Grandes Genios – Capítulo I: José Saramago

Por: María Isabel Burbano / @rizossalvajes

En cierto sentido se podría decir que letra a letra, palabra a palabra, página a página, libro a libro, he venido sucesivamente implantando en el hombre que fui los personajes que creé. Considero que sin ellos no sería la persona que hoy soy, sin ellos tal vez mi vida no hubiese logrado ser más que un esbozo impreciso, una promesa como tantas otras que de expectativa no consiguió pasar, la existencia de alguien que tal vez pudiese haber sido y no llegó a ser.

Este extracto del discurso de José Saramago al recibir el Premio Nobel de literatura en 1998 resume muy bien una parte de su literatura. Hay algo del autor en sus personajes y viceversa. Su obra es consecuencia de la curiosidad por la vida y condición humana, la historia, el amor, la muerte, las relaciones sociales y el futuro que se aproximaba.

Muy aparte de ser el primer portugués en conseguir el más grande galardón de las letras y otras distinciones, la obra de Saramago recaba preguntas sencillas, pero también algunas profundas, casi metafísicas, que no busca resolver, pero si desarrollar en un hilo conductor que engancha al lector de principio a fin y que, más tarde, pone a funcionar las ruedas de la reflexión. Por ello y su pasión por la vida y la literatura, José Saramago es uno de los grandes genios de las letras y en esta nota repasaremos su vida.

Primeros años

Lo que más hay en la tierra es paisaje. Por mucho que falte del resto, paisaje
ha sobrado siempre, abundancia que sólo se explica por milagro infatigable,
porque el paisaje es sin duda anterior al hombre y, a pesar de tanto existir,
todavía no se ha acabado. Será porque constantemente muda: hay épocas del
año en las que el suelo es verde, en otras amarillo, y luego castaño, o negro.

Levantado del suelo (1980)

José Saramago debía llamarse José de Sousa. Quisieron la casualidad y un funcionario del Registro Civil que esto no suceda. Al momento de registrarlo, el funcionario aumentó, de forma jocosa, el apodo por el que su padre, José de Sousa era conocido en el pueblo. Saramago es una planta herbácea que en tiempos de necesidad servía de alimento en la cocina de los pobres. De niño, el escritor conoció las carencias, un tema que también influyo en su obra.

Durante toda la infancia y también en los primeros años de la adolescencia, esa pobre y rústica aldea con su frontera rumorosa de agua y de verdes, con sus casas bajas rodeadas del gris plateado de los olivares, unas veces requemada por los ardores del verano, otras veces transida con las heladas asesinas del invierno o ahogada por las crecidas que le
entraban puerta adentro, fue la cuna donde se completó mi gestación, la bolsa donde
el pequeño marsupial se recogió para hacer de su persona, en lo bueno y tal vez en lo malo, lo que sólo por ella misma, callada, secreta, solitaria, podría ser hecho.

Así relata en su autobiografía Las pequeñas memorias (2006) a Azinhaga, el lugar que lo acogió durante sus primeros años y antes de que la familia parta a Lisboa para encontrar mejores oportunidades. En la capital, su padre se desempeñó como policía de seguridad pública y aunque lograron acomodarse, no tuvieron una holgura económica, José pasaba prolongados períodos de tiempo en casa de sus abuelos maternos Jerónimo Melrinho y Josefa Caixinha.

Ayudé muchas veces al abuelo Jerónimo en sus andanzas de pastor. Cavé con
frecuencia la tierra del huerto anexo a la casa y corté leña para la lumbre. En muchas
ocasiones, dando vueltas y vueltas a la gran rueda de hierro que accionaba la bomba,
hice subir agua del pozo comunitario y la transporté al hombro. Muchas veces, a
escondidas de los guardas de las cosechas, fui con mi abuela, también de madrugada,
abastecidos de rastrillo, paño y cuerda, a recoger en los rastrojos la paja suelta que
después habría de servir como lecho del ganado. Y algunas veces, en noches calientes
de verano, después de la cena, mi abuelo me decía: José, hoy vamos a dormir los dos
debajo de la higuera.

A los 12 años, sus padres ya no podían mantenerlo en el instituto, así que decidieron que estudie en una escuela de enseñanza profesional, donde por cinco años aprendió el oficio de cerrajero mecánico. Su interés por las letras empezó por el plan de estudios que, entre otras cosas, incluía francés y literatura. Su genio se forjó como el de la mayoría: al calor de los libros que la biblioteca pública le proporcionaba. Logró comprarse los suyos a los 19 años.

El hombre que acaba de entrar en la tienda para alquilar una película tiene en su documento de identidad un nombre nada corriente, de cierto sabor clásico que el
tiempo ha transformado en vetusto, nada menos que Tertuliano Máximo Afonso. El
Máximo y el Afonso, de uso más común, todavía consigue admitirlos, siempre
dependiendo de la disposición de espíritu en que se encuentre, pero el Tertuliano le
pesa como una losa desde el primer día en que comprendió que el maldito nombre
podía ser pronunciado con una ironía casi ofensiva.

El hombre duplicado (2002)

Inicios

En 1947, el año de nacimiento de su hija salió su primer libro A Viúva, pero que por conveniencias editoriales vendría a salir con el nombre de Terra do Pecado. También escribió Clarabóia que permaneció inédita hasta 2011. Sin embargo, sentía que no tenía nada que valiera la pena decir. Hasta 1966 no publicó nada.

En los años 50 trabajó como obrero metalúrgico y a finales de esa década trabajó en una editorial, Estúdios Cor, como responsable de la producción. En su tiempo libre y para ganar algo más de dinero, empezó a traducir, una actividad que duró hasta 1981. Colette, Pär Lagerkvist, Jean Cassou, Maupassant, André Bonnard, Tolstoi, Baudelaire, Étienne Balibar, Nikos Poulantzas, Henri Focillon, Jacques Roumain, Hegel,Raymond Bayer son algunos de los nombre que tradujo.

Entre 1971 y 1973 estuvo en el vespertino Diário de Lisboa como coordinador de un suplemento cultural y editorialista. Trabajó tambien en el matutino Diário de Notícias, del que fue despedido en varias ocasiones por el golpe cívico militar de 1975 que intentaba frenar la revolución en Portugal tras el derrocamiento de la dictadura.

Tras quedarse sin empleo decidió dedicarse por completo a la literatura y probar lo que valía como escritor. Aparece en 1980  Levantado del Suelo que define el modo de escritura que caracteriza a sus obras de ficción. Los 80 son una década dedicada al romance con distintos matices en Memorial del Convento, 1982, El Año de la Muerte de Ricardo Reis, 1984, La Balsa de Piedra, 1986 o Historia del Cerco de Lisboa, 1989.

Acercó una silla y se sentó ante el visitante, se dio cuenta de que Fernando Pessoa estaba allí a cuerpo, que es la manera de decir que no llevaba ni abrigo ni gabardina ni ninguna otra protección contra el mal tiempo, ni siquiera sombrero, sólo el traje negro, chaqueta pantalones y chaleco, camisa blanca, negra también la corbata, y los zapatos, y los calcetines, como si estuviera de luto o fuera de oficio enterrador. Se miran ambos con simpatía, se ve que están contentos por haberse reencontrado después de larga ausencia, y es Fernando Pessoa quien habla primero, Sé que me fue usted a visitar, yo no estaba
pero me lo dijeron cuando llegué, y Ricardo Reis respondió, Creí que estaría allí, no
se me ocurrió pensar que pudiera salir, Por ahora aún salgo, me quedan unos ocho
meses de poder andar por ahí a mi aire, explicó Fernando Pessoa.

El año de la muerte de Ricardo Reis (1984)

Años de consolidación

En 1986 conoció a la periodista Pilar del Río, su compañera hasta el final de sus días. Se casaron en 1998. En 1993 decide dejar Portugal, ya que el gobierno censura El Evangelio según Jesucristo (1991) bajo la excusa de que ofendía a los católicos, por lo que no participó en el Premio Literario Europeo. Se estableció en la isla de Lanzarote en el archipiélago de las Canarias. En ese mismo año, empezó la escritura de un diario Cuadernos de Lanzarote que se publicó en cinco volúmenes. Ensayo sobre la Ceguera aparece en 1995, Todos los hombres en 1997.

En 1998 recibió Premio Nóbel de Literatura y su actividad pública aumentó. Lo invitaban a conferencias, ferias de libros, charlas, reuniones para hablar de sus libros. Saramago también tenía una férrea posición política orientada a la justicia social y los derechos humanos, una temática que también deja entrever en sus novelas.

Al día siguiente no murió nadie. El hecho, por absolutamente contrario a las
normas de la vida, causó en los espíritus una perturbación enorme, efecto a todas
luces justificado, basta recordar que no existe noticia en los cuarenta volúmenes de la
historia universal, ni siquiera un caso para muestra, de que alguna vez haya ocurrido
un fenómeno semejante, que pasara un día completo, con todas sus pródigas
veinticuatro horas, contadas entre diurnas y nocturnas, matutinas y vespertinas, sin
que se produjera un fallecimiento por enfermedad, una caída mortal, un suicidio
conducido hasta el final, nada de nada, como la palabra nada

Las intermitencias de la muerte (2005)

Últimos años

La actividad literaria del escritor no disminuyó, más bien el nuevo siglo le trajo más curiosidad y la necesidad de explorar, a través de la narración, la condición humana con sus nuevas aristas. Aparecen La caverna (2000), La flor más grande del mundo (2001), El hombre duplicado (2002), Ensayo sobre la lucidez (2004), Don Giovanni ou o Dissoluto Absolvido (2005), Las intermitencias de la muerte (2005), Las pequeñas memorias (2006). En 2007 se cea la fundación José Saramago para impulsar la literatura contemporánea, la defensa de los Derechos Humanos y el Medio Ambiente. El viaje del elefante se publica en 2008 y Caín llega en 2009.

En 2010 la vida de Saramago se apaga, producto de una leucemia crónica que le causó un fallo multiorgánico. Sus cenizas se colocaron al pie de un olivo traído de su pueblo natal y que para el primer aniversario de su muerte se trasladó a la fundación.

De las lecciones de poesía, algunas cosas sabía ya el adolescente, aprendidas en
sus libros de texto cuando en una escuela de enseñanza profesional de Lisboa, andaba
preparándose para el oficio que ejerció en el comienzo de su vida de trabajo: el de
mecánico cerrajero. Tuvo también buenos maestros de arte poética en las largas horas
nocturnas que pasó en bibliotecas públicas, leyendo al azar libros y catálogos sin
orientación, sin alguien que le aconsejase, con el mismo asombro creador del
navegante que va inventando cada lugar que descubre. Pero fue en la biblioteca de la
escuela industrial donde El año de la muerte de Ricardo Reis comenzó a ser escrito.

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