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Reflexiones en tiempos de elecciones y pandemias – Opinión

Aminta Buenaño
Aminta Buenaño

Tiempos raros

Vivimos tiempos tan raros, impensables, desnudos de certezas. Ya sabíamos desde hace algunos años que estos tiempos posmodernos en que está inmersa la aldea global se caracterizaban por ser sumamente individualistas, fragmentarios, desechables, líquidos a la manera de Bautman, desangelados de utopías e ideales, desideologizados a fuerza de cinismo; alejados unos de otros cada vez más para imbuirnos en el goce hedonista, en la búsqueda del placer individual, en el carpe diem. Nos comunicamos a la velocidad de la luz por medios digitales, pero la verdadera comunicación aquella que resulta del contacto visual presencial, de escucharnos mutuamente sintiendo la gravitación de la presencia del otro, es cada vez más rara, más extraña e incluso se sospecha de ella.

La pandemia ha trastornado nuestras vidas

Ahora con la pandemia, que es uno de los caballos del apocalipsis, hay razones lógicas y de salud pública para mantenernos aislados, pero el aislamiento físico no tiene que ser por fuerza un aislamiento social, intelectual. El ser humano no puede sobrevivir sin los demás, sin la participación de la tribu, sin reflejarse en los ojos del otro y juntarse en proyectos o ideas comunes.

La pandemia, el mal del siglo XXI que no sabemos cuando acabará, ha trastornado nuestras vidas, enloquecidos nuestros trabajos hasta no tener horarios, falseada la educación hasta convertirla en un analfabetismo militante, vuelto antisépticos el trato social, las relaciones, la amistad, la economía. Y esto no es de sorprendernos si conocemos que la pandemia ha dejado más de 1,9 millones de muertos en el mundo y más de 88, 8 millones de contagiados, En América latina y el Caribe, los fallecidos superan más del medio millón y se cuentan entre más de 16 millones los contagiados.

Nos estamos convirtiendo en zombis

Todo mundo es sospechoso de todo y el miedo como un huracán se alza en nuestras vidas impidiéndonos actuar y desarrollarnos con normalidad. No solo nos protegemos con el tapaboca de futuras infecciones, también estamos considerando al otro un asesino probable, alguien que puede venir y matarnos, alguien del que hay que sospechar, excluirlo, y mantenerlo bien lejos.

Nos estamos convirtiendo en autómatas, en zombis que desfilan por las calles acechados por el terror en su burbuja de aislamiento o, por el contrario, desarmados por la locura de intentar ignorarlo todo. Y lo peor es que esta sensación no tiene límites ni asideros puesto que hasta de las futuras vacunas se sospecha y está desesperanza, miedo e incertidumbre, puede conducir con facilidad a un desorden mental de la población.

Ecuador, ¡qué mal manejo de la pandemia!

Ecuador vivió (vive) la pandemia de la peor manera. Con un gobierno incapaz, que no ataba ni desataba con la cuerda lógica del tratamiento a una población huérfana de apoyo social; sin presupuesto para la salud pública y privilegiando siempre el pago a los tenedores de bonos antes que a la salud; el apoyo económico a los grandes grupos financieros antes que a la desprotegida población a la cual se echaba de su empleo para “adelgazar el estado obeso”; con un envilecimiento atroz de la política que hizo que desde las altas esferas se repartiera como cuota política los hospitales a verdaderos delincuentes de la salud pública que festinaron el dinero e hicieron de la tragedia nacional su agosto.

Los recuerdos supuran por la herida social cuando recordamos que aún hay cuerpos que murieron dentro de los hospitales públicos y que aún no han sido entregados a sus familias, parientes que no han podido enterrar a sus seres queridos, llorarlos, poner una cruz sobre sus huesos tristes. Y que todo esto es fruto de la improvisación, de la negligencia y del desinterés de un gobierno que no hizo nada, ni una obra, por su pueblo. Que no tomó a tiempo las medidas correctivas, como el cierre de aeropuertos desde Europa, para proteger a su pueblo de nuevas cepas de contagio.

Elecciones atípicas

En este marco y con estas sombras acechándonos acudimos a unas elecciones atípicas, con una numerosa cantidad de candidatos, casi totalmente desconocidos, con un discurso anodino y sin fundamentos mostrado en los recientes debates, en donde han hecho gala de un lenguaje insulso, demagógico y muchas veces ridículo, evidenciando una falta de preparación y de conocimiento sobre la trágica y dolorosa realidad que viven los ecuatorianos.

Apelar a la memoria

 Ante este espantoso presente, solo nos queda apelar a la memoria y consciencia de la gente. A la investigación y evaluación íntima que cada ciudadano haga de los candidatos y sobre todo a la valoración exhaustiva de quién es quién, recordando las funestas historias que vivimos con el feriado bancario, con la crisis de los bancos que hirió a nuestros padres y abuelos, y al presente gobierno que nos deja una dolorosa historia manchada por las muertes y por los cuerpos desaparecidos en la peor pandemia del siglo XXI que aún no superamos.

Nunca mejor dicha aquella frase de Jesús: “Por sus frutos, los conoceréis”.

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