Hace 50 años, la voz de Allende se apagó en La Moneda | Memoria

Por: María Isabel Burbano / @rizossalvajes

Quito, 11 sept (La Calle).- A las 07:40 de la mañana del 11 de septiembre de 1973, el presidente Salvador Allende entraba al palacio de la Moneda. De allí, no saldría si no como un cadáver, con el rostro desfigurado al cometer suicidio, disparándose con el fusil que le había regalado el líder cubano Fidel Castro. A las 14:00, los militares chilenos se habían tomado el Palacio y terminaban con el único gobierno socialista en América Latina elegido democráticamente. En la tarde, el general Augusto Pinochet tomó posesión del gobierno, una dictadura que se extendería hasta 1990 y que dejó un rastro de sangre, miedo y exilio.

Seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz no llegará a ustedes. No importa, la seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal con la Patria.

Último discurso de Salvador Allende

¿Por qué el golpe de Estado en Chile es importante en la historia de Latinoamérica? Hay que remontarse unos meses antes de este fatídico 11 de septiembre para entenderlo.

La Guerra Fría

Lo que sucedió en Chile no se puede desligar del contexto global. El mundo vivía la Guerra Fría, una lucha silenciosa, pero encarnizada, entre Estados Unidos y la Unión Soviética por el control mundial total. EE.UU. estaba decidido a frenar el avance del comunismo en los países subdesarrollados, pero en 1959, la Revolución Cubana significó un revés para ese objetivo. Durante la década de 1960 y 1970, los países latinoamericanos vivían en un desequilibrio político constante. Entraba y salían de gobiernos de facto. Las dictaduras militares fueron mecanismos de control de actividades comunistas y no solo estaban avaladas por los estadounidenses sino que también entrenaban y auspiciaban a las fuerzas armadas de estos países.

Un médico en el poder

Si bien el gobierno cubano liderado por Fidel Castro era socialista, había llegado al poder, fruto de la guerra de guerrillas que terminó con la huida de Fulgencio Batista y el asentamiento en el gobierno basado en el comunismo. En Chile, durante las elecciones de 1970, el médico Salvador Allende, con el auspicio de la Unidad Popular, obtuvo la primera mayoría simple con un 36,6 % de los votos, ratificado por el Congreso Nacional. Era el primer presidente marxista que accedía al cargo por la vía democrática.

EE.UU. no veía con buenos ojos este gobierno. La vía chilena al socialismo incluía: la nacionalización del cobre, la estatización de las áreas «claves» de la economía y la profundización de la reforma agraria que inició su sucesor. Los dos primeros cambios perjudicaban a los estadounidenses, cuyas empresas mineras se beneficiaban en su totalidad del cobre que explotaban. En un país extranjero al que no aportaban los beneficios que, por ley, merecían.

En su segunda presidencia y antes de renunciar por el escándalo del caso Watergate, Richard Nixon construyó un plan en conjunto con la CIA y otros gobiernos dictatoriales como el de Brasil, dispuestos a influir en los militares chilenos para una sublevación contra Allende.

Antes del golpe

La Cofradía, un espacio naval chileno, y sus miembros tomaron parte importante en el golpe y la posterior dictadura. Miembros de las fuerzas navales y militares tanto chilenas como estadounidenses se reunieron en Viña del Mar para darle forma a la toma de gobierno.

Tanto Nixon como Henry Kissinger y el director de la CIA, Richard Helms estaban decididos a que Alllende no llegue al poder. Como no lograron en campaña, atacaron durante los primeros dos años de su gobierno por la vía económica. Negando ayuda y congelando crédito, los bancos pretendían «estrangular la economía chilena» según Kissinger. También enviaron gente a organizar la oposición contra Allende para tambalear su gestión a los ojos de la opinión pública.

Ante el bloqueo, no le quedó otra alternativa que pedir ayuda a la Unión Soviética, aunque no fue la cantidad de apoyo que él esperaba para solucionar la situación delicada en el país. Mientras tanto, las Fuerzas Armadas y el grupo de Carabineros ya preparaban el golpe tras uno fallido, el Tanquetazo del 29 de junio de 1973. Habían decidido el día, 11 de septiembre, tras enterarse que Allende iba a pedir llamar a un plebiscito para definir la continuación de su gobierno. También la hora (06:00 en Valparaíso, 08:30 en el resto del país). El comandante en jefe, Augusto Pinochet, quien se reunía seguido con el presidente, no declaraba su intención golpista hasta el 9 de septiembre, donde colocaba en un papel como respuesta al almirante de la Marina, José Toribio Merino.

«Gustavo: es la última oportunidad. J.T.»
«Augusto: Si no pones toda la fuerza en Santiago desde el primer momento, no viviremos para ver el futuro. Pepe»

Los hechos

El 10 de septiembre, la escuadra naval zarpa para realizar sus actividades, mientras que el Ejército se acuartela. Todos esperan instrucciones. Durante la madrugada del 11 de septiembre, la escuadra regresa a Valparaíso y se toma la ciudad. El prefecto de la ciudad llama desde la única línea libre en el territorio (dejada a propósito por los golpistas) al subdirector de Carabineros, Jorge Urrutia para avisar que los marinos tomaron posición de combate. Urrutia llama a Allende, quien se encontraba en su residencia de Tomás Moro. Pide que ubiquen a Pinochet y Leigh, pero no aparecen.

A las 07:20 sale de casa en su Fiat y llega en 20 minutos a La Moneda. Con chaqueta de tweed y pantalón marengo, el médico carga el fusil AK-47, regalo de Fidel Castro, que visitó el país en 1971. El Grupo de Amigos del Presidente (GAP), encargado de su seguridad, lleva sus armas personales y dos ametralladoras.

Al no ubicar y Pinochet en un intento por tener información de la sublevación, Allende exclama: «Pobre Pinochet, debe estar preso«. Ignoraba el presidente que el futuro dictador estaba controlando las comunicaciones y silenciando radios en el país. El director general de Carabineros le asegura fidelidad, José María Sepúlveda, también ignora que dos generales ya se tomaron la institución.

En su primer mensaje a la Nación, anuncia la sublevación de un grupo de la marinería. Llama al pueblo a la prudencia. Allende estaba en el Palacio con el GAP, sus médicos y secretaria personal y otros colaboradores cercanos.

A las 8:42, la «Cadena Democrática», formada por las radios Minería y Agricultura, enviaba un mensaje al presidente de la República. Allende debe hacer entrega inmediata de su cargo a la junta de gobierno, integrada por los jefes supremos de las fuerzas Armadas: Pinochet, Leigh, Merino y Mendoza. Le envían un ultimátum: si La Moneda no es desalojada antes de las 11, será atacada «por tierra y aire».

A pesar de los ofrecimientos de su gabinete y los propios militares de sacarlo del país y del palacio, Allende, firme en sus convicciones, no se rendirá y defenderá el puesto que le otorgó la voluntad popular. A las 11 empezaría el fuego.

Un último discurso

El ambiente en el Palacio era triste y turbio. Todos sabían cuál sería el destino cuando atacaran la Moneda y tuvieran que salir. Allende, con tono calmado y firme a pesar de las circunstancias, pronuncia a las 10:15 por Radio Magallanes su último y lúcido discurso a la Nación.

Ante estos hechos sólo me cabe decirle a los trabajadores: Yo no voy a renunciar. Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza.

Último discurso de Salvador Allende

Al mediodía, la Moneda es atacada por tierra y aire. El histórico edificio empieza a ser destruido. Alrededor de las 14:00, lanzan gases lacrimógenos, pero seguían sin rendirse, por lo que un grupo de soldados derriba la puerta del Palacio y ocupan el primer piso. ¡Presidente!, ¡el primer piso está tomado por los militares! ¡dicen que deben bajar y rendirse!, le avisan.

El presidente dispone la rendición. «Bajen todos! ¡dejen las armas y bajen! Yo lo haré al último». Según el testimonio de Patricio Guijón, uno de sus médicos, que regresó a buscar su máscara antigas, vio como el mandatario al grito de: ¡Allende no se rinde, milicos de mierda! se puso el AK 47 en la barbilla y disparó. La muerte fue instantánea.

A las 14:38, avisan a Pinochet del suicidio de Allende y la toma de La Moneda. A las 18:00 Pinochet comunica el ascenso de la junta militar al gobierno. Allí comienza 16 años de dictadura con un saldo de aproximadamente 28. 259 víctimas de prisión política y tortura, 2298 ejecutados y 1209 desaparecidos. El éxodo migratorio más grande de la historia chilena con más de 200.000 personas obligadas a salir o por autoexilio. Huellas con las que el país sudamericano aún convive y le cuestan sanar.

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