Quito, 01 ene (La Calle).- La diablada pillareña o diablada de Píllaro es una fiesta tradicional que se celebra durante los primeros seis días de cada año. Mientras la población católica ecuatoriana celebra, cada seis de enero, la fiesta de los Reyes Magos, en el cantón Píllaro, Tungurahua, una tradición folclórica y ancestral encarna al paganismo en su máxima expresión.
La Diablada Pillareña nació en la época de la colonia española. Esta manifestación cultural, que en 2009 fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial del Ecuador, convoca a miles de personas a las «partidas» o comparsas tradicionales que recorren las comunidades rurales, hasta llegar el centro de Píllaro.
Los integrantes, de cualquier edad o procedencia, se disfrazan de diablos y se introducen en la comparsa principal para unirse al festejo, que tiene una duración de ocho horas.
Origen
El origen real de esta costumbre todavía está en discusión. Entre las leyendas que circulan, una muy popular narra que cuando los terratenientes celebraban el inicio del nuevo año, los sirvientes utilizaban disfraces de diablo, como una manera de apropiarse de la personalidad del personaje odiado y discriminado con el que, debido a su situación en aquella época, se sintieron identificados. En la actualidad, la personificación del diablo se ha transformado en una muestra de ingenio y carisma para cada participante.
A pesar de no saber a ciencia cierta cómo nació la Diablada, el misterio y la seducción que siempre ha ejercido la imagen de este personaje en la imaginación popular hizo que, con el transcurso del tiempo, fuese cobrando popularidad. Tal es su importancia, que la elaboración de las máscaras del diablo se ha convertido en toda una escuela artística en Píllaro. La pinacoteca se encuentra a diez minutos del centro de Píllaro. Allí, desde hace 23 años, el artista plástico pillareño de 40 años Ítalo Espín elabora máscaras en el taller-museo de su propiedad «El pacto”.
Las tradicionales máscaras
Ítalo y su familia fabrican, bajo pedido, demoníacas y aterradoras máscaras que se exhiben cada fin de semana en las salas del museo. “Es un privilegio colaborar e impulsar una de las celebraciones más multitudinarias de Tungurahua y de la región. La elaboración de las caretas es un verdadero arte, pues esta actividad conjuga la escultura y la pintura, paciencia, prolijidad y una enorme dosis de imaginación”, dijo el artista para medios locales.
Cada careta está valorada entre $ 80 y $ 300, de acuerdo con la talla; su base está compuesta por papel, cartón y engrudo, y son expuestas durante casi todo el año en la mayoría de los talleres/hogares en los que se manufacturan.
Los asistentes podrán disfrutar de desfiles, degustaciones de platos típicos, exposiciones artísticas, eventos musicales, entre otros elementos, que forman parte de esta festividad.
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