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Último día de anticorreísmo y primero de lo mismo

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Por: Renato Villavicencio/ @renaquitu

Inmerso como se encuentra el Ecuador en una nueva campaña electoral, a todas luces excepcional e insólita, se ha tratado de analizar y entender el momento que vivimos para poder vislumbrar el futuro cercano desde varias aristas. Siendo la primera vez en la historia de nuestro país que se adelantan unas elecciones generales para decidir nuevamente a quienes ocupen la Presidencia de la República y la Asamblea Nacional para lo que resta del periodo gubernamental hasta el año 2025, este momento electoral es ciertamente atípico, principalmente, porque puso a todos los actores políticos a organizar sus estructuras apresuradamente para esta nueva contienda que pocos esperaban.

Así, los análisis sobre el contexto que se vive empezaron a centrarse en los perfiles de las candidaturas que empezaron a oficializarse, los temas principales que se debatirán en la campaña o el tipo de discursos políticos que logren obtener suficientes votos para pasar a segunda vuelta, o, incluso, ganar en una sola. Una de las reflexiones que aparecieron durante estas semanas se refería al rol y peso que tendría el anticorreísmo en este nuevo momento político.

Quizás durante el inicio de la coyuntura de la convocatoria a estas nuevas elecciones parecía que este discurso e identidad podría quedar relegado a un segundo plano, visto su debilitamiento y desgaste dentro de la opinión pública. Veamos el porqué de esta afirmación pudo haber sido apresurada. Para empezar, tratemos de entender el proceso que nos llevó hasta este momento. ¿Qué significa que el presidente Lasso haya firmado el decreto de muerte cruzada y al mismo tiempo decline presentarse como candidato nuevamente?

De alguna manera, podemos atribuir esto al fracaso de su gobierno. Una administración que fue incapaz de dar soluciones a los problemas que la sociedad ecuatoriana sufría desde hace varios años. En algunos casos, el escenario que deja el actual gobierno es peor al que recibió en 2021, especialmente, en lo referente a temas de seguridad. Pero este fracaso no solo debería entenderse como el fracaso de un proyecto político, el de CREO y Guillermo Lasso. Tampoco solo es el fracaso del proyecto neoliberal que todo el bloque oligárquico ha respaldado desde la década de los 80.

El fracaso del gobierno de Guillermo Lasso, principalmente, podría entenderse como el fracaso del consenso anticorreísta que ha dominado el escenario político ecuatoriano, al menos, desde el año 2018. Como he analizado en otros artículos, el anticorreísmo se constituye como un discurso de odio que ha servido fundamentalmente para derechizar el debate político y plantear un escenario más favorable para el discurso del bloque oligárquico, ocultando sus verdaderos intereses, de modo que pueda contrarrestar el discurso antineoliberal que estableció la Revolución Ciudadana siendo gobierno.

El ciclo que inició con la campaña por el 7 veces Sí para la consulta popular de 2018, en donde se logró la mayor unidad de sectores bajo el paraguas del anticorreísmo, pasando por las jornadas del paro nacional de octubre de 2019, hasta la campaña presidencial del año 2021, fueron la etapa de más articulación y fuerza del consenso anticorreísta. Logrando, bajo un liderazgo claro de Guillermo Lasso, victorias políticas importantes frente al campo popular progresista.

A partir de la asunción de Guillermo Lasso como presidente de la República este consenso fue, de a poco, erosionándose. Una de las razones fue el cambio del lugar de enunciación de su discurso que causó estragos en la legitimidad del bloque. Esto quiere decir, que pasar de ser un discurso que se manifiesta desde la oposición política hacia uno que se construye desde el gobierno, empezó a minar la capacidad de representación de su principal liderazgo, Guillermo Lasso.

La poca capacidad gubernamental para entregar resultados positivos, incluso en términos neoliberales, ocasionó un cortocircuito en el discurso anticorreísta, que terminó por pedir a la ciudadanía que acepte vivir peor que antes con tal que un proyecto político no regrese al poder.

Esto sería el inicio del fin del ciclo discursivo anticorreísta, que en 2023 sufriría sus más fuertes derrotas políticas con los resultados electorales de las elecciones seccionales y la consulta popular de febrero, el inicio de juicio político en la Asamblea Nacional, y, finalmente, la firma del decreto de muerte cruzada por parte de Guillermo
Lasso.

El consenso anticorreísta había implosionado, siendo incapaz de mantener la unidad de todos los sectores que antes se habían plegado a este, perdiendo efectividad para explicar la realidad, y permitiendo que sus principales adversarios políticos, la Revolución Ciudadana y el Movimiento Indígena, se fortalecieran y recuperaran terreno discursivo. De este modo, podemos decir que se cerró la etapa más importante que ha vivido este discurso hasta la fecha.

Ahora bien, pensar que este fin de ciclo del anticorreísmo, sus horas más bajas, significa
también que son sus últimos días mientras se repliega paulatinamente hacia una marginalidad política para poder, finalmente, “ser superado”, me parece que es muy precipitado. Las identidades políticas, así como los discursos contenidos dentro de ellas, se constituyen por diferencia con otros. Quiero decir con esto, que es a través de los antagonismos existentes entre dos o más identidades que se conforman los contenidos de sus discursos, al mismo tiempo que se delinean las fronteras del debate político
entre ellas.

No existe identidad que exista por sí misma, que sea autorreferencial en sus contenidos,
sino que es mediante su relación con otras que se constituyen y se transforman a lo largo del tiempo. Entonces, lo que estamos presenciando ahora con el anticorreísmo no es tanto su disolución, como una crisis en el ámbito de su representación.

Si la Revolución Ciudadana y el correísmo siguen existiendo con relativa fuerza, es muy
probable que el discurso que trate de contrarrestarla se mantenga. Por tanto, tiene sentido pensar que el discurso anticorreísta no se irá muy lejos y lo que está sucediendo ahora es, más bien, que este ha entrado en un periodo de transición mientras encuentran un nuevo representante que ocupe el lugar vacío que deja Guillermo Lasso luego de este ciclo.

Las preguntas que caben, entonces, serían: ¿Qué actor político será capaz de articularse dentro de ese discurso para así liderarlo en un nuevo ciclo? ¿Qué características impregnará este nuevo liderazgo al anticorreísmo?¿Mantendrá el odio como base central de esta identidad política o le dotará de algún otro contenido ideológico? Quizás es posible vislumbrar algunas señales para responder estas y otras preguntas, pero será difícil responderlas con certeza ahora mismo. Este nuevo momento electoral será fundamental para ese proceso de transición que está viviendo la identidad anticorreísta, por lo que tendremos que esperar un tiempo más para entender qué dirección tomará su discurso. Mientras tanto, esta una identidad política que no debemos perder de vista.