Quito, 14 de junio (La Calle).- El conflicto latente entre Israel e Irán entró en una nueva fase de alto riesgo geopolítico tras el ataque iraní con misiles balísticos sobre el complejo militar Kirya en Tel Aviv, sede del Ministerio de Defensa y del Mando Central del Ejército israelí. Lo que Israel justificó inicialmente como un “ataque preventivo”, se ha convertido en una contraofensiva sin precedentes que fractura la narrativa de su supremacía estratégica en la región.
Lejos de ser un acto aislado, el impacto directo sobre el llamado “Pentágono israelí” marca un punto de inflexión: Irán ha optado por responder como Estado y no como actor encubierto, y ha enviado un mensaje claro al eje occidental —Israel ya no es intocable.
El mito de la supremacía estratégica, hecho polvo en Tel Aviv
Desde su fundación, el Estado israelí ha cultivado un relato basado en la superioridad tecnológica, la precisión militar y la defensa como principio rector. Pero el misil que impactó en las cercanías de la Torre Marganit no solo perforó concreto y acero: destruyó una ilusión.
El ataque iraní, limitado pero quirúrgico, no se dirigió contra civiles ni zonas ambiguas, sino contra el núcleo del poder coercitivo israelí. En el plano geoestratégico, eso equivale a una afrenta frontal al monopolio militar que Israel ha ejercido durante décadas con respaldo occidental. La imagen de humo sobre Tel Aviv no es solo simbólica: es profundamente política.
Netanyahu, atrapado entre la arrogancia militar y el aislamiento diplomático
El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ha apostado por una política exterior agresiva en los últimos meses: bombardeos en Siria, asesinatos selectivos de líderes regionales y una intensificación brutal del conflicto en Gaza. Su estrategia ha sido convertir la acción militar en herramienta de gobernabilidad interna, usando el miedo como cemento político.
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Pero el contraataque iraní revela los límites de esa lógica. Cuando un Estado asume que su poder está por encima de toda consecuencia, confunde disuasión con impunidad. El resultado es este: un misil en el corazón de Tel Aviv, una crisis interna sin precedentes y un colapso de la confianza pública en la supuesta invulnerabilidad del aparato militar.
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No es terrorismo, es guerra interestatal: la nueva era del conflicto
El episodio rompe con la narrativa simplista de «Israel responde» e «Irán amenaza». Lo ocurrido no encaja en las categorías habituales de ataque preventivo o represalia terrorista. Estamos frente a un enfrentamiento directo entre dos Estados con capacidades militares desarrolladas.
Irán no ha golpeado a la población civil; ha apuntado al cerebro operativo de su adversario. Y en hacerlo, ha impuesto una nueva lógica en el tablero de Medio Oriente: la del equilibrio del miedo real, no simbólico. Una guerra de lógicas estatales, donde cada decisión tiene consecuencias regionales —y globales—.
La fragilidad del poder militar sin responsabilidad
Lo que Israel ha perdido en este episodio no es solo un blanco estratégico, sino su autoridad moral frente al mundo. La prensa occidental podrá relativizar el hecho, hablar de daños menores y justificar el bombardeo como un episodio más. Pero la imagen de un Tel Aviv herido modifica la arquitectura simbólica del conflicto.
TUIT Israel Defense Forces: https://x.com/IDF/status/1933328551333216407
La Cúpula de Hierro, exaltada durante años como el escudo perfecto, ha demostrado límites claros cuando el adversario no lanza cohetes caseros, sino misiles balísticos diseñados por un Estado soberano. El monopolio del ataque se ha roto. Y con él, el relato de una Israel eternamente amenazada que actúa solo en defensa propia.Una era de equilibrio militar entre potencias regionales ha comenzado. Y con ella, el mundo se acerca peligrosamente a una confrontación directa donde ya no bastan las condenas diplomáticas ni las cumbres internacionales. Tel Aviv ha ardido no como símbolo de defensa, sino como consecuencia de una estrategia que confundió arrogancia con invulnerabilidad.