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Una de Cal y otra de Arena –AstraZeneca en mi cabeza

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AstraZeneca en mi cabeza

Mis párpados se abren perezosos, en medio de la oscuridad, advierto las luces rojas del reloj, marca las tres dieciocho de la madrugada; el cerebro sabe que no es hora de despertarse y se perturba con los ríos de sudor que expulsa mi espalda, de inmediato, aparece un hormigueo de pies a cabeza.  Soy un tronco derribado sobre la cama, mi brazo izquierdo se ha convertido en una rama frágil e intuyo que, si no maniobro con estrategia, fácilmente, se despegará.  ¿Te imaginas esta situación? Como quiera la derecha, pero no la izquierda. Aunque siendo razonable, “ambitas dos” me resultaron bastante charlatanas.

Conduzco mis manos entre las cobijas y sábanas, ruego porque tengan memoria. No, no la fotográfica, sino aquella que enciende cualquier alcoba, puesto que funciona como un GPS: una caricia por aquí, otra por acá, hasta dar con el punto exacto. Pero en esta ocasión, es otro tipo de necesidad biológica, cual buzos en un océano de telas, deben localizar mi celular. Sin duda, tú y yo sabemos que es una emergencia real.  

¿Será posible concebir una vida sin celular?, ¿te imaginas afrontar los silencios incómodos en las comidas familiares?, o ¿perpetuar en tu cabecita el número de todos tus ex? Agradécele a tu smartphone, con un solo touch, los pasas a la historia. Para minar cualquier duda, otro beneficio: adiós al aburrimiento en el cuarto de baño; sí, así como lees. Acuérdate, cuando eras una niña, lo más excitante que te pasó fue descubrir que no había papel higiénico, para luego gritar cual desquiciada por unos cuantos cuadraditos doble hoja.

¡Sí, sí lo que te cuento es una cochinada, seguramente a ti no te ocurrió!

No puede estar pasando, no encuentro el aparatito; seguro, esta contingencia está relacionada con Mercurio retrógrado. Me niego a ser supersticiosa, pero cobra sentido, ¡qué definición científica, ni qué nada! Ayer, mientras esperaba el turno para recibir la vacuna contra el bicho covid, escuché una conversación ajena —por supuesto, me encanta el chisme— aseguraron que este fenómeno astronómico y astrológico traía consigo problemillas de comunicación y, por arte de magia, desaparece mi teléfono móvil; al parecer, mi celular me pide tiempo.

¡Ni tiempo, ni distancia, ni velocidad, te voy a recuperar!

Avanza de a poquito la madrugada, siento un bulto en mis pies, pero la miopía, el astigmatismo y la poca luz no ayudan a divisar qué estoy cargando, ¡solo falta que sea el diablo! Me surge una duda, ¿existirá el tal satanás y sus demonios? ¡Muy poco creativo es acostarse sobre mis extremidades!, ¿dónde queda esa aparición vigorosa entre humo, destellos con un outfit estrambótico? Esta mentecita juguetona me ha puesto impaciente, así que mejor esfúmate, diablillo; debo averiguar las coordenadas textiles para identificar el sitio en el que se esconde mi celular, no tengo cabeza para cuentos de terror.  

Lo acepto, me juega sucio la psicotrampa de la expectativa hasta con el maligno.

Escucho un ruido exterior, al parecer alguien quiere abrir una de las ventanas de la casa, ¿será un ladrón? Y ahora por cuál medio les digo a los demás durmientes que estamos a punto de ser asaltados, ¿dónde está el celular? El miedo y un cuerpo magullado no son una buena fórmula, mejor me calmo y pongo en práctica lo que mi terapeuta dice a manera de disco rayado: controlar los pensamientos. No puedo objetar lo evidente, sí, es un delincuente, pero ¿qué tal si solo viene a robarme una sonrisa?, ¿qué tal si es como los asambleístas?, estoy frita, me despojará hasta de la ilusión.

Bruno, ¿dónde estás?, despiértate. Brunito, por favor, actúa una sola vez en tu vida como perro y sal a defendernos. Observo con detenimiento la habitación, mi rabudo no está, tampoco noto su particular olor rancio. ¿Quién se lo llevó? ¡Rayos! Fueron los extraterrestres. Soy una fiel seguidora de contenidos digitales sobre astrobiología, debía prevenirlo. Sí, es obvio, eso fue lo que me interrumpió el sueño, el número rojo del despertador, al revés, se lee “adiós” (3:18 = BIE), seguro se lo llevaron a un zoológico galáctico.

Mi corazón late rápidamente, tengo la sensación de estar cayendo, me atraviesa una especie de choque eléctrico, despierto asustada, escucho la alarma del celular y veo una colita regordeta moviéndose a escasa distancia de mí. Tengo treinta y ocho de temperatura, sonrío porque AstraZeneca llegó y ha hecho de las suyas.

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