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Una de Cal y Otra de Arena | A propósito del Día Internacional de la Mujer

A propósito del Día Internacional de la Mujer

Este 8 de marzo, varios medios de información mostraron las cifras de los femicidios y muertes violentas de mujeres en lo que va del 2022. Primicias, por ejemplo, tituló que en enero y febrero del año en curso ha aumentado la violencia de género contra la mujer en un 23% en el país. El Comercio, por su parte, aseguró que cada 54 minutos una mujer es víctima mortal, sencillamente, por su condición. Presentar estadísticas nos permite advertir la gravedad de la problemática que enfrentamos como sociedad. Sin embargo, no alcanza para comprender qué pasa por la cabeza del violentador cuando usa un martillo para dar fin a la vida de su cónyuge.

Los acontecimientos crueles patentes, explícitos, esos que vemos en los medios de información son la punta del iceberg. La investigadora social María Plaza Velasco explica que la violencia genérica es un fenómeno complejo que articula una serie de violencias; pero, en esta ocasión nos centraremos en la violencia cultural; es decir, en los significados que configuran, justifican y legitiman nuestras prácticas diarias. Según los hechos, han ido en incremento las manifestaciones de violencia directa contra las mujeres; entonces nos queda por preguntarnos ¿qué sentidos nos atraviesan como sociedad y que expliquen estos actos inhumanos?

Plaza Velasco expone que se trata de las divisiones del orden social, fundamentadas en determinismos biológicos, cuya visión y división sexuante (femenino vs. masculino) en interrelación con factores como la raza, clase, edad, etnia, entre otros, clasifican y jerarquizan a las personas y sus prácticas. Frente a esto, el lenguaje sería un medio a través del cual es posible establecer las categorizaciones significantes en desmedro de lo “femenino”.

Para la investigadora, las palabras (lenguaje) son más que una posibilidad de comunicación; ya que también permiten la constitución del sujeto social (persona).

Esto quiere decir que existimos porque hay un otro que nos nombra, por ejemplo, cuando nos dan un nombre y apellido; pero, además, vivimos en un marco de significados sociales convencionales que buscan, constantemente, subordinar a las mujeres. Para corroborar esta última aseveración me ayudaré de la caricatura de Vilmatraca, 8 de marzo de 2022, en la que compila los discursos misóginos que han sido reproducidos, sin reparo alguno, en los medios de información.  

Andrés Carrión pregunta a Neisi Dajomes, medallista olímpica, si sabe cocinar. En el programa digital Castigo Divino, Luis Eduardo Vivanco y Jorge Ortiz, bromean acerca de la circulación de un supuesto video porno de la política Marcela Aguiñaga. La periodista deportiva Nadia Manosalvas es acosada, en vivo y en directo, por el empresario Mario Canessa, al preguntarle: ¿cómo hace para estar tan buena? 

Las redes sociales no se quedan atrás, el exasambleísta Diego Ordóñez, publicó, refiriéndose a su homóloga Mónica Palacios, el siguiente tuit: “Pasar del tubo a la curul y surgen argucias torpes”. La lista podría continuar, sin embargo, con lo expuesto queda claro el panorama respecto al tratamiento violento que se nos da a las mujeres.

Somos seres hablantes y la lengua nos pone a pensar y actuar de cierta forma, entonces ¿cómo nos afecta a las mujeres esta terminología discriminatoria que utilizan en los medios de información? En primera instancia, parece una desconexión total con los casos de femicidios y la caricatura de Vilmatraca; no obstante, la violencia tangible se sostiene y reproduce, justamente, porque existe una violencia “sutil” en el uso del lenguaje, que sirve como mecanismo para mantener estas relaciones desiguales de poder entre hombres, mujeres y grupos LGBTIQ+. 

Para Plaza Velasco, los signos lingüísticos son un mecanismo de poder; aunque, pueden servir como desestabilizador.

Plantea una mirada crítica y una constante reinterpretación del lenguaje, partiendo de la premisa de que todo lo que se despliega ante nuestros ojos son construcciones culturales que han sido dotadas de significación, por lo tanto, son reales; pero también nos negamos a reconocerlas, debido a su carácter violento. Es decir, démonos la tarea de poner en duda todos los significados sobre “ser mujer” y nuestras relaciones con los otros que violenten nuestros derechos como personas y sirvámonos de los instrumentos legales como la Ley Orgánica de Comunicación y Ley Orgánica de Prevención y Erradicación de la Violencia contra las Mujeres.

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