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Un año sin Toriyama, una eternidad con su legado

Hay algunas personas quienes dibujan líneas, como hay artistas que diseñan mundos, y hay otros que moldean universos con la fuerza de un dios, con las manos manchadas de tinta y café frío. Es así como empiezo este artículo diciendo que Akira Toriyama no solo fue un simple creador; fue un alquimista que esculpió la imaginación de generaciones enteras, convirtiendo el papel y la tinta en sueños palpables, en mundos que respiran, sangran y ríen. Hoy, un año después de su partida, el mundo sigue girando… pero el cielo se siente más vacío.

Su obra y legado no es un simple cúmulo de mangas y animes que pasaron por la tele; es una mitología moderna. Es la biblia de los que crecimos con los nudillos raspados de tanto imitar el Kamehameha en el patio del colegio. Un evangelio de tinta y papel donde la única religión es la superación. Desde las tierras sagradas del Monte Paoz hasta los confines del universo, nos regaló héroes que no nacieron con aureola: se hacicieron con puro y duro esfuerzo, a golpes, con las rodillas llenas de tierra y el corazón a medio romper.

Sí, desde el Monte Paoz —ese lugar que parece sacado de una postal pero huele a sudor de entrenamiento— hasta los rincones más oscuros del espacio, Toriyama nos enseñó que la grandeza no está en ser invencible, sino en levantarse una y otra vez, aunque los huesos crujan y el Ki esté por agotarse. Goku no era perfecto: era un niño que comía demasiado, lloraba cuando perdía, fue un pésimo padre de familia y a veces se olvidaba de salvar el mundo por pelear con Vegeta. Y justo ahí, en esas imperfecciones, estaba la magia.

Hoy, cuando miro al cielo, no veo solo estrellas. Veo a Freezer, a Cell, a Majin Boo; a Bulma regañando a Vegeta, a Piccolo siendo más padre que muchos padres, y a Gohan estudiando para los exámenes mientras el universo se desmorona. Veo a un hombre que, sin saberlo, se convirtió en el abuelo cósmico de todos nosotros. El mundo sigue girando, sí. Pero las risas de Krilin ya no suenan igual, y las transformaciones Super Saiyan tienen un brillo más nostálgico. Porque Akira Toriyama no se fue del todo: se transformó en energía pura, en un genki-dama gigante que sigue alimentando la imaginación de los que creemos que, con esfuerzo y un poco de locura, hasta un sayajin caído puede tocar las estrellas.

Romper los límites o rompernos a nosotros mismos

Toriyama nos enseñó que la verdadera batalla nunca es contra un enemigo externo, sino contra nuestras propias sombras. Goku nunca luchó por odio ni venganza; peleaba por el puro placer de ser mejor cada vez. Por el instinto de buscar un horizonte más allá de lo imposible. Y si eso no es una metáfora de la vida, ¿qué lo es?

Él entendió lo que Nietzsche llamaba el Übermensch: un ser que desafía sus propios límites, que renace de cada derrota y que, en lugar de conformarse con la victoria, busca la siguiente batalla para seguir creciendo. Ese espíritu está en cada transformación, en cada combate, en cada entrenamiento bajo gravedad extrema. Y aunque a veces nos sentimos como Yamcha después de un Saibaman—derrotados, hechos polvo, sin esperanzas—, Toriyama nos recordó que siempre hay una cápsula del tiempo para revivir, un próximo torneo donde demostrar quiénes somos.

Insisto. Toriyama no fue un simple mangaka. Fue un arquitecto de universos, un titán de la imaginación. Nos dio no solo a Goku y su linaje de guerreros, sino también a los caballeros de Dragon Quest, a los viajeros del tiempo de Chrono Trigger, a cada monstruo adorable que diseñó con un trazo de su pluma. Cada página de sus mangas era un portal hacia un mundo donde la realidad se suspendía y todo era posible. Nos hizo volar en nubes doradas, desafiar el tiempo, ver que incluso los villanos más despiadados podían redimirse. Nos enseñó que el poder más grande no es la fuerza, sino la voluntad de nunca dejar de intentarlo.

Si hay un más allá Saiyajin, Toriyama debe estar allí, dibujando un nuevo universo, creando nuevas historias donde los dioses del manga intercambian técnicas de ilustración y se preguntan cómo hizo para que su obra fuera tan eterna. Y si de verdad las Esferas del Dragón existen, este es el momento de usarlas.

El Último Viaje

Un año después, seguimos mirando al cielo. Esperamos ver una estela dorada cruzarlo, convencidos de que en algún rincón del cosmos, un guerrero de cabello erizado sigue entrenando. Toriyama no murió, porque los dioses no mueren; se convierten en historias.

Y sí, Toriyama sigue vivo en cada niño, adolescente y adulto que dibuja a Goku en su cuaderno o lo tiene como fondo de pantalla en su celular. Sí, en cada joven que levanta los brazos para lanzar una Genkidama. En cada adulto que, después de años, vuelve a ver Dragon Ball y se reencuentra con su infancia.

Hoy, en su honor, levanto la copa (o las manos al cielo, como si estuviera enviando energía). Porque personalmente me enseñó que la vida es un torneo interminable donde la única regla es superarnos a nosotros mismos. Si alguien pregunta por qué sigo creyendo en la magia de sus historias, por qué aún se me eriza la piel cuando escucho Cha-La Head-Cha-La o Mi Corazón Encantado, por qué sigo buscando mis propias Esferas del Dragón… la respuesta es simple:

Porque Toriyama me enseñó a nunca dejar de soñar.

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