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Una de Cal y otra de Arena – Para todas, todos y todes

Para todas, todos y todes

Era el mediodía de un sábado. Junto con un grupo de amigas y amigos nos asoleábamos en la terraza de un restaurante de la ciudad, la cita tenía como finalidad disfrutar de un “brunch”; así decía en la invitación que me enviaron a través de un “guasap”. Sí, acepto, tuve que “guglear” la famosa palabrita para entender de qué se trataba la convocatoria.

Con total calma transcurría el encuentro, se acercó un camarero para mostrarnos el menú y mientras iba anotando los platillos que solicitaban los comensales, se escuchó una carcajada. Diagonal a mi puesto, entre risas, un amigo, con tono burlón, repetía: —ojalá haiga más sangría—. Acto seguido, el hombre sonrojado respondió: —no estoy seguro que haiga lo que me pide, caballero—.

Comprendí, se ridiculizaba el “haiga” que había sido pronunciado en medio de estos “hablantes castizos del español”. Así como este, he presenciado otros episodios donde hay individuos que se creen representantes de la Real Academia Española (RAE) y, por lo tanto, castigan a aquellas personas “indeseables y peligrosísimas”, porque no “usan correctamente el idioma”.

No soy lingüista, pero la comunicación, como campo de estudio, me ha permitido tener una mirada crítica acerca de estos modos puristas del uso del idioma. Sin duda, comprender el lenguaje es una tarea ambiciosa, empresa que no pretendo llevar a cabo; aunque sí podemos tomar varios elementos para cuestionarnos cómo lo usamos y sus efectos tangibles en nuestro desenvolvimiento cotidiano.

Estamos de acuerdo que cualquier lengua tiene como fin superior que sus hablantes se comuniquen; por lo mismo, este sistema de signos debe irse actualizando conforme a los usos y necesidades de sus interlocutores; por ello, por ejemplo, el universo de la internet entró hace poco a la RAE con el verbo “tuitear”. Lo que me permite agregar otra característica, aunque interactuemos a través del lenguaje, es más que un instrumento de comunicación, también crea nuestra realidad. 

La pandemia de la COVID-19 es un caso que permite graficar mejor lo descrito. Antes que ocurra la crisis sanitaria, no existía la palabra “covidiota”, que fue recientemente introducida por la RAE, justamente, para denominar a aquellas personas que se niegan a cumplir con las medidas de bioseguridad y evitar los contagios a causa del virus. ¿Se fijan cómo las palabras van dando forma a nuestras experiencias?

Sin embargo, no todo es miel sobre hojuelas, a la Real Academia Española, institución que “regula” el uso del idioma español, a un promedio de 500 millones de hispanohablantes, le cuesta mucho más cuando se trata de introducir el lenguaje inclusivo en su normativa, asegurando que es “innecesario”, debido a que el masculino genérico compila a todas, todos y todes. ¿Acaso esta posición no resulta obsoleta en un mundo que discute constantemente el machismo?

Esta guerra lingüística no es irrelevante, quedamos en que el lenguaje configura cómo comprendemos el mundo; entonces, si no existe una palabra que mencione “las cosas”, pues pasan por inexistentes. O, caso contrario, nombrar también va a dar cuenta de cómo y desde dónde estoy percibiendo ese algo que menciono. Parece inextricable, pero es más fácil de lo que se imagina.

Las teorías feministas han puesto en discusión la categoría género a modo de un esquema binario (masculino-femenino), reclaman la existencia de personas que no se ubican en ninguno de estos dos extremos; por lo que han propuesto hablar de disidencias sexuales. No, no se trata de lo que usted crea o yo opine; estas personas existen y son sujetas de derechos como usted, hijas, nietos, primos, amigos. Entonces, cuando nos rehusamos a nombrarles estamos invisibilizándoles y siendo discriminatorios. ¿Se da cuenta que no es un deseo caprichoso de última moda?

Asimismo, cuando usted cuenta sus experiencias, lo hace mediante palabras. ¿Se ha preguntado la carga ideológica que tienen estos términos? Sirvámonos del campo de la medicina, el cáncer es una enfermedad que ha cobrado la vida de millones de personas, se lo asocia con palaras como lucha, batalla; incluso se lo relaciona con temas de corrupción y se lo describe a manera de “cáncer social” y así un larguísimo etcétera.

No hay que restarle importancia al uso de las palabras, este último caso grafica el sentido que le vamos dando a nuestra realidad mediante nuestro léxico. No parece tan grave si tú no has vivido con una paciente oncológica, que a la dificultad de su enfermedad tiene que sumarle el peso de las expresiones negativas sociales. ¿Pero qué pasa cuando te refieres a los migrantes como “venecos-venecas”?, ¿qué decir sobre los memes y chiste con lenguaje violento que reproduces acerca de lo “zorra” que te resulta una mujer? No solo estás descalificando, también estás despersonalizando.

Recuerdas que el lenguaje construye realidades, entonces si no es un ser humano, tampoco tiene derechos, por tanto, estas poblaciones son más proclives a sufrir discriminación, precarización laboral, abuso sexual, ser víctimas de trata de personas, entre otras desafortunadas situaciones.

Todo esto qué advierte acerca del mesero que dijo “haiga”. Pues bien, me he referido a lo peligroso que resulta el ocultamiento o exposición violenta de las palabras. Pero me falta exponer acerca del sitio de enunciación del que hablamos; la RAE es una institución que norma el idioma y accedemos a ella a través de la escolarización. Entonces, el “buen hablar y escribir” es un privilegio al que no todos, todas y todes pueden acceder; de tal forma que cuestionar “cómo habla o escribe” otra persona, sin conocer sus circunstancias, además de violento es canalla.  

Las propuestas New Age plantean prácticas de un lenguaje asertivo con la finalidad de “vibrar alto”; yo te invito a rechazar toda expresión que vulnere los derechos de otras personas, porque es otra forma de “elevar tu frecuencia”. 

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