El trabajo de ser sexi
Desde que me acuerdo he lidiado con el acné, no en grados mayores, aunque ha sido una constante. No es que me he acostumbrado, pero con cierta resignación, he preferido “hacerme la loca” con el asunto. De adolescente ya me atormenté lo suficiente como para continuar con esa postura sufridora e inútil. Hace un par de meses, mi ginecóloga me recetó unas grageas coloraditas para el control hormonal; siendo franca, no soy una paciente que pone en tela de juicio las indicaciones de los médicos; así que, con igual filosofía que con los molestos granitos, acepté tomarme las pastillas y que sea lo que dios quiera.
Sin esperármelo, unos días después de iniciar con la terapia hormonal, el acné desapareció. Inmediatamente, percibí otro imperfecto: un lunar bastante grande al final de mi ceja izquierda; y ya que andaba con tan buena racha, pedí una cita con la dermatóloga. Con mucha confianza me saqué el cubrebocas para que revise mi casi, casi perfecto cutis. Con sorpresa me entero de que el puntito regordete no era de importancia, solución: mucho protector solar. Lo que debía preocuparme era el nuevo diagnóstico: queratosis; una especie de manchitas oscuras con relieve en varios espacios del rostro.
Crioterapia es el nombre del procedimiento que me realizaron para que se borren estas pigmentaciones. Como es mi costumbre, acepté, sin reparos; pero, para mi desconcierto, aplicaron anestesia en cada peca, para luego congelarlas. Fue doloroso, al punto que salí impresionada, incluso, ahora que lo comparto con ustedes, siento un hormigueo en la panza.
Esta intervención ambulatoria, si bien tiene un efecto estético, se efectúa puesto que puede desencadenar en un cáncer de piel. Preferí omitir esa información, incluso, con la gente de mi confianza, solo indiqué que me iban a quitar unos cuantos lunares. Hasta ahí el cuento no pasa de lo anecdótico, lo interesante resulta, cuando varias amistades se contactan conmigo y me explican sus ansias de verme porque tienen altas expectativas con los resultados. Si a mí me funcionó, ellas también lo intentarían.
Pensar la belleza es un asunto que ha ocupado a las sociedades de todas las épocas con sus respectivas singularidades y el Siglo XXI no es la excepción. Lo que hay que considerar es que estos mandatos estéticos no están desconectados de las estructuras económicas, políticas y sociales; al contrario, los modos de producción también producen nuestros gustos, emociones y deseos. ¿Esto qué significa?
Quiero decir que esta idea contemporánea de alcanzar la perfección física, cueste lo que me cueste, da cuenta del proceso histórico en el que estamos viviendo.
No es suficiente con estar delgada, hay que ser esculpido por el gimnasio; tampoco alcanza con cuidar la piel del acné porque aparecen las líneas de expresión, el bótox se ha hecho popular y accesible; no solo quiero tener los dientes blancos, ahora se habla del diseño de sonrisa; y se podría continuar con la lista, en nuestra era, cualquier parte del cuerpo es susceptible de mejora.
Asimismo, esta búsqueda del atractivo físico ya no es considerada un acto vanidoso y superficial. Ahora es cuestión de amor propio, salud, autoestima. Por eso la Internet está inundada de truquitos para que cualquier ser o persona, especialmente la mujer, alcance la hermosura. Hace no mucho, se sentía vergüenza o incluso se negaban los “retoques” a los que se sometían las “féminas”, por lo general, pertenecientes al espectáculo; hoy, cantantes como Anitta o mujeres comunes y silvestres, pero igual de expuestas a las redes sociales, cuentan con pelos y señales, acerca de las cirugías estéticas que les han permitido verse cómo ellas han querido.
Las sociólogas Eva Illous y Dana Kaplan, El capital sexual en la modernidad tardía, explican que la apariencia física es decisiva en el modelo neoliberal en el que vivimos, porque el sexappeal es un recurso que permite generar dinero y, además, goza de prestigio; haciendo gala de esto, principalmente, actores, actrices, cantantes e influencers. Aunque no se limita a los espacios glamurosos, cada vez es más frecuente que los trabajos regulares parezcan una pasarela de moda.
En primera instancia, parecería que este capital sexual (belleza, sexualidad) solo está relacionado con la libertad y autonomía que tenemos sobre nuestros cuerpos, sí lo es; pero lo sustancial, para las investigadoras, radica en que esta forma de ser deseables no se limita a la experiencia carnal, ya que también se traslada a los espacios laborales, dónde nos quieren sexis, debido a que dicha energía crea seguridad, creatividad; en definitiva, nos hace producir (trabajar) más.
Pero, qué ocurre en una época en la que reina la inestabilidad laboral. Lo único que nos queda para recuperar dicha autonomía es, justamente, el capital erótico, lo que responde a su exacerbación: estas ansias de alcanzar la perfección física.
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