Quito, 10 nov (La Calle). – Todos los fines de semana, por las calles del Centro Histórico de Quito, se escucha el canto de un mariachi. Quienes transitan por la calle Venezuela se detienen a escuchar y bailar el repertorio ranchero de Ronny Oropeza.
Ronny, sumergido por su padre en el mundo artístico, comenzó a cantar desde los 5 años. Cuando cumplió 13, lo hizo profesionalmente. Desde entonces, participó en varios festivales, en los que descubrió su pasión por este tipo de música.
Con una trayectoria de más de 20 años, Ronny dejó su natal Venezuela para esparcir su música en otros países. Puesto que, su país de origen atraviesa una crisis política, económica y social desde principios del 2013, que propicia un escenario de violencia, inseguridad, escasez de alimentos, medicinas y servicios esenciales.
El número de ciudadanos venezolanos que, hasta el presente año, salieron del país llanero alcanza los 4 millones, según la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).
Los países latinoamericanos son los que más migrantes venezolanos reciben. Colombia acoge alrededor de 1,3 millones; le sigue Perú, con 768.000; Chile con 288.000 y Ecuador, con 263.000.
En este contexto Rony recorrió algunos países cercanos repartiendo su música. En México, por ejemplo, formó parte de varios grupos artísticos con los que creó piezas como: Un pañuelo con hilos dorados y Una correa con la hebilla de un toro. Actualmente, vive en Ecuador, donde inunda sus calles con su canto y, fruto de ello, consigue varios contratos.
Para él, la vida de artista implica disciplina y perseverancia frente a cualquier adversidad, y eso es algo que quiere enseñar a las nuevas generaciones. «Este don lo voy a heredar a mi hijo Antony. Él tiene que ser como su padre: luchador y apasionado, un auténtico mariachi.»
DC