Todos llevamos prendido, como un alfiler en la solapa, algún diciembre en nuestras vidas. Hay alguna Navidad que se quedó grabada en nuestras mentes, que resurge una y otra vez con la misma insistencia de las viejas películas que nos llenan de recuerdos y nostalgias, que quizás evoquen la niñez olvidada en alguna esquina de nuestro corazón, en aquel espacio donde habita eternamente un niño, aquel que mantiene intacta la ternura, la curiosidad y la capacidad de asombro, en medio de la ciénaga del caos, el terror y la violencia.
Aquella Navidad, más poblada de magia que de realidad, donde cualquier cosa podía convertirse en juguete y la risa era risa y el llanto era llanto. Esa Navidad es parte de nuestra historia personal, como un traje de luces del que no queremos desprendernos, aunque haya pasado de moda y se burlen un poco de nosotros llamándonos cursis o infantiles.
Para mí, esa Navidad huele a pavo y a misa de medianoche, a pan de pascua, a una lista interminable de juguetes, a luces multicolores que se prenden y apagan, a historias de nieves lejanas, a pesebres que repiten una historia de amor y de leyenda, a renovadas promesas de esperanza y fe.
Esa Navidad huele a tierra mojada, a lluvia golpeando los cristales, a árboles frutales cargados de regalos, a mangos y limones, aire limpio y mañanas lavadas, a caminos sorteados de piedras y de flores. Esa Navidad huele a río arrastrando lechuguines y al eco lejano de un transistor desde donde niños que ahora son mayores cantaban con toda la fuerza de sus desprevenidos pulmones, villancicos populares como “Ya viene el niñito, jugando entre flores…”
Esa Navidad sabe al agridulce sabor de la espera, al momento culminante en que se abrían los regalos y la impaciencia se convertía en gozo. Sabe a tiempos de despreocupada calma, alejados de la crisis de la inseguridad que hoy nos mantiene presos en nuestras casas; donde el tiempo aún inocente no era un enemigo de cuidado.
Ahora que se nos han alargado enormemente las piernas, pero nuestras almas resucitan infantiles bajo el conjuro de la Navidad, debemos pensar en los niños como una manera de honrar a aquel niño que fuimos; en aquellos que no tienen mayores posibilidades para que ese día los alumbre con su encanto; en aquellos miles de infantes de orfanatos, asilos y hospitales que no solo carecen de regalos sino fundamentalmente de amor; en aquellos pequeños errantes cuya vivienda es la calle y cuyo almuerzo es la violencia; en los que han huido de sus hogares porque sus casas eran auténticos infiernos; en los niños obligados a trabajar por un sistema brutal e injusto que aupaba a los más ricos y pauperizaba a los ya desposeídos, que enfrentan indefensos en las calles toda clase de peligros; en aquellos que limpian los parabrisas de los carros por unas pocas monedas, en los que al lado de sus famélicas madres mendigan un trozo de pan. En los miles de niños del mundo víctimas de las guerras y de gobiernos asesinos.
Pensemos en aquellos pequeños y actuemos con solidaridad y justicia. Hay instituciones y organizaciones muy conocidas que precisan nuestra ayuda, que nos están esperando. Es verdad que este apoyo no debe ser solo por Navidad, sino un deber a cumplir todos los días. Que el Estado y la sociedad civil deben trabajar para que se cumplan los derechos inalienables y universales de los niños y hacer que el interés superior por ellos sea un principio que se ejecute de manera permanente y real y no solo material para ganar votos; pero a veces las leyes y la justicia parecen ser solo quimeras en esta aldea sumergida en odios, prejuicios y banalidades.
Si cada uno de nosotros se comprometiera a hacer algo, a dar nuestro tiempo, nuestro apoyo, conseguiríamos mucho. ¿O, acaso, díganme ustedes, no significa mucho iluminar de alegría el rostro angelical de algún pequeño y lograr que, aunque sea por un instante, el niño sea niño y no un adulto precoz?
Sobre la autora
Aminta Buenaño, distinguida escritora ecuatoriana, diplomática y profesora universitaria, es la mente creativa detrás de una emotiva reflexión navideña que captura la magia de las festividades y la importancia de la solidaridad. Con una carrera literaria rica y reconocida internacionalmente, Aminta combina su maestría en género con una profunda experiencia política, destacándose como asambleísta nacional, vicepresidenta de la Asamblea Constituyente y embajadora en diversas naciones. Su incansable lucha por la igualdad de género y los derechos sociales ha dejado un impacto inspirador en la sociedad ecuatoriana, consolidándola como una voz fundamental en la literatura y la diplomacia. Con mente abierta y pluma valiente, Aminta sigue siendo una figura esencial, compartiendo su sabiduría y perspectiva con el mundo.