Por: Aminta Buenaño Rugel / @AmintaBuenanio
Cuando oímos hablar de la familia siempre escuchamos evocarla con frases clisés que pretenden reducir a unas palabras toda la profundad complejidad de su estructura con sus diversos matices y contradicciones. Se la llama románticamente “hogar dulce hogar”, “nidito de amor”; “el refugio”; o se habla de la “paz de la intimidad familiar”; pero no siempre es auténticamente un hogar, ni es dulce, ni es nido de amor, el cual, a veces, por injustas relaciones intrafamiliares ha devenido en “nido de horror”; y el “refugio” es un campo abierto a la desolación y a la pena; y la “paz,” una guerra civil saturada de situaciones violentas, maltratos y humillaciones que afectan de manera profunda y dolorosa la humanidad de todos sus miembros. Es el fantasma de la violencia doméstica, fantasma que se instala en el corazón de la familia provocando rupturas, incomunicación, terror. Fantasma porque aparece invisible ante los ojos interesados de la sociedad que con todo su solemne ropaje jurídico, político y religioso la niega o silencia o mira para otro lado, puesto que no existe en el imaginario colectivo una auténtica vindicta social que la denuncie, censure y castigue y porque sus víctimas no son consideradas como tales, y por lo tanto no hay constructo social que las ampare. Y sin embargo, negadas o silenciadas, sus víctimas están allí, todos los días, presas de los micromachismos de la violencia cotidiana de sus hogares, formando filas en las estrechas cárceles de sus casas. Las más de las veces, cuando los hechos violentos son notorios (femicidios, incestos, torturas físicas y psicológicas, violaciones) la sociedad los señala, no para juzgarlos con rigor sino, paradójicamente, en una tramoya deplorable de juicios, argucias soterradas, interpretaciones machistas y suspicaces, inculpar a la misma víctima de propiciar y provocar estas situaciones.
LA SOCIEDAD, CÓMPLICE
La sociedad patriarcal es cómplice de la violencia doméstica porque es ella la generadora de la misma. Es el surtidor, la madre. Una sociedad desigual, decadente e injusta solo puede propiciar situaciones de crisis y de violencia en donde el hombre es la presa fácil, el títere teleguiado por el hambre y la explotación continua. Sin embargo, nuestra sociedad adopta la actitud de Pilatos cuando la violencia doméstica deja de ser sólo un fantasma que asusta a ratos, para convertirse en alma en pena que asuela con sus gritos y lamentos los amplios pasillos y laberintos de lo social. Allí, es entonces, cuando marca toda la compleja problemática familiar con el sello adusto de “lo privado”, “lo doméstico”, “divorciándola enteramente de “lo público”, “lo social”, pregonando ladinamente su no incumbencia, proclamando a viva voz su total inocencia, rehuyendo cualquier responsabilidad dentro del ámbito interno de la familia. La violencia en las relaciones intrafamiliares la sufren las mujeres y los niños que son los sectores más desvalidos de una sociedad que se fundamenta en una densa ideología patriarcal que coloca en vergonzosa dependencia y subordinación legal, económica y afectiva a la mujer con respecto al hombre; y en el sentido de propiedad reflejado en el constructo cultural y religioso de la institución matrimonial mediante el cual el hombre considera de su propiedad absoluta a su mujer e hijos, dueño de sus almas y de sus cuerpos. La ideología patriarcal está sustentada en múltiples mitos y mentiras oficiales que actúan como verdades públicas creídas y aceptadas aparentemente por todos. Lamentablemente la cultura, la escuela y muchas mujeres las internalizamos y las transmitimos con la educación y la leche a nuestros hijos.
LOS MITOS
Estos mitos, que han demostrado que duran siglos en el imaginario popular, violentan la humanidad de la mujer; la invalidan y la hacen desgraciada, y constituyen unas de las primeras agresiones ideológicas que recibe la niña al crecer y desarrollarse.
Seguro que los conocen, se oyen por todas partes:
… La mujer vale si es virgen. (En las comunidades rurales todavía es una regla)
… La meta de la mujer es el matrimonio (Sí, todavía mucha gente piensa así)
… La mujer que no se casa queda para vestir santos
… La mujer se realiza siendo madre
… Una madre para cien hijos; padre para ninguno
… La mujer no solo debe ser honesta, sino parecerlo. (“La mujer del César…”)
… El hombre es de la calle y la mujer de su casa
… La mujer es débil; el hombre fuerte
… Hay profesiones que no son propias de mujeres
… La mujer es sentimental y romántica
… El hombre es cerebro; la mujer corazón
… El hombre vale porque hace la plata
… La mujer no rinde en el trabajo como el hombre
… Las mujeres bonitas son tontas
… Calladita te ves más bonita
(Etcétera, ponga usted las que recuerda)
Todas estas ideas manejadas indiscriminadamente forman una cronología de la desdicha femenina, el atado de sus tristezas. Son como los hilos invisibles que la sujetan y limitan recordándole permanentemente su segundo puesto, su segunda categoría, su “segundo sexo”. Cuando la mujer trata de correr el madejo, romper el hilo milenario de aquellos mitos, a la sociedad patriarcal le da viruela.
Provoca inquietud, asombro, rechazo. Es como si entrara a una misa y gritara; como si riera a carcajadas en un velorio; como si se eruptara en un banquete.
VIOLENCIA IDEOLÓGICA
De lo que es fácil deducir que somos crianza del sistema, elaboración compleja realizada en los laboratorios de la sociedad mediante fórmulas ideológicas en las que están prescritas todas las características que desean que tengamos a fin de cumplir un papel predeterminado en un mundo de hombres, en defensa de la propiedad privada, de la herencia y de la acumulación del capital.
Qué pasa con esta mujer cuando por la progresiva pauperización de las condiciones de vida, por el continuo desempleo y el hambre que conspira contra la tradición y las costumbres sale a trabajar. ¿De qué le sirven esas virtudes y cualidades “femeninas” en el mundo laboral y público donde debe medir hombro a hombro sus fuerzas y producir?. Estas supuestas cualidades se convierten en defectos que la colocan en desventaja, convirtiéndola en carne de abuso y desamparo. Aquí nos encontramos frente a otra violencia. Nuestra sociedad actual en la necesidad de mano de obra barata auspicia y explota el trabajo laboral femenino y pretende a cambio de un salario muchas veces inferior que produzca tanto o más que el hombre, sin considerar que es la más explotada de los dos, puesto que tiene que afrontar una doble e inmediata responsabilidad, estar al frente de la casa y la familia, y cumplir cabal y eficientemente en el trabajo. La sociedad, el Estado no terminan de hacer conciencia de que la maternidad es una función eminentemente social.
LOS QUEHACERES DOMÉSTICOS
La mujer dentro del ámbito estrictamente doméstico cumple un trabajo improductivo puesto que éste no es reconocido, peor valorado. Su semana laboral dentro de los oficios de la casa no es de cuarenta horas, sino que, tal como dice la canción, ella “no tiene horario ni fecha en el calendario”, dedicadas a la cocina, al lavado, atención al marido, crianza y educación de los hijos. Con este trabajo ayuda al enriquecimiento de la sociedad, al desarrollo, realización y productividad de otros seres; el marido, los hijos, en perjuicio de un real crecimiento y afirmación de ella como individualidad. La mujer, “la sacrificada madre y abnegada esposa”, se convierte en un instrumento, un objeto, anulada como persona, invalidada. Un ser al cual monstruosamente se le ha imputado el “yo”, que es la peor violencia que puede sufrir un ser humano. Una cosa que solo sirve, como dicen los mejicanos para el “metate” (cocina) y el petate; “servicio y colchón” como señalan los caribeños, o “cama y mesa” como titulaba una canción que cantaba Roberto Carlos. Por ello para muchas mujeres el matrimonio se convertía en un matrimonicidio, porque con esta ceremonia expiraban las posibilidades de ser y realizarse, para convertirse en un bastón, un ser que coloca lo más hermoso de sí: su personalidad, capacidad, actos y decisiones bajo la tutela de otro.
Simone de Beauvoire decía: “El día que una mujer pueda amar no desde su debilidad sino desde su fortaleza. Cuando pueda amar no para escapar de sí misma sino para encontrarse, no para humillarse sino para afirmarse, ese día el amor será para ella, como para el hombre fuente de vida y no un peligro mortal”.
MARIDO PROPIETARIO
La sociedad patriarcal es la principal conspiradora contra la voluntad de ser y autoafirmarse de la mujer. Nosotras, antes que hombres o mujeres, somos seres humanos con iguales derechos, aspiraciones y deseos. La sociedad patriarcal niega esta verdad a rajatabla e inventa un sinnúmero de mentiras para probarlo.
Razones que se encuentran sustentadas en los consabidos mitos y leyendas que no son más que chantajes ideológicos a partir de nuestras diferencias biológicas y nuestra capacidad de concebir y parir.
El machismo hace que el hombre asuma a la familia como objeto de su propiedad y se crea en el derecho de disponer de ella en cuerpo y alma. Así nace la violencia física y psíquica traducida en golpes, maltratos, insultos, humillaciones, violaciones y femicidios; negaciones y anulaciones como seres autónomos y pensantes.
A través de esta violencia irracional los violentos descargan sus frustraciones, tensiones, celos, neurosis, las crisis a las que son sometidos por la violencia económica, sin considerar las pesadillas que enfrentan la mujer y los hijos con estas situaciones. La mujer es la víctima convertida en el amortiguador que soporta los golpes y maltratos que sufre el núcleo familiar por los decadentes y polvorosos caminos de una sociedad que solo ofrece un callejón sin salida a su problemática…
VIOLENCIA SEXUAL
Las violaciones y abusos sexuales son una constante en la vida familiar no solo a nivel incestual que alcanzan índices alarmantes y sobrecogedores y que al menos pueden ser castigadas por la ley en caso de denunciarse, sino una clase de agresión que sufren las mujeres continuamente sin el menor amparo y comprensión por parte de los otros, y es la violencia sexual que sufren las esposas cuando son forzadas y obligadas a sostener relaciones sexuales cuando no lo desean y muchas veces sin considerar su cansancio, enfermedad o melancolía.
Esta clase de agresión no es violencia al decir de muchos sino “fiel cumplimiento de los deberes conyugales”. Así como existe la violación al interior de la institución matrimonial también encontramos la prostitución que tampoco es reconocida como tal, a pesar de ser cotidiana.
Es aquella en la que la mujer entrega su cuerpo al marido no por amor o deseo, sino como medio de obtener un permiso, un regalo o un bien común para la casa y los hijos. En ambos casos la mujer es vista como un objeto de lujuria, un instrumento para llegar al placer mediante el encuentro de dos genitales y no de dos amantes.
SOCAVAR E INVERTIR LOS VALORES DECADENTES
La violencia dentro del ámbito familiar solo dejará de hundir sus terribles garras si cambian radicalmente las estructuras caducas de la familia; si se produce una auténtica revolución a nivel de las relaciones entre los sexos, si la democracia, reclamada en plazas y calles, comienza en casa; si las escuelas empiezan a educar en el cambio y en la igualdad.
Solo así lograremos liberarmos puesto que la liberación no consiste en alcanzar un título, lograr salarios y leyes justas, sino sobre todo en socavar e invertir los valores decadentes de la familia; en renovar y convertir las relaciones entre los sexos en campos de libertad y recíproco reconocimiento, en fuentes de amor, solidaridad y camaradería, en elemento de unión y de organización, y no en imposición, autoritarismo y represión como ocurre dentro de la sociedad patriarcal.