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Una de Cal y otra de Arena | ¿El autoamor es la respuesta?

¿El autoamor es la respuesta?

Hace unos meses que he venido subiendo considerablemente de peso, aunque mi situación de “gorda” no es una novedad; desde que me acuerdo he sido la “gordita” de la familia, del colegio, del grupo de amigas, amigos y amigues. Pero hay un período de mi vida que me dediqué, contra viento y marea, a bajar los famosos kilos “de más”. ¿Cuáles fueron los motivantes que tuve para esta determinación?

Pese a que mi encuentro con el feminismo fue años antes de decidir acerca de esta pérdida de peso, debo admitir que hasta ahora es una asignatura pendiente asimilar lo diferente que puede resultar mi cuerpo en una cultura occidental, donde la delgadez es la norma. Incluso los famosos cuerpos curvy se muestran sin barriga, sin papadas en el rostro, sin várices; es decir, ocultan, de cierta forma, cómo es una corporalidad grande, robusta. Me atrevería a afirmar que este movimiento que busca visibilizar otro tipo de belleza, termina por reproducir las normas hegemónicas de lo bello.

Debo confesar que en mi breve paso por la delgadez tampoco alcancé esa añorada sensación de tranquilidad y satisfacción conmigo misma; porque la preocupación se trasladó a mantenerme flaca. Me obligaba a dormir para evitar comer, me endeudaba innecesariamente en grandes cantidades de ropa, zapatos, maquillaje, parecía que en cualquier momento iba a engordar. Como consta en la descripción, no me sentía calmada; es más, aseguraría que mis niveles de ansiedad incrementaron.

¿Reamente se trata de estar flaca o gorda? Sin miedo a equivocarme para mí la respuesta no está en la aceptación y el amor propio; más luces encuentro en aquellas narrativas que nos imponen sobre cómo debe ser la imagen corporal de lo femenino. Es el caso de las mujeres de Mauritania, a quienes las obligan a alcanzar el sobrepeso, porque en este país africano, la “gordura es hermosura”.

Lo que varía son los cánones de belleza establecidos, en un lado del charco nos quieren flacas y en el otro, obesas; entonces, lo que permanece es esta idea de que las mujeres debemos gustar: en algún momento histórico para lograr un buen matrimonio; ahora, los anuncios de empleo no tienen reparo en pedir “buena presencia”, es requisito para la contratación. No se diga, estos discursos que miran el aspecto físico tal cual valores positivos como la disciplina, determinación, responsabilidad, fuerza de voluntad, etcétera.

Probablemente, ustedes argumentarán que todo depende, en este caso, de cada mujer; quien no se quiere agobiar con la belleza, que no lo haga. Frente a esto, debo exponer que las decisiones propias no resultan tan autónomas como creemos porque hay elementos políticos, sociales, económicos que condicionan nuestras actuaciones. Estos traumas, aparentemente individuales, los padecemos todas las mujeres; sin embargo, los discursos sobre el autoamor nos lanzan la responsabilidad: si estás gorda haz ejercicio, deja de comer, haz algo. Y claro hacemos lo que podemos, pero la culpa nunca cesa.

Desde mi perspectiva, no es suficiente subir una foto a las redes sociales mostrando las celulitis, porque si bien amplifica la diversidad corporal; mientras haya reglas que dictaminen cómo hay que verse físicamente, habrá un privilegio por alcanzar, ¿quién estará dispuesta a perdérselo?

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