Edison Pérez / @EdisonPerezz
Sin duda alguna que la Emergencia Sanitaria desbordó toda la capacidad de la infraestructura sanitaria estatal en el mundo entero, pero en algunos países, como el nuestro, esto se hizo más evidente, catastrófico y lamentable. Y no sólo porque el sistema público de salud colapsó, sino porque el Gobierno de Lenín Moreno no tuvo la voluntad política ni la capacidad para afrontar la crisis de forma técnica, oportuna, eficiente, con medidas adecuadas, con sentido común y de forma humana.
Implementaron una novelería, propia de los tiempos modernos, en esta Emergencia Sanitaria, que nos obligó a establecer una cuarentena y mantener un distanciamiento social para evitar más contagios, el denominado TELEGOBIERNO, el TELETRABAJO, la TELEEDUCACIÓN y la TELEMEDICINA, que no es otra cosa que la administración del Estado, el desarrollo de las actividades laborales, la formación académica y la asistencia médica a través de la tecnología. Una especie de atención a control remoto por teléfono, vía whatsapp, en páginas web, con publicaciones en twitter, en medios de comunicación, con cadenas nacionales y ruedas de prensa virtuales, pero que lamentablemente no fueron implementadas de la mejor manera por el Ejecutivo porque confundieron y mezclaron absolutamente todos los conceptos, procedimientos y metodologías cuando trasladaron su accionar y toma de decisiones a esos espacios virtuales a los cuales no todos los ciudadanos tienen acceso o simplemente porque las plataformas digitales puestas a disposición, por parte del Estado para la ciudadanía, no estaban a punto, no estaban bien desarrolladas.
Todo empezó mal, sin un liderazgo político claro y firme, sin un direccionamiento técnico que marque el camino desde el Gobierno Central hacia los Gobiernos Locales, dejándolos a la deriva para después desacreditarlos. No hubo un plan de acción, al menos de corto plazo, para ejecutarlo. No se escucharon recomendaciones, no se asimilaron o analizaron experiencias de otros países. En suma, primó y reinó la ineficiencia, la ineptitud y la improvisación.
Para colmo, se hicieron evidentes las apetencias políticas y protagonismos internos de ciertos actores del Ejecutivo. Una disputa a ultranza por las pantallas y los micrófonos para mostrarse como los líderes “naturales” para ocupar una silla vacía dejada en Carondelet por un Presidente ausente que ya no cuenta, desde hace muchos meses, con el beneplácito popular.
Esta crisis muestra la diferencia fundamental de valores que existe entre los actores políticos, los banqueros, los empresarios y los periodistas con el ciudadano de a pie, con el comerciante autónomo, con las personas en situación de vulnerabilidad, con los habitantes de calle, con las madres cabeza de hogar, con las empleadas domésticas, con los pobres y con los desempleados. Porque no es lo mismo pasar una cuarentena en la comodidad de una casa amplia con espacios verdes, con una refrigeradora llena, con una alacena presta para afrontar un confinamiento donde no faltarán al menos dos comidas al día. Mientras que millones de personas, a duras penas, podrán sobrevivir con las justas el día a día. Muchos estudiantes no podrán continuar sus estudios porque no tienen acceso a internet y miles de enfermos no podrán ser atendidos porque la plataforma digital y el sistema de salud pública colapsaron.
Somos testigos, en vivo y en directo, de las consecuencias nefastas del desmantelamiento del sistema público. La satanización por parte de los “visionarios liberales” que planteaban y siguen, desde su tozudez, planteando la reducción del Estado, sin detenerse un momento a pensar y analizar que su propuesta de modelo pro mercado y neoliberal dejó en soletas la capacidad de reacción en momentos de crisis como esta. Al parecer el número de muertos no pesan sobre sus hombros, continúan tomando decisiones perversas que intentan privilegiar a los grandes empresarios y a la banca, en definitiva siguen con el chip de salvaguardar el establishment por sobre todas las cosas.
Se indignan y rasgan las vestiduras porque el Presidente de El Salvador, Nayib Bukele, se atreve a pintarnos el rostro internacionalmente, osa en tomarnos como ejemplo de lo que no se debe hacer en plena crisis sanitaria. Se molestan porque muestra al mundo lo que los propios guayaquileños, en su desesperación, difundieron por redes sociales. Tuvo que suceder eso y que medios de comunicación como CNN, la BBC, Rusia Today, El País de España y unos cuantos más se hagan eco de esa afrenta para que el Gobierno trate, nuevamente, de forma improvisada, solucionar un problema latente que desborda toda capacidad de asombro.
Parece que el comportamiento social, la desgracia humana y la ineficiencia gubernamental del mundo imaginario de la novela de Albert Camus, La Peste, se vuelve verosímil en la cotidianidad caótica y desesperante que vive Guayaquil.
Y en lugar de asumir la responsabilidad y corregir los errores prefieren defenderse tomando como ejemplo lo que pasa en Estados Unidos, en New York específicamente, epicentro del mayor número de contagios y fallecidos por COVID 19. Dicen que ahí sucede lo mismo que en Guayaquil, vaya desfachatez. Argumentan que en la tierra del Tío Sam se hacen fosas comunes, que las funerarias no se dan abasto, que los cementerios y el sistema de salud pública también colapsaron. Sin embargo, que la misma desgracia suceda en una potencia mundial no debería ser el mejor argumento para justificar la indolencia, ineficiencia e ineptitud de un Gobierno.
¿Acaso lo que sucede en Estados Unidos es algo que nosotros podemos cambiar o mejorar? ¿Si el señor Trump comete los mismos errores que el señor Moreno, debemos ser indulgentes y dejar de “quejarnos” y demandar acciones concretas y más eficaces por parte del Estado? No señores, tenemos que gritarlo a viva voz para que al menos ese sufrimiento y dolor expresado en imágenes en redes sociales le permita a este Gobierno y su Gabinete acelerar las cosas, ponerse a pensar en grande y tratar de asumir con la mayor responsabilidad y sentido humano esta pandemia.
Pero no, se enojan y se ponen de lugartenientes diciendo que aquí no aceptan sugerencias y que ellos saben cómo sobrellevar esta emergencia. Pues no, no es cierto, no pudieron manejarlo como ellos pensaban que lo podían hacer. Primero ocultaron información sobre el número de contagiados, el número de muertos, el número de pruebas realizadas. Luego mintieron sobre el número de pruebas que se iban a comprar, también mintieron sobre los recursos asignados a un Ministerio de Salud plagado de incompetentes impuestos por terceros, esto dicho por la misma exministra Andramuño que se fue despotricando en contra del Gobierno. De igual forma mintieron al decir que el pago de la Deuda Externa de 320 millones de dólares era necesario porque eso garantizaba que nos acrediten 2 mil millones de dólares para afrontar la pandemia.
Intentaron darle un giro discursivo y maquillar esa nefasta impronta utilizando las declaraciones frescas de un flamante Ministro de Salud que no sabía en lo que se estaba metiendo. Por su parte, el nefasto Ministro de Finanzas salió al paso para desmentir lo dicho por la Exministra y hasta la fecha no hace públicos los registros de las asignaciones presupuestarias realizadas al Ministerio de Salud para enfrentar la Emergencia Sanitaria.
De nada les sirvió montar toda una campaña comunicacional para intentar tapar la desgracia latente que se vive en Guayaquil. El mundo digital, globalizado y virtual les restriega en la cara su incompetencia, ineptitud e indolencia. Les pone en evidencia que sus acciones son mínimas y que solo les interesa la F-Otto para el 2021.