Quito, 31 may (La Calle).- Xavier Letamendi trabajó durante 13 años en El Telégrafo. Es de los periodistas que supo lo que es trabajar en un medio privado que luego se volvió público. Llegó a ser subdirector. Ahora continúa en el periodismo, colabora con artículos para agencias internacionales y para el portal Primicias. “La mejor época que viví en El Telégrafo fue entre 2008 y 2010. Realmente, ahí se buscó construir un escenario en el que intervenían nuevos actores, en especial grupos vulnerables”.
Poco a poco el ambiente se fue modificando, en especial tras las disposiciones de la gerencia de medios públicos. “Eran capaces de cambiar la portada aunque eso trajera como consecuencia sacrificar la circulación del periódico en Quito”. Las diferencias avanzaron al punto que un día de agosto de 2018 pidió vacaciones. Sospechaba que algo ocurriría por lo que vació de papeles y objetos personales su escritorio. Efectivamente, días después recibió una notificación en la que le comunicaban su salida.
“Se llegó al ridículo. Por ejemplo, en una ocasión se incendió un cerro en la Sierra. Un fotógrafo hizo un trabajo de portada y coloqué la foto en primera plana. Luego la cambiaron, quitaron la foto y pusieron otra de una maqueta de un viaducto que planeaba construir el Gobierno en Guayaquil”, confiesa, el comunicador. Como es lógico, ese tipo de decisiones nunca toman en cuenta la desmotivación que generan entre los periodistas. “Como jefe, me sentía responsable del trabajo de todos: periodistas, fotógrafos, diseñadores. No me quiero imaginar cómo estarán ahora”, subraya.
Censura durante la represión de octubre
Issa Aguilar es periodista y poeta. Todavía aguarda el pago de su liquidación por haber trabajado en Diario El Tiempo de Cuenca, entre abril de 2018 y octubre de 2019. Fue la encargada de cubrir las protestas en Cuenca durante las jornadas en rechazo a la emisión del Decreto 883, que elevaba el precio de los combustibles.
“Se produjo una represión brutal por parte de la policía. Atacaban a los civiles con bombas lacrimógenas y armas de todo tipo. Ya en la redacción me dijeron que escriba la nota”, confiesa. Issa comenzó a narrar la violencia, los abusos y las detenciones. Complementó su trabajo con las voces del Defensor del Pueblo, y aunque lo intentó en más de 15 ocasiones no pudo contar con el testimonio del Jefe de Policía. Escribió una gran crónica que duró ocho horas publicada en la página web de Diario El Tiempo. En la noche, una llamada de su editora Jaqueline Beltrán le advirtió que “dieron de baja la nota”.
“Me sentía vejada, así que decidí dar un paso al costado. Jamás había sufrido censura previa. La orden vino desde la jefatura de medios públicos”, dice. Por dejar este medio de comunicación recibió muchas críticas de algunos colegas. “Dicen que mordí la mano que me daba de comer. El periodismo es una profesión humana, pero desde ese misma dimensión humana hay que cuestionar al poder. Muchos por un sueldo, se olvidan que trabajan para la gente y no solo para determinado editor o gerente, sobre todo si estás en un medio público”, reflexiona con el paso del tiempo.
Andrés Michelena con más poder que nunca
Esta es la realidad que viven muchos de quienes trabajan aún en los medios públicos. Ahora, los van a desaparecer. La intención de la gerencia es despedir a todos sus trabajadores a finales de junio, para luego recontrarar solo a 200 trabajadores de los más de 600 que ahí trabajan. Los nuevos contratados, con menos sueldo, estarán bajo las órdenes de uno de los destructores de los medios públicos, Andrés Michelena, ministro de Telecomunicaciones y de la Sociedad de la Información (Mintel).