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Mi querido Quito | Opinión

Por: María Isabel Burbano / @rizossalvajes

Quito, 06 dic (La Calle).- Ser quiteño o quiteña es, para algunos, un incidente poco importante. Lo mismo nacer en las queridas Riobamba, Cañar o Portoviejo que nacer en Quito. Para otros es un tema de gran orgullo, tanto que le escriben poemas, canciones, versos o libros. En algo podemos estar de acuerdo todos: Quito es una ciudad como ninguna y tiene un pedacito de Ecuador en sus paredes, plazas y parques.

Cuando era niña me entusiasmaba mucho mi ciudad. Aquí se conocieron mis padres, que como la mayoría de personas en los años 70, 80 o 90 hacían de la capital su lugar de residencia. Aquí mi familia sembró sus sueños y esperanzas de un futuro en una ciudad que recibe a chagras y extranjeros haciéndolos parte de un solo puño.

Me entusiasmaba tanto ir al Centro histórico. Para mí infantil curiosidad era como transportarse a otro mundo, uno en donde el tiempo se detuvo. Con las casas coloniales con piletas interiores que cuando entras, las viejas tablas del piso crujen con cada paso. Las estrechas calles, las imponentes iglesias. Un conjunto que muestra, con creces, porque somos Patrimonio Cultural de la Humanidad. Con las vendedoras de espumilla y los de ponche con sus trajecitos blancos. Las pocas confiterías que quedan en la ciudad con sus maníes dulces, las melcochas. Todo se funde con los edificios que aparecen desde el Ejido, en la avenida Colón y llegan a la zona financiera de una ciudad que continúa creciendo y expandiendo su territorio.

Me gusta su historia. Saber que antes de españoles e incas habitaban quitus, shyris y diversos grupos étnicos. Que desde esta franciscana ciudad de la Real Audiencia se prendió la llama de la libertad un 10 de agosto de 1809, que antes hubo la Rebelión de las Alcabalas y Estancos y la sangre corrió. Me gusta saber que Eugenio de Santa Cruz y Espejo era quiteño, que escribió el primer periódico de nuestra historia y que, lastimosamente, envidia y el temor a su gran genio lo llevó a morir en una fría celda.

Me gusta saber que en la casa de la esquina de la Chile y Venezuela, Manuela Sáenz arrojó el adorno floral que cambiaría su destino y la llevó a convertirse en la libertadora del libertador. Saber que la Biblioteca Municipal era antes la Universidad Gregorio Magno o como la conocemos ahora, Universidad Central.

Que en 1962 se demolió el edificio del Palacio Municipal y no empezaron la construcción del nuevo hasta 1970. La Biblioteca Nacional de Quito, en San Blas, se demolió en 1969 y solo quedan las fotos para recordarla. De niña me emocionaba el Trolebús y de adulta me emociona ir en el Metro.

Quito cambia y evoluciona, pero su gente sigue siendo tan cálida, tan luchadora como siempre. Lo que no va a cambiar es nuestro cariño, feliz aniversario, carita de Dios.

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