Por: Ronald Rodríguez
Lo que ocurre en Taisha no es una sorpresa. Es el resultado de una política de Estado que ha abandonado sistemáticamente a los más pobres, los más lejanos, los más indígenas. Y hoy, cuando las cifras de pobreza extrema, desnutrición infantil y abandono institucional estremecen a un país que apenas despierta, hay que ser claros: la responsabilidad recae directamente sobre la derecha política que ha gobernado —y sigue gobernando— con voracidad, con desprecio por la equidad y con una insensibilidad brutal frente a territorios como Morona Santiago.
Taisha, con un 74,35% de pobreza por ingresos y casi el 50% de su población en pobreza extrema, no es una excepción. Es la regla de lo que sucede cuando se antepone la rentabilidad económica sobre la vida humana, cuando se abren las puertas a los megaproyectos mineros e hidroeléctricos pero se cierran los ojos ante la desnutrición, el abandono escolar, la falta de agua potable o la inexistencia de servicios médicos básicos. Morona Santiago —la provincia más pobre del Ecuador— es también el emblema de cómo se saquea la riqueza natural de un territorio sin devolverle absolutamente nada a su gente.
Y es necesario decirlo sin titubeos: la derecha que hoy gobierna, la misma que lleva casi dos períodos presidenciales en el poder, ha dejado al país entero en el abandono, pero ha sido particularmente cruel con la Amazonía. No hay infraestructura, no hay inversión social, no hay presencia institucional real. Hay sí, show mediático, declaraciones vacías y una campaña política permanente que ya proyecta cuatro años más de lo mismo con Daniel Noboa, un presidente cuya prioridad es la farándula, no la justicia social.
¿Dónde están los hospitales que prometieron? ¿Dónde está el agua segura, las escuelas funcionales, las vías transitables? ¿Dónde están los derechos de los pueblos indígenas que han sido despojados de todo menos de su dignidad? Taisha no es una casualidad ni un error técnico. Es una consecuencia directa de un modelo económico que ve a los territorios amazónicos como zonas de sacrificio. Y mientras los números escandalizan —25,3% de desnutrición infantil, 4,61% de deserción escolar, 82,4% de pobreza multidimensional— la política sigue girando en torno a los negocios, no a las necesidades.
Es momento de dejar la hipocresía. El país necesita mirar a Taisha y entender que este no es un caso aislado ni una emergencia reciente. Es una vergüenza histórica. Y aunque la culpa sea compartida a lo largo del tiempo, el presente tiene nombre, apellido y rostro: el de una derecha elitista que controla el poder, administra el Estado y decide a quién se le sirve y a quién se le olvida.
No podemos permitir que Taisha vuelva a ser noticia solo cuando hay tragedia. Taisha debe ser la bandera de una lucha nacional por la justicia territorial, por la redistribución de los recursos, por la dignidad de los pueblos amazónicos. Porque si el país no se indigna con esto, entonces no se indigna con nada. Y si este gobierno —y su continuismo— no cambia el rumbo, será recordado como el régimen que institucionalizó el abandono como política de Estado.
¿O acaso vamos a esperar a que mueran más niños para reaccionar?