Por: María Isabel Burbano / @rizossalvajes
Soy una mujer que escribe, porque para mí escribir es como respirar, necesario para sobrevivir. Tal vez por eso no me gusta hablar de mis libros. Lo que tengo que decir está en ellos, y fue tan difícil escribirlos
Esta frase, dicha en una entrevista, define muchísimo el trabajo de Clarice Lispector. La escritora ucraniana – brasileña es uno de los ejemplos de que el genio literario, a veces va acompañado de la desdicha y los problemas. Sin embargo, es una de las más grandes representantes de la literatura brasileña, el país que la acogió cuando era pequeña y debió huir de Europa con su familia que era judía.
Nacida el 10 de diciembre de 1920 en Chechelnik, Ucrania bajo el nombre de Chaya Pinjasivna Lispector, el nacimiento de Clarice debía ser un remedio. Rusia invadió Ucrania tras la Revolución Bolchevique. Los soldados rusos mataron a su abuelo y violaron a su madre contagiándole de la sífilis. Una antigua creencia decía que el nacimiento de un hijo podía curar esa enfermedad venérea. No funcionó, su madre murió en Brasil cuando ella tenía 10 años y Clarice arrastró durante años la culpa de no haber podido salvar a su madre. Algo que plasmó en sus libros.
En 1922, Clarice, sus padres y sus dos hermanas migraron a Brasil. Habían conseguido pasaportes rusos y el permiso en Bucarest para viajar a Sudamérica. Llegaron a Maceió, Alagoas y cambiaron sus nombres por unos más acordes a su nueva residencia. Pinjas, su padre, se convirtió en Pedro, su madre Mania en Marieta y Chaya se llamó Clarice.
Escribió en portugués desde muy joven. Envió varios cuentos al Diario de Pernambuco, el cual rechazó sus publicaciones en una sección de contribuciones infantiles debido a que, mientras que las historias de los demás niños poseían algún tipo de narrativa, los textos de Clarice no describían más que sensaciones.
A los 14 años se mudó con su Padre y una de sus hermanas a Río de Janeiro. Allí descubrió más autores nacionales y extranjeros: Machado de Assis, Rachel de Queiroz, Eça de Queiroz, Jorge Amado y Fiódor Dostoievski Ingresó a la Facultad de Derecho en la Universidad de Brasil. A los veintiún años logró publicar Cerca del corazón salvaje, obra que había escrito a los diecinueve años y por la que recibió el premio Graça Aranha a la mejor novela publicada en 1943.
En ese año se casó con el diplomático Maury Gurgel Valente, a quien acompañó de país en país durante un período de mudanzas que la alejarían de su familia y amigos. En 1946 llegó su segunda novela, O lustre. Para 1949 volvió a Río y retomó su trabajo periodístico bajo el seudónimo de Tereza Quadros en una columna para un periódico local. Vivió desde 1952 a 1959 en Washington D.C. hasta que se divorció de su esposo y regresó a Brasil.
Hay un detalle: ese proceso se desarrolla ahí, en aquel sofá, donde me siento con la máquina de escribir sobre las rodillas. Así escribo siempre. Cuando mis hijos eran pequeños, escribía mientras los cuidaba, con los dos corriendo a mi alrededor. Siempre quise evitar que ellos tuviesen de mí la imagen de “madre escritora”. Escribía, entonces, cerca de ellos, tratando de no aislarme.
De vuelta en Río escribía artículos periodísticos para poder mantenerse sola. En 1960 aparece el libro de cuentos Lazos de familia y un año después la novela La manzana en la oscuridad que se adaptaría al teatro. En 1963 publicó la que es considerada su obra maestra: La pasión según G. H.
1966 sobreviene otra desdicha en la vida de Clarice. Se quedó dormida con un cigarrillo encendido, que provocó el incendio de su habitación y quemaduras en su cuerpo. Pasó meses en el hospital y los médicos lograron, afortunadamente, no amputarle la mano derecha, pero perdió su movilidad. Dejó de escribir a mano y entró en una profunda depresión por las cicatrices y marcas que le dejó el accidente.
Tal vez por ello, el personaje de Macabea en La hora de la estrella era poco agraciada, pero con una gran curiosidad. Vive feliz dentro de su desdicha porque no es consciente de ella. A diferencia de Clarice. La novela se publicó en 1977.
Pocos meses después de su publicación falleció por un cáncer de ovarios a los 56 años en Río de Janeiro; el 9 de diciembre de 1977, a las diez de la mañana. Se iba así una de las escritoras con un estilo único, personajes sensibles, con procesos emocionales y conflictos internos latentes en cada página. Hizo de Brasil su hogar y para su muerte era muy conocida. Había pasado la década del 60 y 70 dictando conferencias por todo el país. Chaya, la niña ucraniana se convirtió en Clarice la escritora brasileña más importante del siglo XX.
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