Terrorismo corporal
Abrí los ojos y eran las 4:00 de la madrugada, no pude dormir, pensando en cómo iba a correr 5 kilómetros. Lío al que me había comprometido un mes atrás. Finalmente, llegó la hora, la sensación de miedo a caerme, no poder; en fin, la posibilidad de “hacer el ridículo”, me tuvo la noche en vela. Por si fuera poco, mi hermana, el día anterior, sugirió dejarlo todo listo para evitarnos inconvenientes que nos retrasen llegar al sitio de la competencia. Es más, puso a mi disposición todos sus accesorios deportivos para evitarse posibles cancelaciones de mi parte.
Desde que me acuerdo he evitado correr y las veces que lo hice fue a regañadientes en los patios escolares, además, con amenazas de unos ceros tan redondos que bajarían mi promedio de “excelentes calificaciones”. No es una exageración, en bastantes oportunidades mi madre tuvo que justificar (mentir) mis pocas ganas de ejercitarme. Era una especie de soborno implícito que hicimos: su complicidad silente a cambio de mis méritos académicos. Así pasaron doce años de mi vida.
En varias ocasiones, mis parientes cercanos, que conocían este “secreto”, lo utilizaron para burlarse de mí. Lo que no sabían es lo que se escondía detrás de mi negativa al ejercicio. En mi época, la práctica deportiva se hacía con shorts, lo que implicó que mis compañeras me perciban de forma diferente: dos piernas de ellas, era una pierna mía. Probablemente, es una exageración, pero cuando uno empieza reconocer su cuerpo y solo se muestran ciertas corporalidades como las correctas, las demás existencias se vuelven anómalas, deformes, inferiores.
Ver que en nombre del humor (del que todas, todos y todes hemos sido víctimas) se puede decir lo que se te antoja, también es violencia. Lo que ocurrió con Jada Smith evidencia la normalización de la broma que lastima. No, no es una invitación a las caras largas; todo lo contrario, busco las risas y creo en la alegría; sin embargo, cuando las chuscadas tienen como objetivo denigrar a alguien más, no resulta gracioso. ¿Entonces por qué nos divertimos con chistes sexistas, xenofóbicos, racistas?
Somos una sociedad que margina lo diferente a la “normalidad”. ¿Qué es la normalidad? Es un concepto que se construye socialmente y da cuenta de los valores estéticos, morales, políticos, económicos de determinado periodo en el que vivimos. En cuanto al humor, lo que para un tiempo puede ser jocoso para otro no. En relación con los cuerpos feminizados, se tiene que ser esbelta, alta, piel blanca, ojos claros, abundante cabellera rubia, joven. Me replicarán que hoy se ve diversidad corporal y no solo las rubias ojiazul son consideradas bellas; sí y no. Por un lado, ahora es común encontrarse con latinas encabezando la lista de las más deseadas; no obstante, el ideal de belleza caucásico persiste en el imaginario colectivo. ¿A poco por qué creen que llevamos maquillaje, nos pintamos el cabello, hacemos dieta? Estas prácticas pueden ser todo, menos pluralidad y amor propio.
Hilvanemos las ideas expuestas, son varias las estrategias que se han utilizado para sobajar a las mujeres y el humor malvado es una de ellas; en la gala del Óscar, el mundo enteró se dio cuenta de que están muy vigentes estas opiniones absurdas y retrógradas de que existe una sola forma para los cuerpos; por ello, para el comediante resultaba oportuno mofarse de una mujer, que por las razones que fueran, optó por no tener una frondosa cabellera. Está en nuestras manos erradicar esta violencia, cuestionemos los “chistes” que emplean las diferencias corporales como argumento de la “diversión”; recuerde que, si no nos reímos todas, todos y todes; hay agresión.
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