Por: Oscar Llerena Borja
“Antes del Estado estaban los muchos, después de la instauración del Estado adviene el pueblo-Uno, dotado de una voluntad única. La multitud, según Hobbes, rehuye de la unidad política, es refractaria a la obediencia, no establece pactos duraderos, no consigue jamás el estatuto de persona jurídica porque nunca transfiere los propios derechos naturales al soberano”. Paolo Virno “La gramática de la multitud”
Aquellos que conservan la fe en el estado, en la democracia, en las instituciones, tienen algo a que aferrarse, una certeza, un camino más o menos claro por delante; para ellos la tarea central del futuro es construir un estado capaz de regular y una sociedad que pueda responder a esa exigencia normativa. Esta certeza que es fundamentalmente promesa, se encarna en ideales tales como: la democracia, el estado de derecho, el estado social de derecho, el estado de bienestar y en sus versiones fronterizas: el socialismo, el comunismo, la utopía en sus múltiples versiones.
Pero cuando, como en mi caso, la reflexión ha arribado a la conclusión de que la vía institucional como monopolio de la organización de la vida en sociedad tiene alcances limitados, queda poco margen para la esperanza. En un país como Ecuador el desmoronamiento de la moderna religión del estado es el signo mayor del alcance de la crisis que estamos viviendo y no podemos perder de vista el importante hecho de que la forma política de la modernidad se levanta sobre esta religión.
La acción comunicacional del gobierno ecuatoriano es principio y fin de esta dinámica de desmoronamiento: cada exposición pública del gobierno ecuatoriano, cada aparecimiento televisivo de sus voceros, cada spot publicitario -que son sino las ruedas de prensa en cadena nacional-, cada entrevista -algunas como las del periodista de CNN Fernando del Rincón lacerantes y terribles que ponen en entredicho la soberanía nacional- son una nueva muestra de su incapacidad y de los límites de la institucionalidad para responder a la crisis. El principio de legitimidad del estado, su monopolio sobre la organización de la vida social, está herido de muerte.
La potestas que detenta el estado, se levanta sobre el ejercicio ficcional de un monoteísmo que cree haber superado la diversidad de la vida social. Se trata de la ficción contractual, pecado original de la ciencia política moderna, que hace de un mito el principio siempre renovado de la legitimidad del estado.
Pero más allá de él, es decir del estado, antes de su artificiosa presencia, está latente la potencia fundadora de la multitud. Los muchos nunca han renunciado a su diversidad y a su poder, solo han cedido momentáneamente sus capacidades en un armisticio inestable y frágil que ha permitido la ilusión de una sociedad ordenada. Lo que los gobiernos no parecen todavía entender, es que su poder no es suyo, le pertenece a otras manos, a todas las manos y por lo tanto cada nueva decepción, cada nueva mentira, cada nuevo espectáculo degradante, erosiona su espejismo.
Las cifras vacías de un fantasma que afirma como colofón: nos levantaremos más fuertes, el vocero de ese fantasma intentando aplacar la violencia discursiva de un periodista que sin invitación asume la defensa de un pueblo, el despotismo ilustrado de una ministra que centra la vuelta a la normalidad en la defensa de la economía, todas estas muestras y muchas más, de que el estado se cree sus propias ficciones, son prueba de que el relato falso de la unidad; el estado, el monopolio de la violencia, el pueblo, nos ataca a cada paso con su estable irrealidad a la que se opone la inestable pero real fuerza constituyente de la multitud.
Qué podemos esperar como respuesta a la crisis: ante la incapacidad institucional para enfrentarla, ante la torpeza de las acciones gubernamentales, ante el pobre espectáculo de la comunicación institucional del gobierno ecuatoriano; solo la invención de un nuevo camino.
La multitud es una latencia que no puede y no quiere ser unidad, estabilidad, proyecto; la multitud aparece como resultado de una momentánea tensión que la requiere, como solidaridad que se expresa para al mismo tiempo volver a sustraerse de la mirada tradicional y refundirse en el ámbito privado, la multitud es la suma de voluntades que se muestra momentáneamente; es la cacerolada y el grito, es la marea virtual que provoca un tuit, un video o un meme; no tiene futuro en si misma, solo presente y sin embargo, es en la multitud donde radica la capacidad constituyente del vínculo social, en ella, en su diversidad, en su incapacidad para cobrar cuerpo definido, está contenido lo que seremos; porque la multitud expresa los fundamentos de una sociedad determinada en un momento determinado y por eso ella, la multitud, performa el futuro.
No es fácil trabajar con el concepto multitud, pues es un término que ha sido erradicado de nuestro lenguaje político, hemos aprendido a pensar políticamente con palabras como: estado, pueblo, monopolio, clase, sujeto histórico, etc. Y por lo tanto hemos olvidado esa dimensión fundante que es la multitud, la diversidad verdaderamente existente que se opone a la ficción de la unidad; pero ella, la multiplicidad esta ahí, indómita, apareciendo en escena cuando quiere, cuando debe. Las décadas finales del siglo pasado dan pábulo este planteamiento, aunque quizá su muestra mayor sea la insurrección festiva de abril del 2007.
En la disyuntiva fatal de una población que debe elegir entre morir de hambre o someterse a la dinámica mortal de explotación de un sistema que solo venera el valor. La multitud ecuatoriana ha ejercitado desde tiempos muy antiguos la estrategia barroca de reinventar el mundo reinventándose, creando lo nuevo a partir de lo múltiple, haciendo posible lo imposible; he ahí el centenario intento de Alonso de Illescas de crear un orden social para los esclavos evadidos.
Acabamos de asistir a un 1 de Mayo de calles vacías y cacerolas ruidosas, el gobierno parece no haber entendido, pero aquellos que creemos en el futuro y sus posibilidades deberíamos tomar bien en cuenta esta lección práctica que puede expresarse con estas palabras de Colli: Político no es sólo el hombre que participa en la administración pública, sino cualquier ciudadano libre que de un modo u otro tiene una función propia en la vida de la pólis.
Son pues políticas todas las acciones, todos los movimientos, todas las expresiones que impactan en la vida social y más si cabe aquellas que rompen el cerco de lo establecido. Así el sujeto histórico a dado paso a la multitud de innumerables rostros en movimiento.