Cada 15 de noviembre los ecuatorianos recuerdan la matanza obrera de 1922. Una huella manchada de sangre en las memorias del Ecuador. Para el historiador Juan Paz y Miño, existen tres razones históricas que desencadenaron la terrible masacre sanguinaria de los trabajadores.
Antesala de la masacre
En primer lugar, la dominación oligárquica plutocrática, es decir, el poder y la riqueza direccionados a una minoría privilegiada. Los mandatos de Alfredo Baquerizo Moreno (1916-1920), José Luis Tamayo (1920-1924) y Gonzalo Córdova (1924-1925) representaron la hegemonía de los grandes bancos de la época. La pequeña élite conformada por los grandes hacendados, empresarios, agroexportadores de cacao y accionistas de los bancos manejaban el poder de forma despótica y represiva.
La crisis económica fue otro de los detonantes. En 1916, el valor del cacao, la principal fuente económica del país, bajó drásticamente en la bolsa de valores de New York, EE.UU. Sumado a esto, cayeron las plagas de “la monilla” y de “la escoba de bruja” que afectaron las producciones cacaoteras. Como consecuencia de la falta de producción interna, vino la inflación que provocó la desvalorización de salarios de los trabajadores.
La tercera razón se refiere a la clase trabajadora asalariada y semiasalariada del país. Las organizaciones más importantes como la Sociedad Artística Industrial de Pichincha, La Confederación Obrera del Guayas, la Asociación del Cacahuero y la Federación Regional de Trabajadores Ecuatorianos, adquiere fuerza en el Ecuador. Todos demandaron y exigieron soluciones a sus pésimas condiciones de vida.
Para el historiador guayaquileño Ángel Hidalgo, los sueldos de los trabajadores eran una miseria. Además, trabajaban de 12 a 16 horas, pese a que en 1916 se estableció un Decreto que exigía el cumplimiento de ocho horas de trabajo. Por otro lado, no tenían asistencia patronal en caso de accidentes, una acción que hoy en día realiza la seguridad social.
Los trabajadores son el motor de la ciudad
La paralización del ferrocarril fue el primer levantamiento ejercido por los trabajadores ferroviarios de Durán, en octubre de 1922. Gracias a esta acción consiguieron un aumento de salario, la rotación de turnos y el cumplimiento de la jornada laboral de ocho horas.
Al tener el ejemplo del sector ferroviario, los empleados de la empresa eléctrica, gas y transporte urbano de Guayaquil intentaron hacer lo mismo. En medio de la huelga de los trabajadores, toda la ciudad quedó paralizada, porque no tenían los servicios básicos para subsistir.
La falta de respuesta impulsó a los trabajadores a unir fuerzas. Convocaron a movilizaciones el día 15 de noviembre de 1922. Cuando llegó el día, el Gobierno ya estaba preparado y las personas que salieron a exigir sus derechos fueron víctimas de la represión militar y policial. Ese día las calles de Guayaquil se tiñeron de la sangre de alrededor de mil personas.
“Se ha dicho muchas veces que no se murieron tantos, a lo mucho unos 40, pero no es cierto murieron como mil o más personas. Lo que sucede es que los testimonios que han quedado de la época no pueden dar fe, porque tampoco podían contar cuántos eran”, resaltó Paz y Miño.
La versión del Estado
Para el Gobierno de José Luis Tamayo, este suceso fue una rebelión organizada por “bolcheviques”, donde habían actuado delincuentes y saqueadores que ocasionaron el caos en Guayaquil. Al parecer, el Estado “había salvado la ciudad” después de lo ocurrido. Discurso que hasta el día de hoy resuena en cada marcha proletaria. Para la oligarquía y las élites dominantes, los trabajadores estaban sujetos a anarquistas e izquierdistas.
“Los obreros de esa época, cuando plantean sus peticiones no están luchando contra el Estado ni contra la democracia y la paz. Todo lo contrario, lo que quieren es que haya paz y tranquilidad, pero con un mejoramiento en las condiciones de vida”, apuntó Paz y Miño.
¿Qué pasó después de la matanza?
Después de la matanza obrera, existió un ocultamiento de los hechos violentos de ese día, pero el silencio se rompió con los pronunciamientos de la Federación Regional de Trabajadores Ecuatorianos. Allí es donde empezó la “cacería de brujas”, como lo dice Hidalgo, pues muchos de los líderes de las organizaciones fueron perseguidos, otros encarcelados e incluso algunos migraron.
En ese período, el intendente de la Policía Nacional, Alejo Mateus interpuso un ‘insólito’ juicio en contra del pueblo de Guayaquil. El objetivo, esclarecer los hechos ocurridos el 15 de noviembre de 1922. Al final, este proceso judicial no concluyó y lo archivaron. “Donde se ha visto que los perpetradores de un crimen acusen a sus víctimas”, agregó Hidalgo.
Según los historiadores, el legado de la lucha obrera se vio reflejado en la revolución juliana, donde se levantó un golpe de estado anti-oligárquico y anti-plutocrático. Este acontecimiento histórico permitió que por primera vez el Estado intervenga en la economía y que se dicten leyes laborales que se quedaron plasmadas en la Constitución juliana de 1929. (A.G.M)