En redes sociales, las discusiones políticas se vuelven cada vez más frecuentes. En la mesa durante el almuerzo, con los amigos, en el trabajo, en el ciclopaseo… Las elecciones 2021 ya están aquí y aunque algunos se desentiendan de la política, la verdad es que nos apasiona, nos importa hablar de política. El problema es cómo estamos llevando a cabo esas discusiones y en qué terminan.
Siempre me gusta recordar que vivimos en un mundo hiperconectado. Como individuos, como ciudadanos y como país no podemos abstraernos de dinámicas globales en las que estamos inmersos. Las redes sociales ganaron una importancia inusitada en nuestras vidas, en nuestras relaciones humanas. El like y el retweet son el canal por el cual expresamos sentimientos: “oh que lindo, tenga su like”, “me parece brillante, lo retweeteo”, “me identifico totalmente, te lo robo”.
Sin embargo, no nos detenemos a pensar en ¿cómo funcionan estos espacios? ¿Son una herramienta más? ¿Están por fuera de las dinámicas capitalistas? ¿Qué impacto tienen en nuestro comportamiento? Facebook, Google, Whatsapp, Instagram, Twitter son algunas de las redes sociales más conocidas, desarrolladas en Estados Unidos, en Sillicon Valley para ser precisos, cuna del capitalismo, por programadores, ingenieros, diseñadores, psicólogos…gente que quiere hacer dinero.
¿Y cómo hacen dinero? Pues, si no pagas por el producto, entonces el producto eres tú. Los datos se han convertido en el petróleo del siglo XXI. Vivimos rodeados de datos, es más, nos convertimos en uno cuando usamos nuestro móvil, hacemos una operación bancaria por Internet, compramos una prenda en una tienda online, hacemos un retuit, damos un me gusta en Facebook, cuánto tiempo nos quedamos en un post o, simplemente, buscamos cómo llegar a algún sitio en Google Maps.
¿Y para qué quieren esos datos que nosotros entregamos voluntariamente?
Pues para elaborar modelos, lo más precisos posibles, que predigan nuestro comportamiento y así las empresas puedan direccionarnos publicidad casí 100% efectiva. Por eso no es de extrañarse cuando en nuestro Instagram aparece justo lo que estamos buscando, no es que nos escuchan (¿o sí?), lo que pasa es que tienen tanta información sobre nosotros que pueden, a través de inteligencia artificial, predecir que queremos o inducirnos directamente necesidades.
Por ello, cada teléfono es un mundo diferente. Si vives con tu pareja, con tus padres, tus hermanas-os, cada persona mira un mundo diferente construido por las redes sociales con los datos que volunatariamente entregamos en FB, Instagram, Twitter; cada uno tendrá sus sugerencias y recomendaciones; cada uno vivirá su propia realidad.
Es aquí donde las redes sociales se vuelven algo más que una simple herramienta para convertirse en una fuente de “argumentos” (verídicos o no) que nos han permitido opinar de un caso judicial sin ser abogados, del COVID sin ser médicos, de la economía sin ser economistas. Pero lo hacemos convencidos de que tenemos información veraz, o información capaz de desementir cualquier otro argumento. Y la política no es ajena a esta dinámica, en Ecuador la verdad de los hechos políticos depende de qué medio de comunicación uno frecuente, entonces en una discusión común – a la que me referí al inicio – existe una verdad vs otra verdad.
Es así que tenemos marchas contra las restricciones del COVID, contra las vacunas, marchas para demostrar que la tierra es plana. Y esto es lo que genera la polarización en nuestras sociedades. Ya no creemos en los datos, en la investigación científica, pues tenemos la verdad en nuestro bolsillo, tenemos nuestra verdad y eso es suficiente. Por eso, ahora que discutamos de política y elecciones, hagámoslo no desde nuestra verdad, sino desde el entendimiento mutuo y desde la única verdad de la que podemos estar seguros, parafraseando un poco a Sócrates: solo sé que no sé todo.