Reducir el riesgo para mejorar la calidad del aire en ciudades y hogares

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  • Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en promedio 12,6 millones de personas mueren anualmente por enfermedades asociadas a la mala calidad del aire en el mundo.
  • La pandemia ha traído impactos positivos, inesperados, como la reducción de un 17% en las emisiones globales de CO2.
  • Las autoridades, sector privado e individuos buscan mecanismos que permitan reducir las partículas dañinas en el aire y por ende reducir el riesgo para la salud que esto pueda significar para las personas.

Actualmente, la calidad del aire es una preocupación que comparten individuos y sociedades. Todos estamos constantemente expuestos al humo producido por los vehículos, la industria, el polvo y en algunos casos, al humo de cigarrillo, cuando se es fumador o se está cerca de uno.

El problema para la salud es evidente. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en promedio 12,6 millones de personas mueren anualmente por enfermedades asociadas a la mala calidad del aire en el mundo, donde el 23% de las muertes son causadas por la contaminación del aire por combustibles fósiles.

En el caso de Ecuador, el país ocupa el lugar 9 entre los 10 países en América Latina con mayores proporciones de muertes atribuibles a este factor, con un porcentaje de 7.2%, según el estudio realizado por University College London, publicado a inicios de 2021 en la revista Environmental Research. En otras palabras, aunque la tasa no es tan alta comparada con otros países de la región, es una situación a la que se le debe poner atención.

En ese sentido, las autoridades y el sector privado han buscado mecanismos que permitan reducir las partículas dañinas en el aire y por ende reducir el riesgo para la salud que esto signifique para las personas. En las grandes ciudades, las medidas se han enfocado en minimizar el número de vehículos que transitan implementando medidas como el pico y placa,  así como otorgar beneficios tributarios a los vehículos híbridos o eléctricos, fomentar el uso del transporte público, la construcción de vías para bicicletas o incluso restringir la movilidad.

Con la llegada de la pandemia, las autoridades se vieron en la obligación de restringir la movilidad de personas y vehículos durante periodos prolongados. Igualmente, por la implementación del teletrabajo millones de personas dejaron de movilizarse diariamente, al tiempo que se cerraron las fronteras y el turismo tanto terrestre como aéreo también disminuyó.

Todo esto impactó positivamente, aunque de forma inesperada, en la calidad del aire. Según el Proyecto Carbono Global de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), agencia adscrita a la ONU, en 2020, durante la cúspide de las restricciones las emisiones cotidianas globales de CO2 llegaron a bajar un 17%. En el caso ecuatoriano, la Red Metropolitana de Monitoreo Atmosférico de Quito reportó una reducción del 70% de los contaminantes relacionados con el tráfico vehicular gracias a las cuarentenas.

En el ámbito personal, también se han popularizado acciones que mejoran la calidad del aire de los hogares. Por ejemplo, el uso de los extractores para remover humedad y gases principalmente de baños y cocinas. Por otro lado, se sabe que una de las actividades que genera mayor cantidad de partículas dañinas o potencialmente dañinas en el aire es fumar. La mejor opción siempre será dejar de consumir tabaco o nicotina por completo, sin embargo, para las personas que desean seguir haciéndolo, se debe buscar la forma de reducir el riesgo tanto para el fumador como para los que están a su lado.

En ese sentido, ahora existen una serie de tecnologías libres de humo, como los cigarrillos electrónicos o los sistemas de calentamiento de tabaco, que, al no generar combustión, no producen humo y por ende, reducen significativamente la exposición de los usuarios, y su entorno, a sustancias dañinas o potencialmente dañinas.

Reducir el riesgo no implica censurar una actividad, pues aunque la pandemia obligó a ciudades enteras a cerrar sus actividades, esto no es sostenible y eventualmente regresaremos a la normalidad. Las personas y ciudades han vuelto paulatinamente a sus actividades cotidianas para poder garantizar empleos y la sostenibilidad económica de los países.

En ese sentido, la pandemia nos ha enseñado que la mejor opción es buscar mecanismos que permitan reducir el riesgo en vez de censurar actividades. Esto representa un reto en la reformulación de políticas, productos y servicios que pone a las personas como el centro de las mismas y, más allá de castigar los ‘malos comportamientos’, celebra los avances y la intención de ser más conscientes de los impactos individuales y colectivos que generan las acciones.