Estúpido, en ciertos ministros de este gobierno, no es un insulto. Es un valor. Si en la cabeza del gobierno no hay texto, en sus ministros, no hay seso. Para muestra un botón, o un doctor. En la UDLA debe haber buenos médicos, seguro que sí, pero ¿por qué eligieron al peor de todos?¿ ¿Por qué no le mandan de vacaciones a la playa unos seis meses? De pronto le hace falta despejarse, un poco de sol en la cabeza, meter los pies en agua caliente, conversar con los cangrejos.
¿O sea que la culpa es de los médicos? Esos seres desubicados que se fueron a contagiar en sus bailes y piñatas privadas; y no contentos con eso, les endosaron el vicho a los otros médicos, que tuvieron el mal gusto de morirse con Covid-19.
¿Se puede ser más estúpido?
Sí se puede. En la UDLA deberían armar, de urgencia, una maestría con especialidad en estupidez de la vida cotidiana. Ese sería el espacio ideal para que el Zavallitos se haga cargo de una maestría que vaya de acuerdo con sus capacidades de discernimiento. Y de pasito que les inscriba, de forma gratuita, a todos sus colegas de gabinete. ¿Se imaginan en una sola aula de clases, reunidos, con cuaderno en mano, a la Mama Lucha Romo, al enanín torero, al Pozo, al Boltaire, al Juanfer, al Jarrín y a unos cuantos impresentables más? Aula de lujo. Se gradúan con honores en dos semanas.
Así que ya saben. Si por esas extrañas razones de la vida, usted se siente un imbécil a tiempo completo, un torpe ad-honorem, un bobo por minutos, tranquilo. No se preocupe. Usted prenda la televisión, mire Teleamazonas, escuche al ministro Zevallitos o similares, y lo pendejo se le quita en un segundo. Porque la estupidez, en toda su dimensión más profunda, está las paredes, puertas y baldosas de Carondelet. Y por ahora, su máximo vocero, dirige la salud pública del país.
¿Se puede ser más estúpido?
Pregúntele al ministro. Y salga de toda duda.