Por: Macarena Orozco / @MacaOrozco3
I
Partir es un poco morir.
La población total de migrantes venezolanos en el Ecuador es de 362 862 hasta agosto del 2020. En el año 2016 se intensificó la crisis migratoria en Venezuela y desde entonces ingresan a Ecuador 2000 ciudadanos venezolanos en promedio por día.
La crisis económica, la falta de alimentos y medicina obliga a miles de venezolanos a migrar y asentarse en diferentes países de la región andina. En el caso de Ecuador, uno de los requisitos para los extranjeros a la hora de encontrar trabajo es contar con una visa de trabajo. El trámite es costoso y no todos los migrantes cumplen con los requisitos; en algunos casos ni siquiera quienes cuentan con un título de tercer y cuarto nivel pueden acceder a trabajos legales y apropiadamente remunerados. Como consecuencia, miles de migrantes venezolanos viven la explotación por la falta de documentos y los sueldos a los que acceden no corresponden al salario básico. A esta realidad se suma el trabajo informal, el trabajo sexual y en algunos casos la mendicidad.
El trabajo sexual por parte de las mujeres migrantes venezolanas es un fenómeno social que además está relacionado con otro tipo de delitos como la trata de personas y el microtráfico. Las mujeres sufren explotación en casas y centros de diversión para adultos. No acceden al seguro social y por lo tanto no tienen atención médica gratuita ni el control necesario para enfermedades de transmisión sexual.
II
Migrar es comprender que al cruzar la frontera estamos completamente solos, que la ciudadanía se convierte en un concepto lejano. No tenemos patria y a veces nos toca construir una.
Los migrantes venezolanos llegan a pie. Viajan por semanas e incluso meses. Atraviesan Colombia, llegan al puente de Rumichaca y comienzan una nueva travesía en Ecuador. Llegan mujeres, hombres, niños, población homosexual y trans. Cuatro de cada diez migrantes que ingresan a Ecuador son mujeres.
Las mujeres que migran hacia Ecuador sufren de violencia sexual y física en el trayecto. Algunas investigaciones señalan que en el marco de la crisis migratoria, secuestran a las mujeres y las utilizan para el tráfico sexual. Al llegar a Ecuador la situación no cambia mucho. Los trabajos a los que puede acceder la mujer migrante venezolana, están limitados a centros de diversión, atención al cliente y servicio sexual. Según el ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados), el acoso sexual a mujeres refugiadas es el más alto en Ecuador, con una cifra que apunta al 56% respecto de otros países.
Existe una visión machista sobre el cuerpo de las mujeres colombianas y venezolanas, así pues este imaginario naturaliza la idea de estas como objetos sexuales. Factores como la pobreza y el desempleo han llevado a que las tarifas de las migrantes que trabajan como sexoservidoras estén por debajo del promedio.
Según datos del Ministerio del Interior, la explotación sexual es el principal delito que se comete contra ciudadanos venezolanos en Ecuador. Los datos recopilados señalan que a las mujeres las reclutan grupos delictivos que trabajan en Ecuador y Venezuela. Se les ofrecen trabajos de meseras y al llegar a Ecuador se les quitan los celulares, identificaciones y otras pertenencias.
III
Hubo un post de Facebook que se volvió viral durante el año 2018. El post decía lo siguiente: “Las venezolanas propagan el SIDA en Ecuador”. Como la curiosidad es un efecto colateral del periodismo, me di el trabajo de leer todos los comentarios que estaban en la publicación. Habían comentarios de todo tipo, xenófobos, homófobos pero los que más llamaron mi atención eran esos que defendían la patria y el territorio.
Me pregunto por qué es tan fuerte la idea de territorio, cómo y por qué esa línea imaginaria le proporciona a algunos un sentido de pertenencia. Por eso debe ser que la Batalla del Cenepa es una úlcera que aún duele en la historia del Ecuador.
Por qué será que nos molesta tanto el otro. Si se mira desde una perspectiva más amplia, la población migrante es prácticamente tácita. Fuera del trabajo fronterizo del ACNUR no hay un registro exacto sobre trabajo sexual de migrantes venezolanas, tampoco hay una cifra exacta de desaparecidas. Y si vamos más allá, pensemos el cuerpo de la mujer trans y migrante. Este grupo apenas y se contempla estadísticamente, aún cuando durante la pandemia y la crisis sanitaria, las casas de acogida que ayudaban a personas trans y migrantes sufrieron ataques. No hay nombre o no se me ocurre un nombre para este fenómeno, quizás sea algo así como un plan estatal de exclusión voluntaria, como dice el refrán, ojos que no ven, corazón que no siente.
Así pues yo me pregunto y con certeza no soy solo yo quien busca una verdad o algo de sentido dentro de lo que decimos y lo que realmente sucede al migrar. Me pregunto cuantos ecuatorianos habrán cruzado el desierto y se habrán subido a ‘La bestia’. Me pregunto que sienten los migrantes venezolanos cuando atraviesan la panamericana mientras los observan desde los autos. Yo los observo todo el tiempo y después de unos segundos olvido sus rostros. Entonces vuelvo a la idea con la que inicié este texto y que es un fragmento que he robado de Valeria Luiselli. “Partir es un poco morir, llegar nunca es definitivo”.