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Lasso y su travesía por la derecha en Ecuador – Opinión

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Renato Villavicencio Garzón

Lasso y su travesía por la derecha en Ecuador

Corría el año 2012 y el progresismo nacional se veía cada día más fortalecido y consolidado dentro de la aún fresca Revolución Ciudadana. Nada parecía poder derrotar electoralmente a Rafael Correa y el movimiento Alianza PAIS, que había logrado recoger y representar los símbolos de cambio y regeneración para amplios sectores del país.

Los partidos tradicionales se desinflaban sin poder encontrar una manera de contrarrestar los efectos de este nuevo progresismo que había nacido y no apuntaba a diluirse pronto. De la vereda izquierda, sus partidos tradicionales (MPD/UP, ID, Pachakutik) dejaban de ser los protagonistas de su lado del espectro; y, de la banda derecha, el único partido que quedó de pie fue el PSC, que solo pudo replegarse a su bastión fuerte, Guayaquil.

Como consecuencia, la necesidad de renovación del sistema político se volvió obligatorio. En este contexto nace el movimiento CREO. Un banquero que había ocupado altos cargos públicos años atrás vio la oportunidad de cumplir sus ambiciones políticas renovando la política de derecha; ocupando los vacíos dejados por sus antecesores vapuleados por AP desde 2006 (PSP, PRIAN, UDC).

La jugada parecía de sentido común.

La derecha en Ecuador, a pesar de lo que muchos se empeñan en creer, nunca ha estado unida, y cuando lo ha estado, es por pactos que penden siempre de un hilo. Esto se da por un histórico choque de intereses entre élites oligárquicas (importadoras, bancarias, agroexportadoras, regionales sierra/costa) y, también, algunos personalismos (Jaime Nebot – Guillermo Lasso).

Con sus partidos tradicionales en cuidados intensivos, Guillermo Lasso y su nuevo movimiento, no solo podía recoger el sentir de una derecha sociológica huérfana en ese momento en este país, sino de renovar todo ese espacio político. Si el éxito de la nueva izquierda frente a la derecha tradicional en Ecuador pasaba, al menos en cierta medida, por modernizar sus postulados y actualizar su discurso al siglo XXI, era evidente que la derecha debía pasar por el mismo proceso.

La tarea no era fácil. Remover el anquilosado discurso de centro derecha y derecha del país, acostumbrada al caudillismo, conservadurismo católico, cooptación del Estado, neoliberalismo duro, autoritarismo, ente otros, era un reto enorme; pero también era difícil dejar pasar la oportunidad histórica que se presentaba a los pies de Lasso.

De manera general, a CREO no le fue mal a pesar de la hegemonía de AP en la década 2007- 2017.

Segundo en la campaña presidencial de 2013 (22,68% de los votos en primera vuelta) y también en la del 2017 (48,8% en su segunda vuelta); una bancada que creció desde los 11 asambleístas en 2013 hasta los 34 en 2017; el partido de Lasso se convirtió en la segunda fuerza política nacional, y punta de lanza de la oposición a los gobiernos de Rafael Correa. A nivel local, sus resultados fueron más austeros, aunque lograron aumentar el número de alcaldías desde 22 hasta las 34, entre 2014 y 2019.

Lasso y CREO sostuvieron este proceso procurando ocupar dos significantes importantes: libertad y cambio; y aprovechando el desgaste natural de cualquier gobierno, lograron encaramarse a la disputa real de ese electorado que se considera “apolítico” (ni de izquierda ni de derecha), y que en su momento fue quienes sostuvieron las victorias electorales de AP.

El neoliberalismo progresista

Nancy Fraser ha acuñado el término «neoliberalismo progresista» para cierto sector social y político que, si bien ha aceptado algunos de los nuevos discursos progresistas, como, el ambientalismo, animalismo, la interculturalidad, las diversidades sexuales, el matrimonio igualitario o incluso, el derecho a decidir de las mujeres sobre su cuerpo, sigue siendo neoliberal en su expresión económica y concepción del Estado. Es decir, en pocas palabras (pero no solo), menos impuestos y Estado pequeño. Las nuevas clases medias que se crearon en el Ecuador durante la última década pudieron articularse en estos discursos de los que permanentemente se encuentran bombardeados.

Y aquí está exactamente el punto donde las propias limitaciones ideológicas de Guillermo Lasso fueron su peor enemigo para reconfigurar esas identidades en transformación. Un personaje que, con su concepción de libertad económica neoliberal, y cambio de gestión estatal, encontró tierra fértil, no solo en ese sector de derecha tradicional; sino también en estas nuevas clases medias altas y clases medias trabajadoras. Pero presentó a la vez una incapacidad intrínseca para llevar a cambio esa evolución discursiva por su propio conservadurismo.

Como miembro del Opus Dei, sus posturas sobre la legalización del aborto o matrimonio igualitario no diferían en mucho de las del ala más conservadora de AP (con Rafael Correa a la cabeza). A pesar de estas tensiones internas, en el 2017 casi logra arrebatarle la presidencia a AP, en el que fue su punto más alto como líder de la oposición a Rafael Correa. A partir de ese momento todo fue un descenso sostenido.

Sabemos ya lo que pasó con el gobierno de Lenín Moreno.

Renegando de las bases políticas del movimiento político que lo llevó al poder, de su programa de gobierno y del propio Correa, Moreno se encuentra aplicando más el programa perdedor de Lasso; ahora aplica un ajuste radical neoliberal a la economía y al Estado ecuatoriano. A pesar de las distancias que quiera marcar Lasso del actual gobierno, cada vez es más difícil justificar su apoyo en bloque a las propuestas legislativas del Ejecutivo y al viraje gubernamental cada vez más explícito hacia la derecha. Las acrobacias para desvincularse del gobierno son cada vez más evidentes. Su discurso de libertad se diluye y la articulación alrededor de la idea «cambio» simplemente dejó de ser viable. Más allá del mensaje, el lugar de enunciación desde donde se lo proyecta es también muy importante.

¿El PSC contrataca?

Para las elecciones seccionales de 2019, esta reconfiguración de la derecha ecuatoriana tenía otra tónica. Con Lasso y CREO tratando de convencer (y convencerse) fallidamente de que eran oposición real al gobierno, surgió la oportunidad para el PSC de intentar un contragolpe para recuperar el terreno perdido como referente de la derecha nacional. Jaime Nebot había confirmado que no iría por la reelección al cargo de alcalde de Guayaquil, posición que ocupó por 19 años; trataría de dar el salto por tercera vez a la carrera presidencial en 2021.

Conocido “viejo zorro” de la política; no confirmaría su postulación hasta saberse seguro de que tendría el apoyo suficiente para llegar, al menos, a segunda vuelta. Nebot leyó bien el momento y trató por un tiempo de articularse con esas nuevas significaciones de la centro derecha; llegando a criticar las intenciones de privatización de las empresas públicas por parte del gobierno de Moreno. Criticó además los acuerdos firmados con el FMI (“un mal médico”).

Inclusive, llegó a declararse feminista luego de varios asesinatos machistas (“sería extraño que quede un hombre, que se precie de serlo, que no entienda y apoye el feminismo”).

Con esto, podemos decir que Nebot sabía lo que estaba en juego.

Lasso desde 2017 había abandonado a ese electorado y al discurso neoliberal progresista al apoyar a un gobierno que destruyó, inclusive, lo que se valoraba como bueno por parte de ese neoliberalismo progresista (vialidad estatal, eficiencia en prestación de servicios, salud pública, entre otros). Y pesar de todo el bagaje histórico de lo que significa el PSC en el Ecuador (autoritarismo, corrupción, conservadurismo), decidió aprovechar la oportunidad porque era la única manera de mantener abierta la posibilidad de aglutinar suficiente apoyo para llegar a la presidencia de la república en 2021. Al igual que Lasso en 2012, el intento era táctico, pero por más que se vistan de seda, de derecha conservadora se quedan.

Todo este intento de acercamiento tuvo un vuelo muy corto. Nebot ya partía desde más abajo de lo esperado. Más allá de Guayaquil y el Guayas, el PSC es un partido sin bases ni simpatizantes en el resto del país. El esfuerzo requerido para lograr el salto nacional era importante. No podía haber fallas. Los resultados en las elecciones locales de marzo de 2019 le dieron aliento suficiente para sentirse con fuerzas hasta 2021, pero nadie contaba con el Paro Nacional de octubre de 2019 en contra de las medidas económicas planteadas por Moreno.

Si hubo un perdedor de esas jornadas, ese fue Jaime Nebot. Al darle cobijo en Guayaquil a un presidente prácticamente defenestrado y con unas declaraciones, tan inoportunas como ingenuas, sobre las movilizaciones indígenas a hacia las ciudades (“recomiéndeles que se queden en el páramo”), su intento de articularse y resignificar a la derecha terminó sin levantar nunca el vuelo. Más tarde Nebot confirmó que no participaría en la carrera presidencial y apoyaría la candidatura de Lasso.

¿El camino más largo al mismo lugar?

Pero entonces ¿qué cambia en el escenario de la derecha para las elecciones de 2021? Más allá de la atomización de partidos políticos en ese lado del espectro, Lasso sigue siendo la carta principal para llegar a Carondelet. El peso de ser un aliado del gobierno de Moreno es insostenible. Lasso no puede seguir abanderando el “cambio”, o al menos se ubicaron en un lugar en el que dificultaron esa credibilidad. Él y su partido saben que su tercer intento en la carrera presidencial no tiene el mismo fuelle que hace 4 años (su punto más alto). Y aquí otro punto de inflexión clave para entender el viraje repentino y peligroso hacia el discurso de extrema derecha de estas semanas.

El binomio de UNES es el mejor ubicado para articular hoy en día la idea de “cambio” en el país luego del desastre que ha sido Lenín Moreno, aunque eso no le asegure del todo el éxito. Por eso la derecha trata de jugar, como siempre, en el barro. Es poco verosímil que quieran alargar el tiempo del “correísmo” incluyendo al gobierno de Moreno. Sobrarán quienes traten de asustar con que nos convertirán en Venezuela, y las más reciente, que Araúz tiene como objetivo sacar al país de la dolarización. Esto no solo es costumbre, es muestra también de desesperación política al no lograr reflotar a Lasso en las encuestas. Así que es mejor es perjudicar al binomio Araúz-Rabascall para que pierda apoyo.

La nueva carta de la derecha

Pero, además, en su desesperación juegan otra carta. En Ecuador la extrema derecha nunca ha tenido un protagonismo autónomo fuerte dentro de la arena política. Sus diversas expresiones

han sido marginales dentro de ciertos grupos políticos, pero en años recientes ciertos grupos y personalidades han ido ganando visibilidad en movimientos independientes; gracias también al empuje que en otras latitudes estos discursos han logrado obtener, como, por ejemplo, Bolsonaro en Brasil, VOX en España o el propio Donald Trump en los Estados Unidos. Ahora Lasso, y en este punto también Nebot, se ofrecen a la extrema derecha como megáfono de sus propuestas. El libre porte de armas es solo un ejemplo, vendrán más.

La derecha ecuatoriana se juega ahora remover el discurso extremista de odio, nacionalismo excluyente, conservadurismo católico duro, y el neoliberalismo autoritario. Hay sectores sociales que siempre han pregonado esto, pero ahora se les entregará protagonismo para agitar el avispero. El riesgo es que con ese tipo de discursos no siempre es previsible lo que pueda ocasionar, o poniéndolo en otras palabras, no sabes a qué monstruos vas a despertar.

Además, en tiempos de crisis económica y política, de falta o precarización del empleo, sensación de inseguridad, entre otros, es posible que sectores de la población golpeados por estas situaciones encuentren de alguna manera certezas en estos discursos. Es posible, y por eso la apuesta de CREO y el PSC, el llevar ahora a las antípodas su estrategia de reconfigurar y modernizar a la derecha en el Ecuador. De articularse por la centro derecha al neoliberalismo progresista a cortejar a la extrema derecha criolla. Un viraje completo.

El final siempre es un comienzo

Como conclusión de este brevísimo repaso, podemos decir que la derecha ecuatoriana al dilapidar sus opciones de vencer legítimamente a la Revolución Ciudadana por el centro, en su última y más reciente estrategia parece que lo intentarán por el extremo. Intento que, al menos, será más real y sincero que los anteriores, en los que su estrategia pasaba por que sus líderes se disfracen de algo que en realidad no son y es difícil que encarnen. Interesante es también que los dos pesos pesados de la derecha ecuatoriana en los últimos veinte años terminen gastándose su último cartucho juntos, a pesar de ellos mismos.

Y de alguna forma, igualmente permite intuir que la derecha ecuatoriana no puede articularse toda en un solo movimiento. Tiene que elegir y correr el riesgo. Lo pavoroso es que al tomar el riesgo con la extrema derecha no lo toman solo ellos, lo tomamos todos y todas en el Ecuador.

Renato Villavicencio Garzón

Cursó estudios de Máster en Estudios sobre Globalización y Desarrollo por la Universidad del País Vasco (UPV/EHU); de Máster en Análisis Político por la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Actualmente es doctorando en Ciencias Políticas y de la Administración por la Universidad Complutense de Madrid.

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