Desde hace varios años el Ecuador ha volcado total atención al drama político. Parecería que no hay otra cosa de qué hablar, inclusive familias enteras se han visto fragmentadas por la disputa de afinidades ideológicas que entrecruzan viscerales posiciones, a favor o en contra de uno u otro bando.
No se puede negar que el Ecuador históricamente ha mantenido una fragmentación política ahondada con intereses regionales. Prácticamente desde el nacimiento de la República hemos convivido en esa dicotomía político-ideológica que nos separa.
Es que nuestro país, como muchos en Latinoamérica, hemos hecho del conflicto nuestro pan de cada día. Sin embargo, en la actualidad las redes sociales y los medios de comunicación se han convertido en la cloaca pública sobre la que se vomitan los odios, los rencores, las pasiones y hasta las debilidades de una sociedad tremendamente influenciable en tiempo real.
Debate mediocre
Y es el terreno de la política donde se concentra la más hedionda pestilencia. Ecuador se ha convertido en el país donde la mediocridad le ha ganado cancha a la sensatez y a la excelencia -palabra que ya no se escucha-.
Basta con revisar las tendencias de Twitter para comprender el nivel de discusión al que los políticos nos han acostumbrado. Pero no solo eso, los escenarios de debate y discusión argumentada cada vez son más reducidos. La mediocridad existirá siempre pero no es dable que su mayor concentración insista justamente en el ámbito político.
Entonces cabe reflexionar sobre el entorno que nos rodea: En los medios corporativos el espectador solo puede ver una cara de la moneda: la del dueño o de quien paga la pauta.
La televisión abierta es un sumidero rebozado de violencia y frivolidad -narconovelas, farándula anodina, refritos de décadas pasadas, dibujos animados sosos.
Todo da la impresión de que el interés de sus propietarios radica en mantener una audiencia embobada y, como todo, pobre de contenidos. Los debates políticos se han reducido al escándalo y a la búsqueda de culpables.
Información y mediocridad
Esa pobreza va de la mano de una manipulación generalizada en el manejo de la información, así como tiene una directa conexión con el espacio de la política.
A contenidos mediocres, información mediocre y reacción mediocre. Erradicar la mediocridad de una sociedad debe ser un proceso de largo alcance, que necesariamente tiene que estar liderado por políticas públicas integrales en el ámbito social, cultural y económico.
Debe ir de la mano del fortalecimiento de la institucionalidad pública y regulaciones sobre temas de educación, salud, soberanía alimentaria, comunicación, producción, ciencia y tecnología, información, etc.
Muchos otros temas que posibilitan una ciudadanía que asuma y conozca sus deberes y derechos, con conciencia crítica y partícipe -no solo expectante- de las decisiones de sus autoridades.
Lastimosamente hemos visto un desmantelamiento sistemático del aparato público y por ende una caída a pique de la calidad de bienes y servicios -no solo públicos sino también privados- sin que nadie diga nada.
Mediocridad en todos lados
La mediocridad amamantada por la clase política se ha enraizado en todos los espacios de poder y en todos los niveles de gobierno. Ya no es novedad ver a un político hacer o decir cualquier bufonada en redes, con la única finalidad de ganar seguidores, o mantenerse en tendencia.
No importa si expone sus posturas sin argumentos o eleva premisas absurdas, todo se vale con tal de no perder “seguidores”. La mediocridad junto al conflicto político es nuestro pan de cada día.
¿Cómo alejarse de la mediocridad?
Establecer distancias con la mediocridad implica al menos tres pasos: primero comenzar por exigir menos show y más trabajo; despolitizar la mediocridad, es decir, barrer de la escena pública a tanto político simplón y oportunista que espera el tiempo electoral para lisonjear su propia y vergonzosa ineptitud.
Segundo, se debe exigir de los funcionarios públicos argumentos técnicos y coherentes, no excusas o culpables. Ya basta de culpar, perseguir y atosigar para esconder la incapacidad, la corrupción y el abuso. Finalmente, hay que ponerle mute al conflicto y comenzar a buscar soluciones viables, medibles y razonables.
Un paso a la vez
Despolitizar la mediocridad es, tal vez, la meta más cercana que podamos plantearnos si queremos cambiar este presente nefasto.
En nuestras manos está desmarcarnos de las perversidades que nos gobiernan y alimentar un futuro distinto, donde podamos exigir y exigirnos ser mejores personas, mejores ciudadanos y mejores políticos.
El ejercicio de la democracia -si todavía existe en el país- consiste en ser mandantes activos de un Estado que nos cobija a todos.
Un Estado donde la ciudadanía no solamente se expresa en la acción del sufragio. Sino en la posibilidad de mirar un futuro donde la eficiencia y eficacia política no sean una utopía.
Lee el anterior artículo de Ivette Celi aquí.