Quito, 24 de oct (la Calle).-Un militar borracho es un doble peligro. Es algo así como un mensaje equívoco, una contradicción. ¿Andarían armados?, ¿trabajarán hoy?
Seguro, al menos una de estas preguntas pasó por la mente de los peatones de la plaza San Francisco. Los militares amanecidos caminaban en cuadro apretado por las gradas. Si fueran civiles desbordaría de sus gargantas una canción o imprecaciones por la situación económica del país. Y ya: pero eran militares en servicio activo.
Tomando en cuenta lo anterior, seguro a ese trío le hubiera encantado que, en ese momento, el camuflaje funcionara y los volviera invisibles ante sus mandos y los peatones que también somos sus mandos, por cierto.
¿Sentirían vergüenza?, ¿la gradación alcohólica de su sangre les permitiría pensar que esta atmósfera de inseguridad lo que menos transmiten es confianza? ¿Y si ocurría un asesinato frente a ellos o si ellos eran las víctimas?
Ver militares tan relajados hace pensar que están en su zona de confort. Han interpretado de forma conveniente las expresiones del Presidente de la República de la semana pasada. Aquello de que gozarán de garantías para hacer su labor y hasta de unidades de defensa legal a la antigua usanza. ¿Lo entenderían mal?
Pensarían recibieron del poder Ejecutivo un “pase libre” para a nombre de los operativos de seguridad hacer de las calles un cuartel. Mientras tanto, en la pequeña Sinaloa en la que se ha vuelto Guayaquil o en la nueva Medellín que es Quito, se desborda el miedo en las calles. Desconfiamos que en cualquier momento venga un vehículo, se detenga y, a continuación, un ladrón nos desvalije, hiera o mate.
Los militares gozan de línea directa con el poder. Lasso que rechaza ir a la Asamblea Nacional los visitó hace poco en casa. Los necesita para pasar de octubre. Razón tanta gozadera.