Nada que decir sobre San Valentín: “el día del amor”.
Yo defiendo la idea de que el amor por otras personas es algo que nos sucede —mágicamente—, va más allá de lo volitivo. Capaz y me dirán que eso es el enamoramiento, que el “verdadero amor” está vinculado con el poder de decisión de cada individuo. No quiero entrar en esa discusión, porque no creo en la categorización y jerarquización del cariño hacia los otros; entonces, estarán de acuerdo conmigo que ciertas emociones vibrantes —amor o flechazo como lo quieran etiquetar— que nos generan ciertos seres son inexplicables.
Recuerden que estoy hablando sencillamente del amor. Pero, ¿qué pasa cuando este sustantivo va acompañado de la palabra romántico? Los afectos se vuelven normativos y predecibles. Primero, se trasfigura en centralista porque el otro se vuelve la única fuente de carga emocional; dando paso a la fantasía del “tú y yo”, el resto para el quemeimportismo. Efectivamente, se trata de una construcción cultural heredada de la burguesía del siglo XIX, que se fundamenta en la exacerbación del bienestar individual.
¿Cuál es el inconveniente de que el querer en nuestra época sea visto como un tema personal? Cuando depositamos nuestros apegos en una sola persona, nos desprendemos abruptamente de nuestro contexto, limitando las redes colectivas de amor. Aunque no parezca, esta decisión del limitar la ternura no trae consigo beneficios mentales, ni sociales.
Por un lado, si bien somos gregarios, también la soledad nos es inherente; y es cuando la pareja entra a sosegar nuestros miedos y angustias. Sin embargo, es una quimera que me puedan completar porque, por sí mismos, nacemos siendo seres absolutos, son cuentos chinos esas ideas del “fundirnos en uno solo”. No llega el asunto a este tamaño, ya que hemos depositado nuestro cariño en el otro, lo queremos todo de vuelta. Semejante lío en el que nos metemos, ya que, como lo mencioné en un principio, esto del amor, puesto que sucede, termina; entonces nace el dolor y los sentimientos de insuficiencia al advertir que “no me aman”.
Y aunque los mimos y dulzura parecen un tema de dos, debe ser pensado en colectivo a causa de que es el que articula el cambio, debido a que se interesa por el bien común. Al diversificar nuestras emociones, dejamos de ser dependientes, asumiendo —sí con dolor—pero, con calma y sensatez una separación porque sabemos que las caricias afectivas no están agotadas y las rupturas no se relacionan con la valía personal. ¿Pero qué es esto del amor comunal? Implica involucrarse, genuinamente con la humanidad: inmigrantes, marginados, personas con discapacidad, mendigos, trabajadores sexuales, etcétera.
Comprender que el mundo gira un poquito más allá del propio ombligo nos libera del ideal romántico, dónde las relaciones sexo-afectivas nos rescatan de la trágica realidad. Con urgencia implícate en los proyectos de tu comunidad porque los “paraísos individuales” promueven la exclusión y obstruyen la diversidad. Debemos darnos cuenta de que amarnos permitirá ser ciudadanos responsables que cuidan de sí mismos y saben cuidar, sin dejar por fuera a nadie.
Coral Herrera asegura que la lucha por los derechos de las mujeres empieza en la cama y después en la calle. Por supuesto, lo romántico es machista y está a merced del sistema consumista: boda, luna de miel, alimentación, hijos, educación, vacaciones, seguros, bienes inmuebles.
No nos enredemos, no se discute la vida en pareja, se cuestiona la negativa a repartirnos en generosidad cuando estamos en dúo. Dicha perspectiva nos hunde en problemas emocionales, haciéndonos creer que en soledad debemos enfrentar el dolor; no es así al construir redes colectivas de afecto, porque esta mirada nos acerca a los demás; el amor alcanza para todas, todos y todes.
Te invitamos a leer más artículos de Nanda Ziur en este enlace.