Por: María Isabel Burbano / @rizossalvajes
Los hombres son, en muchas veces, el reflejo de su época y con Cesare Pavese, eso no es la excepción. Nacido en septiembre de 1908, Pavese vivió durante las dos guerras mundiales y con eso, el sentimiento de desesperanza, de pérdida. Sus novelas son un testimonio de la Italia en la que le tocó vivir y sus poemas son una muestra de su genio y los sentimientos por lo que transitaban sus palabras.
Pero de toda su literatura, la que más resuena es su diario que llevaba desde 1935 y que se publicó post mortem bajo el título de El oficio de vivir. En esta entrega de los escritores desdichados exploraremos algunas de sus entradas, otros títulos y su muerte trágica para las letras.
La angustia de la existencia está presente en la vida de Pavese con la sensación de fracaso siempre como protagonista. Esta cita del 13 de septiembre de 1936 nos muestra un desinterés del escritor al que le gustaba reflexionar sobre la poesía y su estructura. Para ese mismo año publica su primer poemario Lavorare stanca (Trabajar cansa).
Con una infancia complicada, su padre murió cuando tenía seis años, se trasladaba con frecuencia a Turín, una ciudad industrial que quedaba cerca de su pueblo y en la que se instaló para estudiar. La literatura – la poesía, el cuento – le permitió a Pavese hacer catarsis y darle un sentido a sus frustaciones y vacíos.
Se licenció en 1930 de la Universidad de Turín en Filología inglesa. Pavese aprende a escribir no solo desde la lectura, también desde el campo de la traducción. Empieza con Ernest Hemingway y William Faulkner, contemporáneos estadounidenses. Pasa por Walt Whitman y Herman Melville e integra el estilo de narrar la experiencia humana que encuentra en las obras de estos autores. De allí pasa a ser crítico y perfila un camino de activismo al afiliarse al Partido Comunista italiano. Era joven cuando Benito Mussolini tomaba el control de su país. Eso no lo frenó. Fundó la editorial Einaudi y escribió sin descanso, pero por varios de sus textos antifascistas se lo confinó en un pueblo de Calabria, en el que debía pasar por la comisaría a diario.
¿Por qué uno escribe? Las razones son variadas, pero para la generación de Pavese, cruzada por el dolor, la sangre, la muerta y la guerra, un refugio era la literatura, especialmente la poesía. No solo para plasmar las consecuencias de los conflictos y plasmar esa realidad adversa, sino para salir de ese espacio de dolor y muerte.
Entre 1938 y 1950 construye una narrativa de 14 títulos. Entre ellos destacan dos novelas –Il diavolo sulle colline (El diablo sobre las colinas) y La casa in collina (La casa en la colina) – ambas de 1948. La descripción del lugar, las ilusiones de los jóvenes, el entregarse a los deseos y descubrir lo prohibido y salir de ese espacio seguro. Una literatura postguerra que vaya más allá del horror y nos lleve a lo inesperado, a lo real.
Si bien la vida para Pavese estaba en la poesía, de allí tal vez que le hayan puesto a su diario, El oficio de vivir, la existencia era un peso que pendía sobre sus hombros. En 1949 recibió el Premio Strega por las tres novelas reunidas bajo el título “La bella estate” (“El hermoso verano). Cesare Pavese era uno de los escritores italianos más brillantes de su generación, pero estaba al borde. La última entrada en su diario es la frase que da inicio a este relato. “Todo esto da asco. Basta de palabras. Un gesto. No escribiré más”.
Tenía 41 años cuando tomó varias dosis de somníferos en un cuarto de hotel de Turín. El padre muerto, la relación trunca con la actriz estadounidense Constance Dowling – a quien dedica los versos de Verrà la morte e avrà i tuoi occhi – y los amigos perdidos en la II Guerra Mundial serían las razones del suicidio. O tal vez la vida que todo lo devora a su paso.
En la mesita de la habitación de hotel estaba su libro Dialoghi con Leucò (Diálogos con Leucó) 1953. Allí había escrito: «Perdono a todos y a todos pido perdón ¿Está bien? No hagan demasiado chismerío». Una vida llena de literatura como alivio para la existencia terminó como Pavese claramente quiso, con 12 palabras en un diario y después el silencio.
Puede interesarle: Grandes desdichados – Séptima parte: Charles Baudelaire