La muerte en y de Guayaquil (Opinión)

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Por Omar Jaén Lynch
Periodista y docente universitario

James -o Jimmy, como siempre lo llamamos- tenía 61 años y una broma siempre en la lengua. Ese humor le sirvió durante toda su vida para ocultar una personalidad tímida, como ausente. Era mi tío y falleció el lunes 30 de marzo de 2020 en el Hospital Teodoro Maldonado Carbo de Guayaquil, en la soledad absoluta, sin una mano amiga o familiar de quien sostenerse.

En su acta de defunción se lee lo siguiente: Neunomía viral desconocida. Entiéndase Covid-19. Jimmy llegó a esa casa de salud pública con todos los síntomas del coronavirus, pero nunca le realizaron la prueba para detectar la enfermedad. Tardó en hacerse atender, el temor de contagiarse hizo que tomara la fatal decisión de acudir cuando ya era muy tarde. Su pareja nos informó que apenas pudo recibir algo de oxígeno y una pastilla.

Luego vino otra muerte, la de la dignidad. Cuatro días después se intentó recuperar el cadáver, pero nos indicaron que por disposición del COE Nacional no se lo podía entregar a los familiares, sería el Estado el encargado de sepultarlo. La inhumación se la realizó recién el viernes 10 de abril, luego de una tortuosa agonía y pedidos a las autoridades. Algo de paz llegó a la familia, aunque siempre quedará una duda cuando estemos frente a su bóveda: ¿Lloramos a nuestro muerto o al de alguien más?

Historias como esta se replican por centenas en Guayaquil. A estas alturas, no hay habitante en esta ciudad que no tenga un familiar o amigo que no esté enfermo o haya fallecido de Covid-19.

Resulta redundante, pero necesario, recordarle al mundo que en las últimas tres semanas esta urbe vio a sus hijos morir en las calles, a otros más dar sus últimos respiros en sus viviendas, sin la certeza de en cuántos días levantarían sus cuerpos.

Créanme, lo que se ve en redes o en reportajes de medios internacionales no son “fake news”. Aquí estamos muriendo, cayendo como gotas en diluvio. Los hospitales públicos y clínicas particulares están atiborrados de almas clamando no cegarse. Si llegas a conseguir una cama prepárate para pagar entre 1.500 a 2.000 dólares por día de atención. Sumen a este calamitoso panorama a miles recorriendo las calles para conseguir el bendito coctel para combatir el virus: paracetamol, azitromicina y la hidroxicloriquina.

El gobierno cifra en 255 los caídos por Covid-19 en Guayaquil. Aquí todos sabemos que esa cifra no es ni de cerca la real, basta con ver las filas interminables filas de vehículos en los exteriores del Cementerio Jardines de la Esperanza, al ver cuerpos en bolsas negras apilados en los estacionamientos de Parque de la Paz en la Aurora o al ver a gente humilde edificando bóvedas en el Cementerio del Batallón del Suburbio.

Estamos y nos sentimos sin protección. El Estado no supo cómo actuar y los resultados fueron mortales. El dolor en esta ciudad se mezcla con la ira, la impotencia, la desesperanza. Hay miedo. Además del pavor de contagiarse, hay pánico al pensar en el día siguiente: si habrá qué comer, si se podrá comprar las medicinas, si en unas semanas se podrá pagar la pensión escolar o los útiles escolares de los niños. Como estocada, Lenín Moreno anuncia que reducirán los sueldos de todos. Qué linda manera de levantar el ánimo.

Esta tragedia significa también la muerte de Guayaquil tal y como lo conocemos. Cuando superemos esto -y pasará, tarde o temprano- la ciudad que conocíamos nunca volverá. Muchas de nuestras costumbres variarán si queremos sobrevivir.

Pero aspiro que la muerte del actual Guayaquil sea el punto de partida para tener una ciudad mejor, más justa, más solidaria, en donde entendamos que el espacio público, la convivencia social es lo único que nos puede mantener cohesionados, incluso en tiempos de pandemia.

Que la nueva Guayaquil entienda que sostener cordones de miseria a la larga termina afectando a todos por más que viva en tu ciudadela amurallada. Que en el nuevo Guayaquil haya más planificación y servicios básicos indispensables para todos.

En conclusión, un Guayaquil en donde lo humano esté por encima de todo. Un Guayaquil en memoria de Jimmy y de todos a quienes hemos perdido.

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