Por: Alexis Ponce / defensor de DD.HH.
Fue el sábado 24 de julio a las 2:30 de la tarde en que llegué a la PUCE, tras dejar otro sitio de los tantos recomendados en redes y celulares, donde hallé cerrada la puerta pues solo se había atendido unos cuantos días: la FLACSO.
Acudí a la PUCE por gestión de personas amigas buenas y de Nelly. En su caso, a ella no le hizo falta ser vacunada como profesora universitaria, que lo es, para su segunda dosis de Pfizer, pues fue inmunizada el 7 de mayo en Solca a raíz de su «toma simbólica» (como se corrió el rumor) que haríamos con 70 pacientes y flias. cuidadoras de nta Asociación, prácticamente ‘obligando dialogalmente’ a Solca y al MSP a que las vacunaran la segunda dosis de la Pfizer.
Pero Nelly, esta vez, fue quien abogó para que alguien se apiade y me vacunen a mí, por ser taita cuidador de la Tahís (para información de don Borrero, doña Garzón y doña La Posta: Ellita es nena con PC, DI y Angelman; averigüen lo que significa); por ser marido de la Nelly misma, es decir esposo de paciente oncológica, y por mi trunca condición patriarcal de «jefo» de hogar en el desempleo.
Como era el único que faltaba vacunarse en nta. casa tras haber luchado a diario para que se vacune muchísima gente vulnerable, cuidadora y en riesgo; amigas de buen corazón de Nely y mías, se apiadaron y me indicaron que acuda a la PUCE el día en que nació el amado bisabuelo de mis hijas: «bisabuelito Bolo», o Simón Bolívar para los que no le tienen la misma confianza de amor filial.
Pero como nací y moriré necio como titula la canción de Silvio, y rebelde como titula la canción de la española Jeanette, decliné la generosa ayuda consistente en lograr la apertura de puertas de la PUCE y más bien decidí entrar como fuera, sin decir que llegaba de parte de ninguna de las tres prestigiosas universidades que se aliaron para una eficaz inmunización a todo su personal: las siempre cercanas al alma PUCE, UPS y EPN (la Politécnica).
Sólo me bastó usar mi bastón de Antonio Gala en la mano derecha y mi carnet de discapacidad del Conadis en la zurda, como espadas para vulnerar la entrada principal y derrotar a los seis guardias del palacio real anti-epidémico que, como moscas, se apelotonaban y revoloteaban, sin respetar ni hacer respetar la distancia física, en la puerta de ingreso, deteniendo el paso y revisando con preguntas específicas a las masas de siervos de la posmoderna gleba.
Tuve que ASENTIR (como sinónimo de MENTIR), tal como lo hiciera -dos mil y pico de años atrás- el pescador Simón Pedro, pero al revés: él negó 3 veces, yo tuve que afirmar en tres ocasiones:
Primero, ante los guardias de la puerta esquinera de la 12 de Octubre y Veintimilla, que fueron los primerizos ángeles guardianes del pontificio paraíso vacunal, en determinar con sus espadas de fuego (es decir con su Gran Pregunta Inquisitorial) quién sí podía entrar y a quiénes se impedía el ingreso: a los demonios sin palancas, los no docentes universitarios, y «los giles de a pie» como yo lo fui en todos los centros de vacunación previos a los que acudí -en vano- estos meses. Como yo, este 24 de julio ellos, mis hermanos de gil-itud respondieron antes de mí en la puerta, gilmente, es decir con la verdad, como antes lo hice en el Benalcázar, la UC, el Paulo VI, Solca, el MSP, la Coordinadora Zonal 9, étc.
Tras su Gran Pregunta Dostoyevskiana («Los Hermanos Karamásov» también estaban en la fila) a los solicitantes de 2da. dosis de la trombosiana Astrazeneca: «¿Y ya cumplió los 84 días?», los ángeles guardianes, en nombre del Gran Inquisidor (el MSP en nuestro aldeano caso) les cerraban el paso a los que decían: «No», ó «Me falta solo un diíta, vea», ó «Pero si ya tengo 54 días, 60 días, 72 días» (según); ó aquellos que decían: «Pero si a mi hermana, mi amigo, mi compañero de trabajo, mi esposa, mi primo, ya le vacunaron así, en la Central, en Cumbayá, en Conocoto, en el Paulo VI», étc.
Como decir la verdad ya me había pasado factura en todo centro de vacunación al que acudí, es decir en todo paraíso vacunatorio morenista, lassista y ximeno- garzoniano del nuevo gobierno y del mismo MSP de siempre; esta vez, lacónicamente, porque el mismo régimen obliga cabronamente a mentir a miles de ciudadanos, le respondí al ‘Gran Inquisitore’: «Sí señor, ya tengo 84 días». «Pase, señor», me respondió el Arcángel Guardián y sin chequear documento alguno dejó pasar al demoníaco proletario.
El segundo filtro, metros más allá, fueron tres mocos@s universitari@s con mandil y uniforme médico enfermeril de estudios superiores en tal carrera: «¿Cumple los 84 días?», seguido de otra interrogante algo más aguda: «¿En qué día y mes le vacunaron?» La gente que no era ni administrativs ni docente (bastaba decir: «soy de la universidad» y le abrían paso), respondía de todo: «En abril; A fines de abril; A inicios de mayo; No me acuerdo».
Cuando me preguntaron, dije sin contabilizar: «Marzo 29» (mi fecha de nacimiento). «No puede ser tantof», dijo un guambra del Servicio de la Pesquisa Paradisíaca Vacunal.
Saqué mi carnet del Conadis, les mostré y dije: «Oh carajo, disculpen fue a fines de abril, a esta edad uno confunde la fecha del cumpleaños con la vacuna». ‘Ah ya, siga por favor’.
El demonio avanzaba, lentamente, rumbo a la Gloria Pontifical del Edén Astrazéneco.
El tercer filtro fue un mocetón, maloso en el trato, que a la fila entera que esperaba pasar del Purgatorio al Cielo, dijo: «Si no son de universidad, o no han cumplido los 84 días que ordena la autoridad de salud, tienen la última oportunidad para devolverse, porque adentro, si les detectan que no es así, no les atenderán». Los miedosos entraron en pánico y decidieron retornar al Titanic.
A mí me daban ganas de decirle al pequeño oficial de Dachau: «Pero así no fue que les amenazaron a tanto miserable VIP que se vacunó sin ser docente y sin haber cumplido esos días, que el gobierno sacó como conejo de sombrero de mago la cifra porque se gastaron todo el lote de dosis en la era Moreno, en lugar de guardar para nuestra segunda dosis. Y el domesticado pueblo les creyó en lugar de indagar». Pero volví a respirar profundo y solo acoté, como todos los compatriotas mentirosos que debieron mentir para recibir la segunda dosis sin cumplir los 84 días: «Cumplo los 84 días que el protocolo internacional y el Gobierno Nacional recomiendan. Y traje mis papeles en regla».
Hice el ademán de detenerme a sacar uno por uno las toneladas de documentos de todos mis bolsillos de la chompa, y como no podían hacer esperar a tantos, y ya eran las 3:30 pm, el celador del Purgatorio de Dante me dijo: «¡Ah ya!, pase, pase», seguido de un gritito a sus colegas que nos esperaban en la explanada enorme del interior del Coliseo Edénico: «El señor es Astrazeneca y cumple todos los requisitos. Llévenle».
El demonio, con nuevo nombre vacuno, ingresaba ya por fin nada menos que al Serallo Vacunal donde lo esperaban en silencio cientos de disciplinarizadas ovjeas y corderos de Dios llenos de paciencia ciudadana, conformismo republicano y mansedumbre social. Viendo el demonio el espectáculo, dijo para sus adentros: «Ahora sí por fin manarán Ríos de Leche y Miel mezclados con Dosis de mi Astrazeneca…»
Adentro fue Otra historia, mitad Odisea y mitad antigüo capítulo televisado de «Don Evaristo Corral y Chancleta».
Pero, al final de la odisea evarística, por segunda vez en la Historia del Alto Cielo, el terrible demonio rebelde y otros diablos orgullosos de su dignidad humana que lo secundaron, tuvieron que rebelarse en rebelión desobediente…
En esta ocasión ya no serían arrojados al Infierno, sino aceptados e incluidos (viene de «Inclusión») con algo de temor por parte de los brigadistas del MSP y de abierta simpatía por parte de las enfermeras, en los cubículos con frasquitos y jeringas donde habrían de concluir estas segundas nupcias con la vida.
(Esta historia continuará…)
Luzbel