Derecho a no hacer nada
Hace un par de días tuve una entrevista laboral, estaban en la búsqueda de una comunicadora para un despacho jurídico. Acudí muy preparada: que si la estrategia comunicacional, que si el plan de medios, que si la generación de contenidos digitales, que si la rueda de prensa, que si el Tik Tok; solo me faltó descubrir el nombre del padre del abogado contratante, y esto a causa de que no encontré ningún rastro digital de dicha información. Modestia aparte, soy una cibernauta feroz.
Continuando con el cuento, llegó el momento de las preguntas del entrevistador. —Muy bien, Fulanita, tras revisar tu hoja de vida, me surge una inquietud: ¿por qué no registras la actividad laboral del 2013 al 2016? — No veía venir esa inquietud, ningún reclutador me la había hecho antes, probablemente, no cayeron en cuenta; me quedé unos segundos en silencio, mientras venían a mí las imágenes correspondientes a ese periodo.
En agosto del 2013, mientras escribía la tesis de pregrado, mi madre fue diagnosticada con metástasis. Un inesperado golpe, acompañado de un debilitamiento inmediato de su salud, no nos dio tiempo de asimilar la noticia y mi mami ya necesitaba asistencia para iniciar con el tratamiento paliativo y realizar cualquier otra actividad. Por común acuerdo familiar decidimos que yo asumiría la atención que requería. En tanto mi papá y hermana trabajaban para pagar las cuentas hospitalarias, yo “estaba” con ella.
Escribo “estaba”, con sarcasmo. Justamente, como se trata de un tema más que íntimo, doloroso; procuro entregar información muy general y esta cita indagatoria laboral no sería la excepción. —Mira Sultanito, durante los años que has mencionado, yo cuidé de la salud de mi madre, una paciente oncológica—. Abriendo los ojos y con tono benévolo respondió: —comprendo, comprendo, Fulanita, no trabajaste—.
¡El tipo no entendió nada! Al parecer, no se enteró de la economía del cuidado, cuyas actividades abarcan aquellas que procuran la existencia y bienestar de otros seres humanos, la mayoría de veces se desarrollan dentro de casa, además no son remuneradas o sí lo son el pago es irrisorio. Sí, estoy hablando de esos trajines que se nos pasan por alto como la crianza, la atención de los enfermos, la preparación de alimentos, la limpieza, el acompañamiento escolar, entre otras similares.
Claro que existe un componente emocional, el amor por los otros, otras y otres, que nos mueve a realizar estas tareas, sin embargo, esta misma razón ha servido para invisibilizar, feminizar y precarizar este valioso aporte a la productividad social. ¿Qué pasaría si nadie cuidaría de las personas enfermas?, ¿o qué pasaría si nadie lavaría los baños?, ¿qué pasaría si nadie cocinaría los alimentos? ¿Te das cuenta que se trata de actividades indispensables para el desenvolvimiento humano?
Para Valeria Esquivel lo que está en juego es el valor del tiempo de las personas que cuidan. ¿Esto qué significa? Es periódico de ayer que las mujeres somos las que, desproporcionadamente, asumimos los roles domésticos; entonces, si cuentas con un trabajo “formal”, debes ingeniarte para combinar la labor profesional con la de casa; y, te has convertido en una “esclava del tiempo”. En el mejor de los casos, consigues con un ingreso incompleto porque parte de tu jornada laboral no es reconocida.
¿Qué pasa si además de ser mujer eres pobre? Las estadísticas señalan que destinan más horas a la labor doméstica porque hay más hijos que cuidar, más miembros enfermos debido a una deficiente nutrición, los pocos ingresos demoran las compras en la búsqueda de rebajas y más actividades. Entonces a estas mujeres tampoco les sobra tiempo. Es desubicado e injusto asegurar que las personas que pasan en casa, desarrollando la economía del cuidado, deberían “aprovechar mejor el tiempo” y dedicarlo para “salir adelante”.
Para Esquivel, la pobreza de tiempo tiene implicaciones directas en el bienestar de las personas. ¿A estas mujeres les queda espacio en sus jornadas para el ocio? Según la cifras del INEC, ser mujer en Ecuador incrementa en 12,3% la probabilidad de carecer de tiempo libre.
Soy de las privilegiadas. Si bien el cuidado de mi madre ocupaba un promedio de cinco horas diarias, lo que retrasó la entrega de mi investigación, no tenía que preocuparme por pagar las cuentas y me quedaba tiempo para estudiar y descansar; además, la sensibilidad de mi padre y hermana les permitió percibir el trabajo que realizaba con mamá y me afiliaron al seguro social. Pero, no solo se trata de perspicacia, los recursos económicos familiares también son decisivos.
Como regalo decembrino y compromiso de año nuevo, te invito a reconocer a la gente que destinan su existencia a los cuidados de la vida de otros en casa, procurándoles un salario digno y prestaciones sociales. También, democratiza estas tareas con todos los miembros del hogar. Cuestiónate si a las mujeres o personas que se les ha designado larealización de las ocupaciones domésticas les queda tiempo para sus proyectos personales o para no hacer nada, ya que es válido y necesario.
Finalizando mi anécdota, no iba a perder mi tiempo respondiéndole con algún improperio; fue suficiente fingir que mi conexión a internet falló. Colorín colorado, a este machista lo he bloqueado.
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[1] Análisis de pobreza de tiempo con un enfoque de género: Caso del Ecuador, 2012.