Ramiro Aguilar Torres / @ramiroaguilart
En el Ecuador sube alarmantemente el número de suicidios e intentos de suicidio. Algunos casos se hacen virales porque los protagonistas son rescatados de los puentes antes de lanzarse al vacío. La mayoría se queda en las estadísticas de Medicina Legal.
La pandemia; el confinamiento; el desempleo; la desesperanza por no ver claro el futuro inmediato; el acoso de los acreedores; y la incertidumbre, causan un grave efecto sobre la salud mental de los ciudadanos.
El Covid es un virus que se llevó a la tumba a decenas de miles de personas. Todos, absolutamente todos, cada semana sabemos del contagio de alguien, sea amigo, amigo de un amigo, compañero de trabajo, familiar etc. De igual manera, nos llegan las noticias de la muerte por Covid de personas que conocemos.
Fueron casi cuatro meses de encierro; de no ver a las personas que amamos; y de estar circunscritos a lugares pequeños. En medio del confinamiento, muchas personas recibieron una llamada telefónica o un correo electrónico anunciándoles que habían sido despedidas. Cuando se suavizó el aislamiento y se pudo salir a la calle, el escenario era desolador: negocios cerrados, precios especulativos, y el miedo al contagio.
La sensación de impotencia aumentó en las personas cuando se vieron huérfanas de ayuda del Estado e indignadas constataron que la más abyecta clase política y el más ruin de los gobiernos hicieron negocios sucios en plena pandemia con la Salud Pública.
El gobierno de Moreno, para variar, mintió.
Los servicios públicos prestados durante la pandemia se cobraron en cuanto volvimos a la nueva normalidad. El IESS, apenas pudo, notificó glosas por la demora en el pago de los aportes durante el confinamiento, incluso a los afiliados voluntarios.
Los bancos y las tarjetas de crédito llaman al menos unas veinte veces al día para hacer gestión de cobro por las deudas impagas; sin que, en los hechos, hayan dejado de cobrar intereses durante los meses del aislamiento, todo lo contrario, el refinanciamiento implicó capitalizar los intereses.
Permítame el lector contarle una anécdota: mi amigo José Luis A. fue despedido hace cuatro años y no consigue trabajo. El último año se ha dedicado a prestar el servicio de Uber. Hace una semana le pedí que me llevara a visitar a mis hijos que viven en el Valle, durante el trayecto le noté bajón. Al preguntarle ¿qué le ocurría? me dijo que no podía dormir.
Que los del Banco P llamaban a todas horas por una deuda inicial de tres mil dólares que con los años y el interés de mora iba ya por los ocho mil. Me contó también que el trabajo de Uber era cada vez más difícil. Me hizo preguntas que no pude responder: ¿Por qué a los banqueros el Estado les perdona millones de dólares en impuestos y a la población el mismo Estado no le da tregua alguna? José Luis no comía; se despertaba a la madrugada a pensar y pensar. “A este paso”, me dijo, “Me voy a morir”.
Lo único que se me ocurrió decirle fue: “José Luis si usted se muere, todas sus deudas quedan saldadas, porque los bancos tienen contratado un seguro de desgravamen. Así que quizá las cuarenta llamadas al día de los bancos, lo que buscan es que usted se quiebre”.
Es brutal lo que charlamos; pero es objetivamente cierto. Al morir el deudor, el banco o la tarjeta cobran el seguro de desgravamen. “No se quiebre” le dije a José Luis, “para el alma fría del banquero, usted vale más muerto que vivo”.
La conversación, desde luego, me remitió a mis propios problemas, a mis propias nostalgias, a mis propios vacíos.
Uno de los libros más hermosos que se ha escrito es El Conde de Montecristo de Alejandro Dumas padre. Hay una parte que me estremece. Morrel, el armador del barco donde navegada Edmundo Dantés, no podía pagar sus deudas por lo que para ahorrase la vergüenza y el deshonor, decidió pegarse un tiro a las once de la noche del día del plazo final fijado por sus acreedores. Ya con la pistola martillada y faltando segundos para las once, le llegó la suerte de la mano del Conde de Montecristo. En mis momentos de absoluta incertidumbre siempre he pensado que bien vale concederle a la vida la última oportunidad. Siempre esperar al día siguiente.
No podemos permitir que la inoperancia del Estado, su indolencia, nos lleve a la desesperanza. Los días aciagos del gobierno de Moreno van a terminar en pocos meses.
El gobierno de Moreno ha abandonado la salud mental pública. Frente a la depresión y a la angustia, no caben ni la religión, ni la autoayuda. Son enfermedades del cuerpo y deben ser tratadas por médicos psiquiatras. Lamentablemente, hasta esta puerta nos cerró Moreno debilitando a extremos criminales el sistema de salud pública.
El Art. 341 de la Constitución dice lo siguiente: “El Estado generará las condiciones para la protección integral de sus habitantes a lo largo de sus vidas, que aseguren los derechos y principios reconocidos en la Constitución”. En suma, dar a sus ciudadanos un buen vivir.
El gobierno de Moreno, lejos de velar por los derechos del buen vivir, ha sido el gobierno del mal morir.