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Una de cal y otra de arena | ¡Gracias, profes!

¡Gracias, profes!

A los cinco años conocí a mi primera profesora, Cumandá; junto con mis compañeritas y compañeritos le llamábamos, cariñosamente, “La Cumita”. Ella y el ratón Gumercindo, además, de enseñarme a dibujar mis primeras letras y números, posibilitaron mi entusiasmo por aprender. Esta profe tenía plena confianza en mí, me imagino que fue igual con el resto de parvulitos y parvulitas; pero, en lo que me concierne, sus certezas aportaron para que, desde entonces, abrace la vida escolar con alegría.

Recuerdo que, en una ocasión, “La Cumita” me pidió que prepare un poema, justamente, por el Día del maestro. Llegó el día del evento, mi acto se presentaba en último lugar; por lo que al llegar mi turno, varias autoridades se disponían a retirarse; esto me ocasionó una salida desanimada al escenario, cuando, de repente, le escucho a “La Cumita”, invitándoles a estas personas a ocupar, nuevamente, sus asientos para que no se pierdan “el mejor número del programa”.

Sí, esas son mis memorias de “La Cumita”: una maestra con inteligencia emocional. ¡Gracias, Cumita!”

Los expertos señalan que una inversión integral (Estado, sector privado y sociedad civil), en la primera infancia, es sustancial para que los niños y las niñas alcancen su mayor potencial y lleguen a ser adultos plenos. Frente a esto, ¿cuál fue la realidad de los profesores y profesoras del Ecuador durante la pandemia de la COVID-19?  Una investigación publicada en enero de 2021, Revista Multidisciplinar Ciencia Latina, mostró que las condiciones del magisterio ecuatoriano se agravaron; tanto las laborales como personales se vieron afectadas.

Por un lado, jornadas de trabajo interminables, sobrepasaron la carga horaria habitual; por otro, los hábitos cotidianos también se vieron comprometidos porque los salarios bajaron, debido a las medidas económicas del gobierno de turno, sumado a las inversiones monetarias de los y las docentes en equipos tecnológicos y conectividad para dictar las clases virtuales. A esta realidad se suma, la de aquellos maestros y maestras rurales que, para evitar que sus estudiantes pierdan continuidad en su aprendizaje, por falta de teléfonos, computadoras, internet, se dieron la tarea de recorrer grandes distancias para visitar a los escolares en sus hogares.

¿Qué podemos decir acerca de la salud mental?

1.200 educadores fueron parte de un proyecto de UNICEF que, junto con los departamentos estudiantiles de cada centro escolar, formó al profesorado en técnicas de escucha empática; así identificar si algún estudiante estaba en situación de riesgo dentro del hogar. No hay duda, que la crisis sanitaria ha humanizado, considerablemente, la labor de la enseñanza. Los y las profes están más pendientes del bienestar psicosocial del alumnado que de revisar una tarea.

Gracias a cada profesor y profesora por su compromiso con la niñez y adolescencia, además que se han sensibilizado respecto a que enseñar va más allá del proceso cognitivo, porque durante y después del confinamiento han señalado que la salud mental es una necesidad educativa real. Su apoyo ha sido crucial para que los niños, niñas y adolescentes gestionen cuadros de depresión, ansiedad, estrés, aislamiento, dolor.

El regreso a clases presenciales ha sido una esperanza para el país, debido a que, según cifras del Ministerio de Educación, más de 90.000 estudiantes abandonaron escuelas y colegios, producto de la crisis sanitaria. Frente a esto, el plan de retorno tiene que superar varios retos, uno de ellos, la deficiencia de 4.000 docentes. Por lo tanto, hay mucho por hacer, ya que el cuadro doloroso que enfrenta el sistema educativo ecuatoriano no se solventará solo con la apertura física de las instituciones educativas.  

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