Por: Juan Paz y Miño
Después de cuatro décadas de neoliberalismo el gobierno de Andrés Manuel López Obrador cambió el rumbo de México privilegiando políticas sociales que han mejorado las condiciones de vida y trabajo de su población. Como ha ocurrido con los gobernantes progresistas de América Latina esas transformaciones destaparon el odio de las élites que otrora manejaban el poder.
México también recuperó una firme visión y posición latinoamericanista, que históricamente ha sido el eje de sus políticas internacionales. Por eso, su decisión de no invitar al rey Felipe VI de España a la posesión presidencial de Claudia Sheinbaum ha ocasionado un impasse que, por el momento, no se ha agravado. Sin embargo, atrás del telón visible, lo que en el fondo se confronta es la posición del “hispanismo” cultivado por el partido VOX, las derechas y una serie de intelectuales que tratan de convencernos a los latinoamericanos que la conquista española fue “libertadora” de pueblos oprimidos por Aztecas e Incas, que la época colonial no fue tal, que las independencias fueron procesos errados y que Simón Bolívar, entre otros, es una figura despreciable. Un desconocimiento total de lo que es América Latina.
En forma paralela y aparentemente sin conexión, en la reciente Asamblea de la ONU el presidente del Consejo Presidencial de Haití Edgar Leblanc Fils reclamó de Francia la restitución de la deuda cobrada por la independencia del país como “indemnización” y cuyo monto de 150 millones de francos (unos US$ 21.000 millones) tuvo que pagar la república de negros libres durante 122 años. México y Haití obran en el marco de las reivindicaciones latinoamericanas sobre la deuda histórica que deberían asumir las potencias coloniales que durante por lo menos tres siglos sometieron a los pueblos aborígenes, destruyeron sus bases culturales, saquearon recursos, impusieron formas de explotación humana, implantaron la esclavitud, consolidaron la dependencia externa y crearon las estructuras fundamentales del subdesarrollo, sobre las cuales tuvieron que construirse después los Estados nacionales.
Estas reacciones tienen sus antecedentes. La Conferencia Mundial sobre el Racismo, realizada en Durban, República Sudafricana (2001), fue pionera en plantear la deuda histórica como responsabilidad de los países del Norte, provocando que los Estados Unidos y los países europeos amenazaran con retirarse de la cumbre. Intelectuales y líderes africanos han reivindicado la deuda histórica por la esclavitud y el saqueo.
La comunidad afroamericana ha reclamado en los Estados Unidos compensaciones por los años de la esclavitud. Con ocasión del V Centenario en 1992, surgieron reivindicaciones latinoamericanas contra el coloniaje de siglos. Y existen casos concretos de deudas históricas cubiertas: por reclamos de la comunidad judía Alemania creó un fondo especial de indemnizaciones para los “trabajadores forzados” de la época nazi y en 1960 canceló unos 58 millones de euros a personas particulares; España demandó (1999) 700.000 pesos de plata del “Juno”, galeón español hundido en 1802 y hallado en las costas de Virginia, obteniendo resolución favorable del Tribunal de Norfolk; también logró que el Tribunal Federal de la ciudad de Tampa, Florida, facultara el retiro del tesoro que la empresa Odyssey Marine Exploration obtuvo (2007) de lo que se cree fue el galeón “Nuestra Señora de las Mercedes” hundido en el siglo XVII con cerca de 600 mil monedas de oro y plata, cuyo valor se estima en unos 500 millones de dólares que, por cierto, deberían pertenecer a América Latina; en 2002 la Asociación Americana de Juristas ante el Tribunal Internacional de los Pueblos sobre la Deuda Externa (Porto Alegre), demandó responsabilidades históricas, incluso penales; Jubileo Sur, surgida de la Cumbre Sur-Sur de Gauteng, Sudáfrica (1999), sostuvo que la deuda externa es ilegítima e inmoral; el bloqueo sufrido por Cuba durante décadas, configura una deuda histórica acumulada, que ha impedido el desarrollo de su pueblo; en 1993 los indígenas amazónicos de Ecuador demandaron en Nueva York a la Chevron Texaco Corp. por daños ecológicos causados por la explotación petrolera del pasado. Pueden sumarse muchos casos.
De todos modos, en el plano internacional, resulta significativo que por lo menos existan pedidos de perdón y disculpas como la del Papa Francisco a las comunidades aborígenes americanas, o las de los gobiernos de Bélgica, Canadá y Alemania por acciones del pasado.
Sobre la base de esas experiencias históricas, los estudios sobre deuda ecológica y los planteamientos de distintos académicos referidos a las responsabilidades de los países coloniales y los imperialismos contemporáneos, es posible reivindicar, desde América Latina, la deuda histórica, un tema que abordé por primera vez en el IV Congreso de Historiadores Latinoamericanos y del Caribe (ADHILAC, 2003) y que desarrollé ampliamente en el libro Deuda Histórica e Historia Inmediata en América Latina. De modo que el concepto deuda histórica exige reparaciones, indemnizaciones y compensaciones para los países de América Latina.
Estas demandas no se limitan al pasado remoto, sino que también abarcan el pasado reciente, como la deuda externa, que ha sido impuesta por el sistema financiero internacional (FMI) en condiciones que benefician al capital global en detrimento de las sociedades latinoamericanas.
En definitiva, el concepto deuda histórica ha cobrado fuerza en los últimos años para explicar y reclamar las consecuencias de siglos de colonización, explotación y desigualdad que han afectado profundamente a América Latina. Esta deuda no solo se refiere a una compensación económica, sino que abarca aspectos sociales, ecológicos y culturales que se han gestado desde la llegada de los colonizadores europeos y que continúan presentes en el contexto contemporáneo. El concepto deuda histórica ha evolucionado para incluir nuevas formas de explotación humana, la apropiación de recursos naturales, la biopiratería que ha permitido que empresas transnacionales registren patentes sobre plantas y conocimientos ancestrales sin compensar a las comunidades indígenas.
Además, la deuda histórica incluye la destrucción y saqueo del patrimonio cultural, documental y arqueológico latinoamericano, muchos de cuyos tesoros se encuentran hoy en museos y bibliotecas de Europa y Estados Unidos. Asimismo, la deuda histórica tiene una dimensión interna, pues las élites locales y los gobiernos empresariales de América Latina han contribuido a perpetuar la pobreza y la desigualdad. Estas élites han sido cómplices de la explotación de los recursos y de la fuerza laboral, generando una profunda división social que permanece inalterada.
En definitiva, hay una deuda histórica que desafía directamente a las potencias mundiales que hasta ahora han evitado asumir su responsabilidad por el pasado colonial y el presente de intervencionismos e injerencias imperialistas para asegurar sus intereses hegemónicos, y que también cuestiona la dominación interna de grupos económicos beneficiarios de la perversa consigna de “libertad económica” que, como se ha demostrado en la región, polariza a las sociedades latinoamericanas entre una cúpula que acumula riqueza y captura los Estados para garantizar sus “buenos negocios”, mientras en el otro extremo se halla una población que reproduce pobreza, desempleo, subempleo, desesperanza e inseguridad, porque las élites del poder han frenado el desarrollo económico con bienestar humano.