Vulnerable al riesgo de amar
Cada vez es más frecuente escuchar entre mis amistades comentarios respecto al riesgo que implica involucrase al ciento por ciento en una relación sentimental. Yo también he justificado la ausencia de una pareja formal con la explicación acerca de la “inversión de recursos” emocionales, de tiempo y económicos que se requieren para establecer un vínculo amoroso.
Los académicos sociales aseguran que la visión consumista ha contaminado las relaciones amorosas; es decir, los noviazgos los planteamos como lazos de tipo costo-beneficio. En un primer momento, parece una estrategia inteligente, sin embargo, lo que no logramos percibir es que las personas, al igual que cualquier producto de mercado, nos volvemos descartables. En definitiva, nos autocosificamos.
Pero esto no ocurre de la nada, vivimos en una época donde reina la precariedad laboral; para agosto de 2020, segunda ola de la COVID-19 en Ecuador, más de 200 mil personas, menores de 40 años, perdieron sus empleos: el 40% tiene entre 21 y 30, el 24% entre 31 y 40. De modo que, si a los millennials nos va mal, a los centennials les va peor. Además, hay que sumarle que el avance tecnológico auspiciará muchos menos empleos.
Es evidente la afectación psicológica que tiene esta inestabilidad, ¿quién puede sentirse a salvo en el mundo de la inseguridad laboral? Frente a esto, se habla de la flexibilidad; ¿recuerdan la contratación flexible propuesta por Guillermo Lasso? Sin compromisos, derechos, ni indemnizaciones. No hay certezas para el futuro, entonces es mejor disfrutar del ahora, “el presente es lo único que tenemos”. ¿Cómo me privo de algún capricho? Yo no sé si mañana contaré con el dinero para comprarlo.
Esta vida precarizada, sin seguridad social u económica, nos motiva a vivir a prisa y este apuro termina por convertir en objeto de consumo lo que se nos atraviesa, incluidas las relaciones. Todo se cristaliza en un contrato del tipo “hasta que me sirva”. Lo cual es posible porque otra característica de nuestra época es que hay una “aparente disponibilidad para disfrutar del amor”.
Los expertos del corazón aseguran que las “experiencias amatorias” nos permitirán disfrutar más de las próximas relaciones porque cada una nos deja una “enseñanza”. Sin embargo, me surge una duda: ¿este bagaje sentimental nos convierte en más sabios acerca del amor o más hábiles para las conexiones breves?
Para Zygmunt Bauman, filósofo polaco-británico, es imposible “aprender a amar”, ya que es algo que ocurre y surge de la nada; lo que hacemos es darle sentido al acontecimiento, dando como resultado, la ilusión de haber adquirido un nuevo saber. Además, el amor no busca lo terminado, el amor busca construir; por lo tanto, amar es un conflicto porque toda creación ignora el producto final. En definitiva, amar es correr el riesgo de “perder la inversión” sentimental, temporal y económica.
La ilusión se halla en imaginar que, al vivir el amor sin compromisos, no corremos ningún riesgo. La realidad es que cualquier vínculo con otro ser humano es un dolor de cabeza y existirá incertidumbre. Esta sensación de inseguridad no se mitiga con el conocimiento mutuo de que no es una relación a largo plazo. Desde la psicología, se asegura que más bien nos resta autonomía, predisponiéndonos a dos formas de actuación: sumisión o agresividad.
No somos cosas que pueden ser reemplazadas; esta lógica del descarte solo es un delirio de libertad. ¡Rebelémonos! Rehusémonos a tratarnos y a gestionar nuestras relaciones con estas subjetividades economicistas de beneficios y conveniencias. ¡No tenemos que “dar la talla” para ser amados!
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