Bruno, mi perrito zurcido.
Este lunes le amputaron la pata a mi perro de siete años, tras año y medio en la búsqueda de soluciones, tiempo en que le realizaron dos intervenciones y diferentes tratamientos en su extremidad posterior derecha; el veterinario decidió que lo mejor para la calidad de vida del Bruno era mutilar. Ha sido un período emocional y económicamente complicado. Por un lado, observar cómo la vitalidad de mi compañero se veía comprometida, a la vez, la sensación de impotencia debido a los fracasos médicos. Por otro, los gastos se han incrementado, así como mi angustia por los costos que se deben afrontar.
El Bruno llegó a casa cuando yo tenía 25 años, era adulta, pero con pocos ingresos económicos; recuerdo el cuestionamiento de mi mamá: ¿estás segura de poder cuidar del animalito unos diez años? Criar un perro no es fácil, ni barato, yo no quiero saber que el animal sufre. Mi madre no era animalista, ni nada por el estilo, solo me estaba recordando el sentido común: cualquier vida debe ser digna. Sin imaginarme que esa cabecita ojona iba a sembrar en mí recuerdos maravillosos, así como un dolor impensable, acepté la responsabilidad con entusiasmo.
¿Y los derechos de los animales?
La Constitución del Ecuador menciona dos veces la palabra animal, pero se los relaciona con la soberanía alimentaria, más no como seres merecedores de derechos. En cuanto al Distrito Metropolitano de Quito, cuenta con la Unidad de Bienestar Animal que promueve una cultura de responsabilidad con la fauna urbana. Así también, gestiona dos hospitales veterinarios gratuitos, ubicados al sur y norte de la ciudad; sin embargo, los servicios son limitados: esterilización, consulta externa y adopciones. No puedo restar valor al servicio que prestan, aunque no es suficiente.
En enero de este año, la Corte Constitucional reconoció que los animales son sujetos de derechos al formar parte de la naturaleza y dispuso a la Asamblea Nacional, Ministerio de Ambiente junto con la Defensoría del Pueblo adaptar un cuerpo legal que respalde dicha sentencia. El reconocimiento es un avance fundamental, debido a que nuestro país no cuenta con una ley que ampare, específicamente, a los animales. Incluso, se reformaría el art. 585 del Código Civil que, a estas alturas del partido, considera a estos seres vivientes como “objetos semovientes”.
Esta mirada, desde los derechos, sería otra de las semillas que impulsaría la erradicación del maltrato animal. A esto debe sumarse la creación de instituciones públicas como instancias legales, zoosanitarias y refugios que se especialicen y velen por el bienestar de estas criaturas vulnerables. Pero las soluciones no llegan hasta aquí, hay que poner en debate nuestra conducta respecto a nuestros hermanos menores. Muy poco se dice del especismo, por ejemplo; o de One Health, concepto que busca una salud pública integral, propiciada por una convivencia armónica entre las personas, el medio ambiente y los animales.
No se trata de necesidades no resueltas o moda, son derechos que les cumplimos o vulneramos a los animales no humanos. Te propongo ponerte en las patitas de estos seres sintientes: imagínate siendo un gallo encerrado en una caja por horas, solo por ser gallo. ¿Acaso crees que son comunes los huevos de dos yemas? Las gallinas nos son manufacturas. ¿Cuándo nos cuestionaremos, en serio, el sufrimiento animal que causamos debido a nuestra alimentación, vestuario o entretenimiento?