Marcela Lagarde escribió: “¿qué sería de las mujeres sin el amor de otras mujeres?” Y es que la discusión del amor, constantemente, está presente en nuestra cotidianidad, pero muy poco se dice de las redes de afecto que tejemos las mujeres para sostenernos entre nosotras a lo largo de nuestras vidas.
Desde que era una niña tuve la suerte de conocer a otras chiquilinas dispuestas a entregar su mente y corazón a la amistad. Con 5 años ya contaba con mi persona favorita, íbamos al mismo jardín escolar, vivíamos en el mismo vecindario, nos gustaban los mismos niños; pero sobretodo, había un cariño genuino de la una por la otra.
En casa se heredaban los juguetes, no se compraban; pero mi mejor amiga siempre estaba lista para hacerme elegir entre sus bellas muñecas. Una ocasión, recuerdo que pidió a su mamá de regalo para su cumpleaños, que me obsequie a mí una muñeca nueva. —No sé dónde albergaba tanta nobleza en ese cuerpo pequeñito—.
El que inventó que las mujeres somos las principales enemigas de otras mujeres, —¡prepárese! —, le voy a desbaratar el cuento.
Con alegría les puedo asegurar que atesoro una colosal lista de anécdotas dónde otras niñas, adolescentes, jovencitas, hermanas, cuñadas, amigas, madres, colegas, mentoras, jefas, se convirtieron en una palanca emocional que me ha permitido sentir un mundo humano, alejado de la lógica de la competencia entre nosotras.
Lo que intento exponer está alejado de ser un argumento, escuetamente, sentimental; porque estas alianzas amorosas entre nosotras son estrategias que transforman el espacio social desigual en el que vivimos. No sentirnos en peligro por el potencial de otras mujeres es amor propio y este último es un acto político que posibilita realizarnos más allá del bienestar individual, que claro es conveniente, pero no suficiente.
Cuando tú impulsas y apoyas a las mujeres que te rodean a cumplir sus metas, no solo entregas cariño y amistad; contribuyes a que estas mujeres actúen desde una posición de poder; lo que repercute, positivamente, en las estadísticas alarmantes acerca de la violencia de género.
Si contamos con las oportunidades de crear la vida que anhelamos es menos probable que seamos víctimas de cualquier tipo de abuso: físico, psicológico, sexual o patrimonial. De manera consecuente, mientras más nos queremos, más bienestar perseguimos; lo que implica involucrarnos y exigir políticas públicas que velen por la fortuna de todas.
Aunque escribo en términos generales, hay que precisar que las mujeres no somos una masa homogénea, todo lo contrario, somos individuos diversos; justamente, el amor por otras mujeres significa reconocer que mis necesidades y formas de comprender el mundo no serán las mismas para todas; entonces se trata de un ejercicio de humildad que no tratará de imponer “mis soluciones” a las realidades de otras.
Tristemente, los indicadores de desarrollo humano no mencionan los porcentajes de sororidad que nos han salvado; aunque resulte divertido, esta estadística explicaría la importancia de este apoyo cómplice y amoroso. —No se confundan—, no necesitamos de heroínas que nos rescaten, pero sí sensibilizarnos y actuar ante las situaciones de privilegio de unas, frente a los escenarios de desventaja que atraviesan otras.
Con amor para todas ustedes.
“¿qué sería de las mujeres sin el amor de otras mujeres?”
Marcela Lagarde
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