Por Génesis Gómez / @GnesisGmez15
Quito, 24 ago (La Calle).- El 12 de diciembre del 2002 marcó la vida de Petita Albarracín y su familia. Con 16 años de edad, Paola Guzmán se quitó la vida después de ingerir diablillos. La decisión que la orilló a tomar esa difícil decisión fue un embarazo producto del abuso sexual que sufrió durante dos años en la escuela Martínez Serrano, ubicada en Guayaquil. Desde ese día, su madre no ha dejado de pedir al Estado que se haga justicia en el nombre de su hija.
Petita Albarracín es una mujer de bajos recursos que vivía con sus dos hijas y su madre en un suburbio de Guayaquil. Antes de la tragedia, la mujer aseguró ante la audiencia de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), que “tenían una vida tranquila. Había mucho amor y valores”, hasta que empezó a notar cambios en el comportamiento de su hija: ella jamás había tenido malas calificaciones, pero ahora esos números rojos delataban algo oculto.
La mujer, preocupada por la educación de su hija, asistió al colegio donde conoció al vicerrector, quien le había dicho que dará oportunidades a los alumnos con bajas calificaciones. “Le dije que yo le podía poner un profesor en casa a mi hija, pero creo que no le gustó la idea. Entonces no la ayudó», manifestó en la audiencia.
Paola, emblema de una tragedia humana
El 12 de diciembre del 2002, llamaron a la familia de Paola desde el colegio argumentando que debían retirar a la menor porque “había tomado algo”. En cuanto el vicerrector reconoció a Petita le dijo: “Coja a su hija y llévesela”. La adolescente no recibió atención médica hasta que la llevaron al hospital y le dieron el diagnóstico. Paola había consumido una dosis de entre 50mg y 60mg de fósforo blanco inorgánico, explicaron los peritos ante la Corte.
“¿Por qué lo hiciste? ¿Algún enamorado? ¿Qué pasó?”, preguntaba desesperada la madre en el hospital. De acuerdo con las declaraciones de Petita, Paola respondió: “No, mamá, no es nada”. “Mi hija se lo llevó a la tumba. Se lo calló. No me dijo nada, incluso cuando estaba agonizando”, denunció Petita aún doliente, durante una entrevista en Radio La Calle.
La respuesta a este terrible incidente vino de la mano de una periodista quien ingresó a la clínica buscando a la madre de Paola. En cuanto supo quién era le dijo: “Señora, usted tiene que denunciar a Bolívar Espín, el vicerrector, porque una compañera me llamó y me contó todo. Este hombre la acosaba, la violó y la embarazó'», narró.
Y aunque los forenses intentaron mostrarle a Petita lo contrario, ella se aferró al testimonio de la compañera de su hija. El abuso no terminó ahí. «El victimario le indicó que debía practicarse un aborto en el servicio médico del colegio donde fue nuevamente víctima de violencia sexual porque el médico le condicionó el procedimiento a cambio de sexo», según registros del Centro de Derechos Reproductivos y el Centro Ecuatoriano para la Acción y Promoción de la Mujer CEPAM-Guayaquil. “Todos sabían menos yo. Nadie me dijo nada”, lamentó la madre de Paola.
Una luz tras 18 años de lucha por justicia
Doña Petita Albarracin, madre de Paola, manifestó que se sentía desamparada por la justicia ecuatoriana. “He vivido humillaciones. Iba a las 9 de la mañana y me tenían sentada hasta las 3 de la tarde sin respuestas. Nadie se acercaba a mí. Nadie me ayudaba hasta que encontré la oportunidad en una abogada. Gracias a ella pude avanzar en el caso”, señaló.
La abogada encargada del caso es Lita Martínez, directora del Centro Ecuatoriano para la Promoción y Acción de la Mujer (CEPAM) de Guayaquil.
La lucha de una madre no ha terminado incluso 18 años más tarde. Petita Albarracín espera que la CIDH pueda ejercer la reparación que la Justicia ecuatoriana no ha podido. Los representantes en el país no asumieron responsabilidad alguna en el caso de Paola. «Ofrecer una disculpa pública y luego no reconocer la responsabilidad de los hechos es por lo menos contradictorio. Nos causó mucha indignación», afirmó Martínez para BBC Mundo.
“Nadie me va a devolver a mi hija solo quiero que el Estado cumpla lo que me prometió. Nunca lo hice por interés, solo quería justicia”, dice ahora entre lágrimas Petita Albarracín. “Por esa lucha no voy a revivir a mi hija. Me siento triste y espero que con esa reparación pueda continuar mi camino”, añade.
Petita suplicó a las madres que confíen en sus hijas, que se mantengan al tanto de las señales para que no sean parte de la manipulación de la que fue víctima su hija. Este es el caso de Paola Guzmán, el nombre que tuvo que salir de las cortes ecuatorianas para visibilizar una historia que puede estar más cerca de lo que imaginamos.