Quito, 23 feb (La Calle).- Seis cascos negros enfilaban frente a una puerta de malla. Con ayuda de una ganzúa y un poco de esfuerzo rompieron el candado.
La puerta era la primera entrada a los pabellones de la Penitenciaria de Guayaquil y los cascos eran miembros del Grupo de Operaciones Especiales de la Policía Nacional. Su misión era retomar el control de la prisión donde horas antes empezaba un amotinamiento.
No es un secreto para nadie la situación en las prisiones del país. Los amotinamientos empezaron en 2018 y cada vez empeoraban. Dos estados de emergencia declarados no fueron suficientes para mejorar el sistema carcelario.
Una vez abierta la puerta, los agentes empezaron a ingresar. Uno de los reos aparece en primer plano, los policías le piden que se agache. El muchacho obedece con dificultad «Ya mi sub», le dice. Los agentes deciden sacarlo de allí y avanzar.
Guayaquil no fue el único lugar donde estalló el caos. En la prisión de Turi en Cuenca y la de Latacunga corrió la sangre. Más de 60 en total.
Gas y balas
El paisaje se llenó de humo. Era el gas que los policías empezaron a lanzar a los pabellones. «Una más», pedía el agente, refiriéndose a la bomba, su tono reflejaba cierto temor. No pasó ni un minuto cuando las balas empezaron a sonar. «Tengan cuidado. Están disparando». El avance se dió entre más bombas lacrimógenas mientras esperaban que hagan efecto y que los reos, al igual que en una película de vaqueros, se rindan. Una cámara registró los primeros minutos de la entrada. Un agente, que esperaba no olvidar nada, hizo el registro audiovisual.
Cuando volvió una relativa normalidad. Los datos empezaron a salir. Primero ocho muertos, la cifra subió a 21. La autoridad tiene su hipótesis. Las luchas de poder en las prisiones. Las prisiones en Ecuador son un volcán en erupción y muestran el horror de que la vida dentro son solo cuatro letras que pueden desaparecer en cualquier momento.