Tomado de EL PAÍS.- Carlos Arribas
A Fignon se le llamaba el intelectual porque llevaba gafas redondas de montura dorada, finita, gafas como las que usan los que se quedan sin vista de tanto leer.
Guillaume Martin, quizás no sea tan gran ciclista como el parisino que ganó dos Tours, pero tampoco está tan lejos (corre su cuarto Tour de Francia, y cumplida la primera de sus tres partes, marcha tercero.
El puesto de podio en el que terminó la reciente Dauphiné; un corredor que ya pertenece al grupo de los favoritos) y no necesita gafas, pero sus razones para ser considerado un intelectual parecen más sólidas, o, por lo menos, menos folclóricas, y la menor de ellas es que se entrena escuchando los debates de la radio France Culture: un máster en filosofía, una novela publicada (Sócrates en bicicleta) y una obra de teatro estrenada (Platón y Platoche).
“Mis últimas prestaciones, tan brillantes, no cambian para nada mi manera de abordar el deporte: el objetivo será siempre terminar el primero. La única diferencia es que ahora no estoy tan lejos”, dice Martin, líder del Cofidis, escalador menudo, normando de 27 años.
¿Cómo influye su condición de deportista profesional de alto nivel en su experiencia intelectual, en su comprensión del mundo?
El deporte es un juego. Y yo no dejo de contemplarlo como tal por muy difícil y serio que pueda ser el ciclismo profesional. La vida misma es un juego y, en ese sentido, hay una perfecta coherencia entre la práctica deportiva y lo que yo llamaría mi filosofía cotidiana. ¿Por qué pedaleo? ¿Por qué soy ciclista? Porque creo que nada es nunca verdaderamente serio, que nada en la vida tiene un sentido absoluto, que ningún destino ordena y comanda nuestras vidas.
Nos toca a nosotros, a los humanos, darle sentido, sin pretensiones, sin darle demasiada importancia. En el deporte, al menos, la dimensión de juego está garantizada. La máscara está asumida.
¿Cree que conceptos tales como la competitividad, la necesidad siempre de ser el primero, la vida vivida en la burbuja de un equipo, la vida como un desafío a la montaña, a los rivales, a la naturaleza o a sus propios límites, pueden encontrar una correlación filosófica?
Por supuesto. La filosofía puede estar presente por todas partes. El deporte, y sus imperativos, puede desde ese punto de vista ser contemplado como un objeto filosófico.
Todos los temas que evoca en su pregunta me hacen pensar inmediatamente en Nietzsche, el autor alemán que desarrolló los conceptos de ser sobrehumano, de retorno eterno, de voluntad de potencia… ¡Son muchísimas las nociones suyas que hacen referencia al mundo del deporte!
En mi trabajo de fin de máster de filosofía intenté mostrar en qué la filosofía de Nietzsche estaba más en línea con lo que yo vivía dentro de mí como deportista de alto nivel que no la ideología dominante actualmente en el deporte, heredada de Pierre de Coubertin, el inventor de los Juegos modernos.
Este decía: “lo importante es participar”. Nietzsche, sin embargo, escribía a través de su héroe Zaratustra, a quien no es complicado comparar con un gran escalador que se pasa el día subiendo y bajando de su montaña: “no os aconsejo la paz, sino la victoria”. Y yo, en tanto que deportista, me encuentro mucho más cerca de esta cita que de la de De Coubertin.
¿Cree posible, entonces, la formulación de una especie de ciclosofía?
Y tanto. Sócrates en bicicleta no deja de ser un boceto de lo que podría ser esta ciclosofía a través de las aventuras de estos ciclistas filósofos que se preparan para disputar el Tour de Francia. Este truco narrativo me permite evocar la filosofía de Sócrates, Platón, Nietzsche, Sartre… de una manera menos austera y distante que lo que podría ser un tratado tradicional de filosofía. Y una ciclosofía, volviendo a lo que decía antes, debería insistir en la noción de juego en un sentido casi metafísico.
¿Por qué ha escrito Sócrates en bicicleta?
Mi ambición fue doble. Por un lado, la de hablar de filosofía para un público amplio, muy poco habituado a leer, el público de los deportistas. Aquí generalizo porque conozco a numerosos lectores asiduos en el pelotón ciclista. Y, por otro lado, también quería mostrar a un público de intelectuales la riqueza del mundo del deporte y de las personas que lo habitan. Y pensando en cómo reunir ambos universos se impusieron lógica y rápidamente el sesgo del humor y la idea de esta fantasía ciclosófica.
¿Sufría de una especie de necesidad interior de expresarse intelectualmente quizás porque el sudor de ciclista no era suficiente para decirle al mundo quién es?
Sinceramente, no concibo la escritura como una liberación, como un soplo del espíritu en medio de toda la ebullición física que implica la práctica del ciclismo. Escribo porque me gusta escribir. Es un placer, no una necesidad. Podría pasarme la vida practicando solamente el ciclismo sin llegar a tener la sensación de saturarme. Pero, ¿por qué iba a prohibirme escribir si ello no afecta a mi rendimiento?
Buscará también que los lectores encuentren entretenida la filosofía narrada como una batalla deportiva…
La noción de placer es, evidentemente, primordial. Cuando estudiaba en la universidad me encontré muchísimas veces con personas que buscaban adoptar una pose de sabiduría con un discurso que solo podrían entender los iniciados. Esa no es mi definición de filosofía. Se filosofa siempre de todo y con todos. Así, con esa voluntad, me ha salido este libro, más una novela que un ensayo filosófico.