pacífico.
Refugio de piratas
Gorgona, que tomó su nombre de la Medusa de la mitología griega, asoma como una masa oscura y casi lúgubre. Nubes grises se posan sobre sus montañas volcánicas de selva espesa. Abajo delfines y ballenas jorobadas retozan. Llueve a diario.
En 1526 la isla fue descubierta por los conquistadores españoles, que según las crónicas de la época perdieron 87 hombres por mordeduras de serpiente.
Refugio de piratas, luego bien privado, el Estado colombiano se apropió de la isla en los años 60 para construir una cárcel de alta seguridad.
«Hay muchas leyendas sobre Gorgona», dice Corazón de Jesús Aguiño, un guía bonachón de 57 años. «La mayoría son inverificables», pero «lo que sí es cierto es que era un lugar de castigo y sufrimiento terrible», resume.
Confinados en dos hectáreas tras una alambrada, había más de mil presos, desde criminales condenados por homicidio y violación hasta protagonistas de la violencia política del siglo XX.
Modelo nazi
«La prisión se construyó siguiendo el modelo de los campos nazis», explica el guía. Tres o cuatro patios, cada uno con dormitorios propios, y un pasillo que conducía al cuarto de castigos. Sólo uno de los bloques sigue en pie.
Raíces gigantes y enredaderas trepan por los muros. Las ramas serpentean por los desagües. Ya no hay techo, sino una espesa cubierta vegetal. También se levanta una sofocante catedral con la estatua de una virgen y un niño. Charcos aquí, musgo allá y el zumbido incesante de los insectos.
«Los visitantes a veces perciben algo muy negativo», reconoce Corazón.
Del comedor sobreviven largas mesas carcomidas por el moho. Los convictos solían ajustar sus cuentas en las letrinas vecinas. «Los guardias vigilaban todo» desde una pasarela de cemento.
Un único dormitorio repleto de murciélagos resiste el avance de la vegetación.
«Cada prisionero tenía asignado un número», dice el guía. Las visitas eran excepcionales. Solo los más dóciles podían salir a talar el bosque. Los 120 guardias reinaban a sus anchas.
Suplicio del cilindro
El castigo más temido era el del «cilindro»: un hueco de 80 cm de ancho donde el preso era obligado a permanecer de pie durante días sin moverse, sumergido hasta el cuello en agua de lluvia mezclada con excrementos.
¿Cuántos hombres murieron en la Gorgona? «Nadie lo sabe realmente. Pero los homicidios eran la principal causa de muerte», responde Corazón.
«Torturas, maltratos, alimentos infectados… a mi llegada, Gorgona era un infierno», reconoce el último director de la prisión, el mayor Miguel Darío López, en una entrevista con la AFP en Bogotá.
En el cargo a partir 1981, López, de 78 años, se enorgullece de haber puesto fin a los abusos y «pacificado» el centro penitenciario.
«Los guardias eran ladrones, corruptos, se vengaban de los prisioneros. Eran las costumbres de la tropa», lamenta este policía retirado con la pistola siempre al lado.
«Diez cilindros seguían funcionando», y abunda: «También hubo tortura por hambre. A los detenidos sólo se les permitía comer papas y un poco de arroz. A veces serpiente casi cruda».
«Lloraban a menudo, todos tenían problemas mentales. (…) Se mataban entre ellos con cuchillas caseras o se estrangulaban con un trapo».
Además de serpientes y tarántulas, «las playas estaban infestadas de tiburones y barracudas. ¡Eso no es una leyenda!», insiste López.
«Casi 150 prisioneros murieron en Gorgona», según su antiguo director. «Con la ayuda de sacerdotes franciscanos y pastores evangélicos, trabajamos para resocializar a los presos», recuerda. Se creó un «comité de derechos humanos» en cada patio. «Se mejoró la alimentación, se le enseñó a algunos presos a pescar. Las visitas aumentaron».
«Papillón»
«A través de la música, la pintura e incluso el latín, conseguimos calmar a los reclusos, enseñarles a perdonar», dice López, mostrando una cicatriz en la palma de la mano, recuerdo de una pelea con cuchillos que intentó detener.
«Conmigo no hubo más muerte», jura el exdirector. En una foto amarillenta aparece junto a un fugitivo recapturado después de pasar tres días en alta mar sobre una balsa de troncos.
«Era muy difícil escapar, cinco o seis lo consiguieron», sostiene Corazón. La mayoría de los fugitivos eran recogidos por los barcos que pasaban por allí y reubicados, entre ellos Eduardo Muñetón Tamayo, el «Papillón colombiano», que se fugó en 1969 y fue recapturado tres años después.
También Daniel Camargo Barbosa, alias el «sádico del charquito», un asesino en serie que se evadió en 1984 y fue dado por muerto en el mar antes de ser recapturado en Ecuador.
Inscrita en la lista verde de áreas protegidas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, la isla tiene más de 500 variedades de plantas, 380 especies de peces, 167 tipos de pájaros y es considerada un modelo de conservación en el mundo.
Con la selva absorbiendo las ruinas, «el gobierno tendrá que decidir qué quiere conservar de la prisión», observa un empleado del parque nacional. «¿Es un bien cultural e histórico? ¿O dejamos que desaparezca para siempre?».