Por: Omar Jaén / @kelme_boy
Periodista y docente universitario
¿Cómo carajos te atreves, Diego?, ¿Cómo nos dejas así, huérfanos, heridos, en silencio, lagrimeando? Siempre juramos que vencerías a todo, incluso a la muerte. Durante tantos años nos llevaste al extremo de los nervios por tu salud, te vimos descompensado, hospitalizado, pero siempre salías avante. Pero esta vez la gambeta te quedó corta, no hubo cómo replegarse.
Debes entender, Diego, que tu partida nos deja en la nada, sin rumbo, rememorando todos esos momentos en que nos hiciste felices.
Fueron icónicos tus goles en el Nápoles y en Boca. Todo el mundo por estos días recuerda una y otra vez tu insultante demostración en México 86, esa cita en la que nos dejaste bien claro que estábamos viendo una deidad. Claro, lo que le hiciste a los ingleses jamás se olvidará -esa venganza por los muertos de Malvinas en el terreno que más les duele, en el campo de fútbol-. Luego vendrían dos pinceladas ante Bélgica y el pase al “Burru” para ascender a los cielos.
Pero, sabes qué, Diego, ese no es el momento que más recuerdo de ti. La imagen que siempre aparece en mi cabeza al pensarte es verte llorar en la final de Italia 90. Observarte impotente, puteando, sufriendo al ver a Matthäus levantando la copa, me hizo caer en cuenta de que eres humano, después de todo. Y entender eso me ayudaría para lo siguiente.
A partir de la final de Roma tus problemas estallaron en la prensa. Tu positivo por cocaína después del partido contra el Bari (1991) te desterró definitivamente de Nápoles. Luego vendría Sevilla, la esperanza de Estados Unidos que terminaría cortándote las piernas y el retorno a la “Bombonera”. Entre esas idas y venidas, tus problemas de adicción fueron más públicas, más desmedidas. En varias ocasiones te vimos tratar de abandonar el infierno de las drogas, pero nunca se pudo. Créeme, Diego, siempre estuvimos de tu lado, sufrimos a tu lado.
Pasaron los años, pero siempre confiamos en nuestro Diego. A pesar de verte en momentos desagradables, siempre estuvimos para rezar por ti, como lo hizo ‘Tota’. Regresaste a tu tierra en una última aventura desde la banca. Te soy sincero, no lucías bien, pero tu recorrido por las canchas permitió que tu gente te rinda homenaje cada domingo.
Y ahora no estás. Te fuiste mientras dormías. Nos dejas huérfanos, el fútbol perdió a uno de sus padres. Buenos Aires, Londres, Río, Sidney, Beijing, Portoviejo, Barranquilla… No hubo lugar en el planeta en donde tu partida no conmocionara a todos. Te lloramos, te honramos, te extrañamos.
No faltaron aquellos que te apuntaron con el dedo, los que festejaron que ahora estés con mamá. Seamos francos: te odian porque nunca fuiste lo que ellos querían que fueras. Nunca te sentaste en la misma mesa con las élites políticas de tu país o del fútbol mundial, siempre estuviste del lado de los más pobres. Pero lo que más molesta a quienes hoy te vejan fue tu posición política. Les carcome que hayas abrazo a Fidel, que sonrieras junto a Chávez, que consolaras a las abuelas de Plaza de Mayo, que cantaras con Lula, que comieras con Evo. Te aseguro que si hubieras cenado con Uribe, vacacionado con Macri o fotografiado con el inquilino de turno de la Casa Blanca, las críticas en tu contra se hubieran atenuado. Lo sabías, pero igual estuviste del lado correcto de la historia.
Diego, siempre supe de tus problemas. Siempre supe que tus adicciones te mataban lentamente. Siempre supe que las drogas opacaban al ser humano. Pero que quede claro, eras una persona con una enfermedad, al igual que millones de pobres, clase media y ricos del mundo que la padecen. Tu único pecado fue que tu problema de salud fue televisado por más de tres décadas. Yo no te juzgo, menos aún cuando también peleo a diario con mis propios demonios.
Te vas Diego y prefiero no enfrascarme en el estéril debate de enaltecer o manchar tu legado. Escojo valorar el llanto y las palabras de aprecio de tus compañeros en equipos y la selección. Escojo destacar los elogios de estrellas de otros deportes, de cantantes, de actores, de dirigentes sociales, de barrenderos, de prostitutas, de mendigos, de abogados, de viejos y jóvenes que te apreciarán de por vida por brindarles tantas alegrías.
Ve y abraza a ‘Tota’, ve y besa a Don Diego. Acá los huérfanos honraremos al padre en cada cancha, en cada partido, en cada gol. Acá los huérfanos nos refugiaremos apreciando jugadas de terrenales, pero siempre añorando al Dios sucio y humano de Villa Fiorito.