Los niños que esperan en la acera de la Unidad de Flagrancia

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El reloj marcaba un poco más de las 3 de la tarde, cuando afuera de la Unidad de Flagrancia de la Avenida Patria, Maricela acomoda dos fundas de mote con chicharrón. Las fundas son pequeñas y el alimento no llega ni a la mitad. ¿La razón? no es una venta es un obsequio. Son para calmar en cierta parte el hambre de Jonathan, de 11 años, y a Angie, de 5 años. Dos hermanos que esperan a su madre quien está poniendo una denuncia contra Leo, su hijo de 24 años.

Marisela, vende mote en su ‘carrito’ hace más de seis años afuera de esa Unidad y cuenta que ha visto de todo, pero que hoy sintió especial pena por los niños, que estaban sentados en la acera, solos y con manchas de sangre en su ropa desde antes de medio día. Cuando se acercaron, con vergüenza, le dijeron que les fíe una funda, que su madre ya mismo saldría a pagarle. De paso le contaron que su hermano mayor nuevamente llegó ‘chumado’ a su casa, golpeó a su madre, hizo un escándalo y los amenazó con un cuchillo a todos.

Al parecer sienten miedo, pero también están acostumbrados a que eso pase, por lo menos, cada fin de semana.

Jonathan, con un poco más de claridad y memoria que Angie, dice que no le gusta ver llorando ni con golpes o sangre a María Fernanda, su madre. Cuando le pregunto cuantas veces han venido a poner denuncias, responde con un “ufff, ya ni me acuerdo”, incluso sonríe. Duele preguntarse ¿en qué punto un niño llega a normalizar estos hechos? Mientras come y vigila a Angie que se muestra más inquieta por ir a casa, dice que siempre vienen en el “carro de los policías”, que ya han ido muchas veces a su casa.

“Ayer cuando dormíamos otra vez llegó mi hermano ‘chumado’ y puso música a todo volumen en la computadora, mi mami nos llevó a su cuarto y le decía al Leo que apague y que apague, que estamos durmiendo, él le gritó que se calle, que es una metida, mi mami le desconectó el parlante y le dijo que se vaya y el Leo le empujó, le botó al piso y le pegaba. Creo que mi mami por defenderse le mordió, pero yo vi sangre. La Angie lloraba, yo le decía que me ayude y cogí el palo de la escoba, pero el Leo me dijo que no me meta o que me iba a matar a mi también”, cuenta Jonathan.

Según sigue narrando, María Fernanda logró levantarse, tomó el teléfono y llamó a la policía. Leo solo salió al patio y se sentó en las gradas. Los vecinos de los pisos inferiores, no aparecieron a pesar de los gritos. Mientras la madre esperaba ayuda desconsolada, su pequeño hijo trataba de limpiarle la sangre y de calmar a su hermanita quien le decía “mami vamos donde mi abuelita”.

Maricela vio ingresar a la madre de los niños y sí estaba con sangre en su ropa y un golpe, como de puñete, en el ojo. En la otra patrulla traían a Leo. “Ya mismo ha de salir, al chico le han de dejar aquí unas horas y ya le mandan, porque las mamás mismas son las que no ponen las denuncias, solo les quieren hacer asustar. Aquí vienen hasta con boletas de auxilio, pero no pasa nada y todo se repite días después, la mamá nunca le va a hacer nada malo al hijo”, reflexiona según los casos que ha presenciado o los que los policías, mientras comen su mote con chicharrón, le cuentan.

“No quiero que le pase nada a mi mami ni a mi hermano”, murmura Jonathan mirando al piso. El niño guarda buenos recuerdos de su hermano mayor. Dice que hace pocos años no tomaba ni se encerraba todo el día en su cuarto, al contrario, jugaban, le contaba cosas, le cuidaba, le iba a ver a la escuela, se divertían y hasta tenía una novia y un hijo. “Ella se fue llevándose al bebé porque mi hermano empezó a tomar y se pelearon, no le hemos visto hace tiempos, se cambiaron de casa”.

Las palabras de Jonathan no son las palabras de un niño de 11 años. Sus gestos y ternura, sí. A pesar de su corta edad, pareciera que lo que vive en su núcleo familiar le fortalece. Asegura que él es quien debe cuidar a su mamá y a su hermanita porque Leo, “cuando no está tomando”, así se lo repite. “Debes cuidarle a mi mami y a la Angie siempre, ya que yo no puedo”, es lo que su hermano mayor le dice. Jonathan espera que su hermano ya no tome y que sea como antes.

El pequeño aún desconoce que el alcoholismo es una enfermedad que requiere de ayuda profesional.