Polémica de escenario: ¿rebelión musical o caos predecible en eventos públicos?

Quito, 21 jun (La Calle).– La noche del 19 de junio, la presentación de la Marca Ciudad de Quito terminó con más preguntas que festejos. El grupo La Máquina Camaleón, invitado al concierto organizado por el Municipio en el Parque Bicentenario, desató una tormenta: palabras soeces contra el gobierno local, desobediencia al cronograma, y llamados a invadir zonas restringidas durante su show.

Algunos lo aplaudieron como “rebeldía”, otros lo vieron como lo que fue: un acto de irresponsabilidad en un evento con organización previa, tiempo cronometrado y respeto mutuo como base. Porque no importa cuán buen músico te creas —o cuán alternativo, camaleónico o indie seas—, lo mínimo que exige la industria cultural (si es que realmente queremos construir una) es respeto por el oficio, por tus colegas y por el público.

🎤 De lo contestatario al desorden sin debate

Claqueteo y cronómetro: los conciertos son engranajes finos donde cada minuto cuenta. Pedir disculpas después no repara el daño. Artistas como La Máquina Camaleón —sin siquiera mencionar agendas políticas o reflexivas— optaron por el berrinche performativo, privando a otros músicos de su espacio y poniendo en riesgo a periodistas. Llamar al público a saltarse vallas es irresponsable, no disruptivo.


💥 Mugre Sur: ¿protesta viable o doble moral?

En diciembre, Mugre Sur se valió de simbolismo extremo para lanzar su queja política. Fue juzgada por el poder institucional del momento, aunque se siguió presentando. Lo curioso es que, hoy, alguien defiende a La Máquina Camaleón con argumentos parecidos. Cuestionemos entonces el doble estándar: si insultar a Borja genera escándalo, ¿por qué no se le exige lo mismo a una banda que insulta al Municipio sin agenda ni propuesta?


🧭 La responsabilidad no es solo del artista

No existe industria cultural si eventos como este no tienen regulación, protocolos ni sanciones claras. Si te financia el Municipio y hay varias bandas con tiempos delimitados, ¿por qué no hay contratos con penalizaciones o mecanismos de mediación ante faltas?

La inacción del Municipio frente a la prolongación del show —mantener el altavoz abierto, intentar “amansar” a la banda en lugar de aplicar reglas básicas— deja en evidencia que el poder público tampoco está garantizando mínimos operativos.


👥 Construcción colaborativa frente a egolatría

Para una industria cultural en serio —transparente, consensuada y sostenible— se requiere:

  • Artistas que defiendan causas sin subestimar la producción, la prensa o las audiencias de otros.
  • Organizadores públicos que diseñen procesos claros: cronogramas con cláusulas, sanciones y árbitros.
  • Prensa libre, pero respaldada institucionalmente para garantizar su labor sin riesgo ni interferencia.
  • Público informado sobre reglas: si la banda se extiende, el evento siguiente pierde tiempo. Eso debe estar estampado en el cartel, no en tu tuits.

🔚 Incómodo, pero necesario

Ni con La Máquina Camaleón se construye industria cultural ni pisando reglas se reivindica la postura. Tampoco hace falta santificar al Estado para señalar que su permisividad también es parte del problema. Asignar espacio público sin gestión, supervisión ni límites resulta en escenarios que, más que espacios de expresión, se vuelven catarsis anárquica.

En este país, la musicalidad de los reclamos no debe convertirse en histrionismo irresponsable. Si queremos industria cultural, debemos abandonar el teatro de errores individuales y exigir estructuras que garanticen expresión con orden, derecho con responsabilidad. Sin eso, lo que tenemos es ruido y descontrol, no cultura.

El debate que sí importa

Este episodio —como el de Mugre Sur en 2024— se presta para otro debate: ¿cuáles son los límites de la expresión artística en eventos financiados con fondos públicos? ¿Tiene el arte derecho a la crítica y a la incomodidad? Por supuesto. Pero con eso también viene la responsabilidad.

Si una banda se presenta en un festival con horarios compartidos, debe respetar su espacio. Si decide usar su plataforma para denunciar, debe estar lista para las consecuencias y no escudarse luego en un supuesto “boicot”.

Y si se busca construir una industria cultural sólida —con medios, con público, con gestión seria y condiciones dignas—, entonces hay que empezar por asumir responsabilidades.

En La Calle, creemos que el arte puede ser protesta, crítica, ruptura. Pero no caos irresponsable ni capricho disfrazado de disidencia. La industria cultural se construye, no se impone a gritos.