Por Omar Jaén Lynch / @Kelme_boy
Periodista
No queda espacio para recibir una puñalada más. A la moral de los ecuatorianos no le cabe una herida más. El escándalo del uso de carnés de discapacidad por parte de funcionarios públicos para importar vehículos de alta gama terminó de lacerar por completo el estado de ánimo de los residentes de este país.
El panorama es devastador y se palpa en la mirada de los ecuatorianos, en su forma de caminar, en su manera de interactuar, en su postura al enfrentar el día a día. Nos hemos acostumbrado tanto a que nos pisoteen en estos últimos 3 años que cada herida nueva es solo una marca más en nuestra magullada autoimagen.
Lo de los carnés superpuso lo de la avioneta de Daniel Salcedo, que a su vez ocultó lo del reparto de hospitales a los Bucaram, que cubrió la aprobación de la Ley Humanitaria que precariza el trabajo, que ocultó lo de los kits de Alexandra Ocles, que escondió los sobreprecios en el IESS en la administración de Paúl Granda, que a su vez encubrió las miles de fundas para cadáveres con elevadísimos valores… Y esto es solo un recuento de abril a junio de 2020. Lo peor es que debajo de este cúmulo de inmundicia, en el zócalo, tenemos a más 21.000 muertos producto de la pandemia y de la ineficaz respuesta de Lenín Moreno, Otto Sonnenholzner, entre otros.
Si pensaban que ver para atrás es deprimente, ni se imaginan lo que será divisar lo que se viene: el desmantelamiento completo del Estado, el disparo en los índices de desempleo, nueva deuda con el Fondo Monetario Internacional (con su respectiva receta de ajustes), el aumento de los niveles de inseguridad y hasta una posible presidencia temporal de María Paula Romo.
Ante esto me surge la pregunta: ¿lo hemos perdido todo? Y “con todo” no me refiero a lo material –que sí, ya se lo ha llevado este gobierno y sus aliados-, sino a la psique de los ecuatorianos.
Estamos en país que perdió su espíritu. Como lo mencionaba párrafos atrás, cada nuevo acto de corrupción, de injusticia, de atentado a nuestra economía es tomado como una anécdota más. Ya ni siquiera nos causa malestar o bronca, solo aceptamos que estamos en la mierda (intenté hallar un término distinto para no resultar ofensivo, pero el ecuatoriano de a pie sabe que no hay mejor palabra para reflejar lo que sentimos).
El ecuatoriano del 2020 perdió su reacción, su indignación, su voz. Aceptamos la desgracia en todos los sentidos sin ni siquiera chistar. Y cuidado oses reclamar o, peor aún, salir a la calle a mostrar tu desesperación, estarías “haciéndole el juego al ‘correísmo’” o sencillamente eres un “tirapiedras” más que no entiende que “marchando no se gana nada”.
Ecuador está desmovilizado, fraccionado y en la peor crisis de su historia. Temo tanto que no reaccionemos, que “aceptemos” nuestro “destino” y dejemos que nos sigan golpeando desde Carondelet hasta que todo termine, en teoría, en mayo de 2021. Lo que hay que entender es que esa violencia no terminará jamás hasta que se le ponga un freno. Porque si no se dice o hace algo ahora, la violencia seguirá y se perpetuará un período más con el candidato que impulse el gobierno el próximo año.
Realmente no estoy de ánimos para arengarte, solo puedo pedirte que pienses en los tuyos cuando decidas seguir callado.